
Emisor: Banco Nacional
Anverso: Nicolás Avellaneda
Año: 1884

10 CENTAVOS
Emisor: Banco Nacional
Anverso: Domingo Faustino Sarmiento
Año: 1884
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La historia es la única rama del conocimiento que nos puede decir qué fuimos en el pasado, qué somos en el presente y qué seremos en el futuro.
“Compañía de Tramways Buenos Aires & Belgrano”. Modelo de primer tranvía eléctrico de la ciudad de Buenos Aires. Comenzó a circular el 22 de abril de 1897. (AGP)
Dos empresas serían pioneras: el "Tranvía Eléctrico de Buenos Ayres" construida por el ingeniero norteamericano Charles Bright quien inauguró un primer tramo de ensayo y demostración, el 22 de abril de 1897 (por la Av. Las Heras, entre Canning y Plaza Italia); y la Cía. de "Tramways La Capital", que procedió al cambio de tracción bajo la dirección del ingeniero argentino Juan Mallol, inaugurando la línea entre la Av. San Juan y Entre Ríos y el barrio de Flores el 4 de diciembre de 1897 . De aquí en más todo fue una carrera. Cambios de tracción, nuevas empresas; de modo que, para 1908, eran doce las compañías que operaban en la ciudad.
El pacto aseguraba cuotas de importación de carne argentina estables equivalente a la adquirida en 1932 (punto más bajo de la Crisis del 30), afianzando el vínculo comercial con el Reino Unido.
Cláusulas públicas del Pacto:
Cláusulas secretas del Pacto:
Recién el 5 de mayo, una semana después del hecho consumado, “
“Se está muy lejos de responder a sentimientos verdaderamente patrióticos, puesto que todo se reduce a las concesiones entre los intereses de ciertos grupos, donde se imponen, como siempre los que tienen mayor fuerza financiera”, afirmaba el diario socialista.
Por el bien de todos
El historiador Felipe Pigna resume el hecho en pocas palabras, en la tercera parte de su libro “Mitos de
Alcanzar el acuerdo fue presentado a la sociedad como una necesidad y un interés de toda
“Las ideologías sirven a los intereses particulares que ellas tienden a presentar como intereses universales, comunes al conjunto del grupo”, dice Pierre Bourdieu. Y en esto, los medios de comunicación jugaron y juegan un papel central porque “contribuyen a la integración ficticia de la sociedad en su conjunto”. En 1933, nadie influía tanto como los diarios, más en una sociedad con una cultura letrada tan desarrollada como la argentina.
El acuerdo respondía a intereses puramente individuales, favorecía a todo lo que tuviera cerca la bandera británica. La alta sociedad argentina, que vivía como en París, gastaba en libras esterlinas y habla inglés, era la socia de los capitales sajones que se beneficiaron con el pacto. El gobierno conservador de Justo jugaba a favor de esos intereses, y al mismo tiempo, era parte de ellos.
En la actualidad, esos sectores conservadores están más lejos del poder político, pero siguen siendo fracciones dominantes. Los medios a veces representan sus posiciones y la mayoría las propias, las del multimedio. En 75 años muchas cosas cambiaron, pero otras no.
Hoy, los intereses de una minoría siguen apareciendo muy seguido como los de la mayoría, y la exportación de carne es un problema nacional ¿Será que estamos destinados a repetirnos? Al menos, ahora los que se quejan son otros.
Después de la “Crisis del ‘30”, que había comenzado a fines del 1929, el mundo atravesó una etapa de creciente proteccionismo y caída del comercio internacional. Ninguna Nación quería arriesgarse a contraer en su economía el “virus de la depresión”.
En ese contexto, Gran Bretaña selló, en agosto de 1932, un acuerdo (Pacto de Ottawa) con sus colonias y ex colonias, miembros del Commonwealth, para abastecerse recíprocamente. Así, Canadá, Australia y Nueva Zelanda pasaban a ocupar el lugar de fuente de materias primas agroganaderas que pertenecía a la Argentina.
Ante esta situación, que ponía en peligro los intereses particulares de los sectores dominantes argentinos y a todo el modelo agroexportador impulsado por
Ningún periódico podía maquillar toda esta situación. Ni siquiera el propio vicepresidente lograba hacerlo. Mientras “Crítica” destacaba que “Exportaremos más carne y se hará el empréstito”, Roca se sinceraba en “El Mundo”: “Aspiramos simplemente a que Inglaterra no reduzca nuestras importaciones”.
Algo también se filtraba cuando los diarios locales reproducían las páginas de los periódicos británicos. El "Daily Telegraph" afirmaba: “Para Argentina, el acuerdo significa una elección deliberada y una forma de continuar y reforzar las íntimas y amplias relaciones que financiera y comercialmente sostiene con Gran Bretaña”. Relaciones carnales que le dicen.
Son las 13:07 en Londres. El despacho del ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña está ocupado por un puñado de personas ataviadas con trajes de etiqueta matutino. Sobre el escritorio de Sir John Simon (ausente por enfermedad) dos documentos idénticos, uno en inglés y otro en español, esperan para ser rubricados.
Toda la ceremonia se da con gran reserva. “Sin fotógrafos, ni periodistas, ni ordenanzas del Foreign Office”, retrata la prensa de la época. Sin embargo, lo que allí sucede ya es conocido por todos desde hace varios días. Sólo se trata de una formalidad protocolar.
Es 1º de mayo de 1933, día Internacional de Trabajo, pero el vicepresidente de
“Creo que el tratado representa una tarea que hemos realizado también en interés del mundo entero”, dijo Roca, tras la firma, a los periodistas de UP (United Press).
Después de la “Crisis del "30", que había comenzado a fines del 1929, el mundo atravesó una etapa de creciente proteccionismo y caída del comercio internacional. Ninguna Nación quería arriesgarse a contraer en su economía el “virus de la depresión”.
En ese contexto, Gran Bretaña selló, en agosto de 1932, un acuerdo (Pacto de Ottawa) con sus colonias y ex colonias, miembros del Commonwealth, para abastecerse recíprocamente. Así, Canadá, Australia y Nueva Zelanda pasaban a ocupar el lugar de fuente de materias primas agroganaderas que pertenecía a la Argentina.
Realizado por el escultor Prat Gay, y situado a 1.100 metros de altitud dentro del Parque Provincial Los Sosa, es el primer punto para realizar una vista panorámica en el ascenso al Valle de Tafí, Tucumán.
La foto es muy buena, la toma excelente...
Monumento al Indio Tehuelche y Punta Cuevas
Si vamos hacia el sur, vamos a llegar a un mirador espectacular donde se encuentra emplazado el Monumento al Indio Tehuelche.
Este preciso lugar se conoce con el nombre de Punta Cuevas ya que algunos relatos históricos cuentan que existen unas cuevas que, supuestamente, fueron el primer refugio para los galeses que desembarcaron del Mimosa; considerando este hecho como el primer acto fundacional de la ciudad.
Los estudiosos del tema recomiendan a las autoridades municipales la preservación de toda esta zona y la dedicación de antropólogos, para identificar algunos de los hitos que permitan definir éste lugar como la primer zona habitada de la región de Madryn.La punta tiene un excelente mirador, con los clásicos telescopios de aumento para avistaje de fauna.
Durante el gobierno de Hernandarias llegan los primeros Jesuitas a Buenos Aires (1608). Su primera iglesia y colegio se levantan en la hoy Plaza de Mayo, en un solar que les dona el Cabildo, en el cuarto N. E. Esta construcción era de adobe con techos de junco, método constructivo empleado en la primitiva Buenos Aires al no existir en la zona ni madera ni piedra y hasta la aparición de los primeros hornos de ladrillo. Nació bajo la advocación de Nuestra Señora de Loreto pero más tarde, al ser beatificado Ignacio de Loyola, toma el nombre de San Ignacio (1610).
Allí permanecen algo más de 50 años. En 1661, por razones de seguridad y defensa del Fuerte, los jesuitas deben abandonar la construcción de Plaza de Mayo. Es entonces que Doña Isabel Carvajal, viuda de Gonzalo Martel de Guzmán y sin hijos, dona a
En este lugar se construye una segunda iglesita, también de adobe, terminada en 1675, fecha que puede leerse en el trozo de mármol hallado en remodelaciones del s. XIX y que fue colocado en el claustro parroquial.
Al lado de la iglesia, sobre la calle Bolívar, los padres construyeron el Colegio San Ignacio o Colegio Grande, llamado Real Colegio de San Carlos después de la expulsión de los jesuitas, y más tarde (1863) Colegio Nacional Buenos Aires.
En 1710 el Superior de
Colaboran con Krauss los maestros Pedro Weger (sobre todo en la herrería) y Juan Wolf .La terminación de las obras se debe a los hermanos arquitectos Andrés Bianchi y Juan Bautista Prímoli. En 1722 la iglesia es inaugurada aunque aun no estaba terminada. En 1734, un 7 de Octubre, es consagrada.
En el año 1767 se produce la expulsión de los Jesuitas por orden del rey Carlos III. Sus bienes pasan a ser administrados por
Entre 1775 y 1791 San Ignacio funciona como catedral provisoria por las obras de reparación que necesitaba la iglesia matriz.
El 31 de diciembre de 1806 se celebra en San Ignacio una Misa de acción de gracias por
En 1821 se realizó en el templo la inauguración de
1823 San Ignacio volvió a ser Catedral Provisional y a partir de 1830 comenzó a funcionar como parroquia al haberse dividido la de Catedral en Catedral al Norte y Catedral al Sud.
En 1836 los Jesuitas volvieron a Buenos Aires para ser nuevamente expulsados en 1843. Durante ese período ocuparon esta Iglesia, compartiendo las dependencias con el Obispo y con
Unos 20 años más tarde el ingeniero italiano Felipe Senillosa agregó la torre Norte que hasta entonces no existía.
El 21 de Mayo de 1942 San Ignacio fue declarada Monumento Histórico Nacional por decreto nº 120.412.
En el año 1955 varias iglesias del centro porteño sufrieron incendios intencionales. En esa ocasión varias imágenes originales se quemaron y diversos objetos fueron saqueados.
http://www.sanignaciodeloyola.org.ar
Texto del testamento
Seguidamente, se transcribe el testamento de don Manuel Belgrano. Al hacerlo, se actualiza su ortografía y se mantiene su construcción sintáctica:
“En el nombre de Dios y con su santa gracia amén. Sea notorio como yo, Dn.
Manuel Belgrano, natural de esta ciudad, brigadier de los ejércitos de las Provincias Unidas en Sud América, hijo legítimo de Dn. Domingo Belgrano y Peri, y Da. María Josefa González, difuntos: estando enfermo de la (enfermedad) que Dios Nuestro Señor se ha servido darme, pero por su infinita misericordia en mi sano y entero juicio, temeroso de la infalible muerte a toda criatura e incertidumbre de su hora, para que no me asalte sin tener arregladas las cosas concernientes al descargo de mi conciencia y bien de mi alma, he dispuesto ordenar este mi testamento, creyendo ante todas cosas como firmemente creo en el alto misterio de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, y en todos los demás misterios y sacramentos que tiene, cree y enseña nuestra Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana, bajo cuya verdadera fe y creencia he vivido y protesto vivir y morir como católico y fiel cristiano que soy, tomando por mi intercesora y abogada a la Serenísima Reina de los Angeles María Santísima, madre de Dios y Señora nuestra, a su amante esposo el señor San José, al Angel de mi Guarda, santo de mi nombre y devoción y demás de la corte celestial, bajo de cuya protección y divino auxilio otorgo mi testamento en la forma siguiente:
“1a. Primeramente encomiendo mi alma a Dios Nuestro Señor, que la crió de la nada, y el cuerpo mando a la tierra de que fue formado, y cuando su Divina Majestad se digne llevar mi alma de la presente vida a la eterna, ordeno que dicho mi cuerpo, amortajado con el hábito del patriarca Santo Domingo, sea sepultado en el panteón que mi casa tiene en dicho convento, dejando la forma del entierro, sufragios y demás funerales a disposición de mi albacea.
“2a. Item, ordeno se dé a las mandas forzosas y acostumbradas a dos reales con que las separo de mis bienes.
“3a. Item, declaro: Que soy de estado soltero, y que no tengo ascendiente ni descendiente.
“4a. Item, declaro: Que debo a Dn. Manuel de Aguirre, vecino de esta ciudad, dieciocho onzas de oro sellado, y al Estado seiscientos pesos, que se compensará en el ajuste de mi cuenta de sueldos, y de veinticuatro onzas que ordeno se cobre por mi albacea, y presté en el Paraguay al Dr. Dn. Vicente Anastasio de Echevarría, para la compra de una mulata - Cuarenta onzas de que me es deudor el brigadier Dn. Cornelio Saavedra, por una sillería que le presté cuando lo hicieron Director; dieciséis onzas que suplí para la Fiesta del Agrifoni en el Fuerte, y otras varias datas: tres mil pesos que me debe mi sobrino Dn. Julián Espinosa por varios suplementos que le he hecho.
“5a. Para guardar, cumplir y ejecutar este mi testamento, nombro por mi albacea a mi legítimo hermano el Dor. D. Domingo Estanislao Belgrano, dignidad de chantre de esta Santa Iglesia Catedral, al cual respecto a que no tengo heredero ninguno forzoso ascendiente ni descendiente, le instituyo y nombro de todos mis acciones y Dros. presentes y futuros. Por el presente revoco y anulo todos los demás testamentos, codicilos, poderes para testar, memorias, u otra cualesquiera otra disposición testa¬mentaria que antes de ésta haya hecho u otorgado por escrito de palabra, o en otra forma para que nada valga, ni haga fe en juicio, ni fuera de él excepto este testamento en que declaro ser en todo cumplida mi última voluntad en la vía y forma que más haya lugar en Dro. En cuyo testimonio lo otorgo así ante el infrascrito escribano público del número de esta ciudad de la Santísima Trinidad, puerto de Santa María de Buenos Aires, a veinticinco de mayo de mil ochocientos veinte. Y el otorgante a quien yo dho. escribano doy fe conozco, y de hallarse al parecer en su sano y cabal juicio, según su concertado razonar, así lo otorgo y firmo, siendo testigos llamados y rogados don José Ramón Mila de la Roca, Dn. Juan Pablo Sáenz Valiente, y Dn. Manuel Díaz, vecinos. M. Belgrano (firma). Narciso de Iranzuaga (firma) Escribano Público".
Cfr: Anales del Instituto Nacional Belgraniano, Nº 6, Buenos Aires, 1993, p.p. 133-135.
http://www.manuelbelgrano.gov.ar/
El traidor.
En todo humano paraíso hay una serpiente, y ese papel parece tocarle aquí a don Lucio Norberto Mansilla Lucio Norberto Mansilla, futuro padre de Eduarda y de Lucio y., entonces un joven coronel porteño con mundana cultura y sólidos conocimientos técnicos que puso, durante un tiempo, al servicio de Ramírez. Horacio Salduna, biógrafo del Supremo Entrerriano, le achaca a Mansilla la responsabilidad mediata de su catastrófico final.
Los dos hombres habían entrado en contacto durante las hostilidades entre Artigas y Ramírez, después de 1820. Mansilla colabora con sus trescientos cívicos y queda sellada una amistad marcial que no será duradera. Cuando Buenos Aires y López se vuelven contra Ramírez, que prepara —nada menos— una gran campaña con el fin de recuperar el territorio paraguayo para
Salduna considera premeditada la traición de Mansilla, que se habría comportado desde el comienzo como infiltrado porteño. Buenos Aires y Santa Fe lo ayudarán, luego de la muerte de Ramírez, a coronar ambiciones personales con el cargo de gobernador de Entre Ríos. A la codicia política se habría sumado otra de distinto orden:
Mansilla deseaba, también, los favores de
—inútilmente— corno celestino.
El final: los testimonios próximos al hecho y la memoria popular sostuvieron siempre que Francisco Ramírez murió en el intento de salvar a Delfina de la partida enemiga que la había echado en tierra y comenzaba a desnudarla. Aunque hubo intentos de atribuir su muerte a otros motivos, se han desacreditado detalladamente estas pretensiones.
Después de que muriera, Ramírez fue decapitado y su cabeza, embalsamada, conoció en Santa Fe el escarnio público. Su amada logró volver a Arroyo de
Tal vez en toda esta historia de amor y muerte haya una insospechada ganadora encubierta: Norberta, cuyo deseo, por incumplido, nunca pudo gastarse. Como
María Rosa Lojo - Revista La Nación
¿Por qué, siendo su cautiva y virtual esclava, se enamoré de Ramírez, y por qué éste, dueño todopoderoso, la convirtió en reina sin corona? Mucho se ha escrito sobre el estado de cautiverio femenino: crónico y también fundacional en la especie humana, donde el sexo, con el extraordinario poder de gestar y reproducir (y por ello reducido a la subordinación y el control), fue siempre botín de las guerras y prenda de las alianzas. Susana Silvestre, en su biografía amorosa de la singular pareja, dedica páginas lúcidas a la historia de las cautivas rioplatenses, mediadoras, con su cuerpo, entre dos mundos.
Podemos suponer que a ella no le fue difícil dejarse encantar por Ramírez, hombre joven, en el cenit de sus talentos y de su buena estrella, cuyo carácter “despejado y audaz, amplio y prestigioso”, con algo de artista”, es reconocido incluso por Vicente F. López. Las prendas personales del caudillo y la oportunidad de un fulgurante ascenso hacia el poder y la gloria, marchando y mandando a su lado como si fuera un hombre, debieron de mezclársele en una irresistible combinación afrodisíaca. Y Ramírez, ¿qué vio en Delfina?
Para que una modesta cuartelera presa lograra encadenar a un varón que podía disponer de todas las mujeres, y hacerle olvidar sus serios compromisos matrimoniales con la hermana de un amigo íntimo, debió de ser algo más que un cuerpo atractivo y una sensualidad bien dispuesta. Dulzura (la de la música, la de su lengua madre) habría, sin duda, en ella; no la pasividad o la excesiva facilidad, que matan el deseo. Cautiva, pero brava seductora; sin remilgos, aunque orgullosa en su indefensión, seguramente supo darse exigiendo, y ganó la batalla con Ramírez desde el primer encuentro, cuando el placer total, correspondido, borró la asimetría entre vencedor y vencida, y los dos fueron, uno del otro, prisioneros.
María Rosa Lojo - Revista La Nación
Aunque el caudillo oriental sale perdedor en la contienda, pronto el entrerriano se encontrará completamente solo: en 1821, roto el Tratado del Pilar, López pacta con Buenos Aires, que ya tiene otros gobernantes. Podría decirse, sin embargo, que la soledad de Ramírez es la de la gloria, o la que le decreta la envidia de sus rivales. Por un abrumador plebiscito, Don Poncho es consagrado gobernador supremo de
¿Un reino propio, como aventura el poeta Enrique Molina?
Sólo en algunas exterioridades fastuosas, porque El Supremo piensa en constituciones modernas, sin monarcas. Esto no le impide entrar en Corrientes con esplendor: bien vestidos (ha mandado hacer uniformes para todos sus hombres en Buenos Aires) él, los suyos y
La mujer fatal.
si unos la creen hija bastarda de un virrey brasileño, otros la suponen humilde recogida por una familia estanciera. Hay quien dice que marchó a la campaña contra Artigas siguiendo, fraternalmente, a un miembro de esa misma familia, mientras que otras voces menos corteses la toman por ramera, o la hacen amante de algún oficialito.
Hasta su belleza (de consenso indudable) está signada por lo impreciso. Como ocurre con Francisco Ramírez, nadie sabe a ciencia cierta si fue rubia o morena, blanca o mestiza. Alguno (el poeta Molina) le atribuye voz de sirena criolla y destrezas musicales. No se sabe si alcanzó también el desahogo de expresarse en letra escrita. Criada en el campo, en Río Grande do Sul, acaso ni siquiera haya cursado la enseñanza primaria, la única que se les impartía incluso a los varones, aunque fuesen hijos de familias acomodadas, como el propio Ramírez.
Otro rasgo de
El héroe.
Ramírez era hijo de familia decente, de recursos. Su padre, Juan Gregorio, paraguayo, marino fluvial y propietario rural; su madre, Tadea Florentina Jordán, nativa de la provincia, dueña también de algunos campos.
Leandro Ruiz Moreno sostiene que por la rama paterna se hallaba emparentado con el marqués de Salinas, y por la materna, con el virrey Vértiz y Salcedo. Más allá de estos encumbrados antecedentes, lo cierto es que Francisco Ramírez fue ante todo hijo sobresaliente de sus propios actos.
Pasado ya el furioso fervor liberal y porteño contra los caudillos provincianos, que animó, entre otros, los textos de Vicente Fidel López, bien pueden verse hoy en esos actos también virtudes cívicas y civilizadoras no reconocidas antes, como ocurre con la ley de enseñanza primaria obligatoria, la fundación de escuelas, los avances en la institucionalización política de
Pero para la construcción del mito no son tales aportes, sin duda encomiables, los que cuentan. Desde su temprana actuación, a los veinticuatro años, como chasqui de
Es él quien ordena el cruce del Paraná, de noche, y hace nadar a los soldados gauchos asidos a la cola de los caballos para tomar, al día siguiente, la ciudad de Coronda. El, también, quien vence siempre, aun con tropas diezmadas; quien confunde el sendero del enemigo, o lo apabulla con un coraje ostentoso, hasta la última y definitiva batalla, que será también su primera derrota.
Cuando conoce a Delfina aún es aliado del santafecino Estanislao López y de Gervasio Artigas, en contra del Brasil y de Buenos Aires. Después de• ganar en Cañada de Cepeda, en 1820, López y Ramírez entran en la ciudad del Puerto, pero no abusan de su triunfo. Su escolta es reducida y no se muestran proclives a la exhibición afrentosa ni a las indiscriminadas represalias (Ramírez acaba de perdonarle la vida a su primer jefe, el director supremo Rondeau, a quien descubre oculto en unos pajonales). Su único gesto de barbarie (o, simplemente, de afirmación victoriosa) es atar sus caballos a las rejas de
Artigas, que le declara la guerra por no haber sido consultado a tal efecto.
Es 28 de junio de 1839: un día de invierno en Arroyo de
Sus ropas de luto no se deben por cierto a la muerta reciente que transita sobre la calle despareja. Desde hace dieciocho años, viste de negro por un hombre que le pertenecía y que esa muerta próxima supo robarle con descaro. Ahora tiene el consuelo de ver pasar, como reza el proverbio árabe, el cadáver de su enemiga. Tampoco ésa, la extranjera, ha tenido derecho, ni legal ni celestial, a llamarse viuda. “¿Pero es que le habría importado eso a la manceba?”, se tortura Norberta. Las noticias del día siguiente la desalientan por completo.
Pocas historias cumplen, en efecto, los requisitos de la pasión romántica con la perfección del ya legendario amor entre el caudillo Francisco Ramírez y su cautiva portuguesa, por todos conocida como
una víctima inocente de la gran pasión (Norberta, la novia abandonada) y un presunto traidor al héroe, por ambición y celos (el entonces coronel Lucio Norberto Mansilla). Se trata de un amor entre enemigos, y también entre un Príncipe y una Cenicienta. Un amor que ignora bandos y jerarquías, que rompe convenciones, que lleva su desafío hasta el último extremo.
María Rosa Lojo - Revista La Nación
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