sábado, 4 de mayo de 2019

El Río de la Plata después de Mayo de 1810: el impacto económico y social de la Revolución - Parte 4


NOTAS
El 5 de junio de 1810 la Primera Junta rebajó los derechos de extracción por cueros vacunos, sebo y tasajo, entre otros frutos del país. En julio el mismo gobierno abrió el puerto de Río Negro. A principios de noviembre, y como medida destinada a contrarrestar el bloqueo oriental del puerto de Buenos Aires, la Junta revolucionaria habilitó el de Ensenada, con rebajas del 2% en los derechos de extracción y precios fijos para las lanchas que debían llevar los frutos del país desde tierra hasta los barcos. El 17 de diciembre, se incluyó la grasa entre los productos con franquicias aduaneras. A la vez, y favorecido por la inclinación librecambista que animaba al gobierno porteño, nació el primer saladero bonaerense por obra de los ciudadanos ingleses Robert Staples y John Mc Neile. Los saladeros eran establecimientos donde se extraía el sebo, se salaba y secaba la carne y se preparaba el cuero para su exportación. Constituyeron la única innovación técnica en la economía ganadera rioplatense de aquella época. Pertenecían a sociedades más que a personas particulares, y muchos extranjeros -especialmente británicos- tenían invertido capital en esta industria. Hasta 1810 los establecimientos saladeriles de la región rioplatense se encontraban ubicados en la Banda Oriental y su mercado de colocación era Cuba. La política librecambista iniciada por los hombres de Mayo estimuló la radicación de saladeros en esta orilla del río. El auge del saladero en Buenos Aires entre 1810 y 1817 -fecha en la que desaparecieron para volver a funcionar a partir de 1819- se debió además a otros dos factores: la creciente facilidad de comerciar con los puertos extranjeros y el hecho de que las operaciones militares que tuvieron lugar durante la primera década revolucionaria afectaron más a la Banda Oriental que a Buenos Aires. Ver al respecto Leslie Bethell, edit., Historia de América latina, volumen 5, Barcelona, Editorial Crítica, 1991, pp. 120 y 267; Alfredo J. Montoya, La ganadería y la industria de salazón de carnes en el período 1810-1862, Buenos Aires, El Coloquio, 1971, p. 132, cit. en "El saladero", Introducción, selección y notas por Amalia Moavro, en Documentos para la historia integral argentina, 2, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1981; Horacio C. E. Giberti, Historia económica de la ganadería argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, pp. 83-84. La política librecambista y de bajos aranceles adoptada por los gobiernos revolucionarios porteños desde 1810 favoreció a los ganaderos y al consumidor, pero no al pequeño chacarero, factor que junto con la escasez y alto costo de la mano de obra inhibieron el desarrollo agrícola. Como efecto de esta misma política de bajos aranceles de índole librecambista, resultaba más conveniente importar los granos que producirlos localmente. Ver L. Bethell, op. cit., p. 269.
Vale recordar que el día anterior a su caída el Primer Triunvirato había liberado "de toda clase de derechos en su extracción las carnes saladas, tasajo, mantas, lenguas, atocinados y demás productos de esta especie" así como toda duelería y arquería (usadas para envasar los productos mencionados anteriormente). Ver H.C.E. Giberti,op. cit., p. 83. No obstante esta reducción de los impuestos a la exportación e importación, debe destacarse su enorme incidencia como fuente de recurso fiscal para el gobierno porteño. Entre 1811 y 1815 los impuestos sobre la importación implicaron una proporción del 41,15% de los ingresos fiscales. Por su parte, los gravámenes sobre la exportación representaban el 67,11% de dichos ingresos. Ver también T. Halperín Donghi, Guerra y finanzas..., p. 91.
Tulio Halperín Donghi, "La expansión ganadera en la Campaña de Buenos Aires, 1810-1852", Desarrollo Económico, III, Abril-Septiembre de 1963, pp. 80-82, cit. en Vera Blinn Reber, British mercantile houses in Buenos Aires, 1810-1880, Ph.D. dissertation, University of Wisconsin, 1972, p. 23.
T. Halperín Donghi, Guerra y finanzas..., p. 95.
Consultar cuadros sobre Ingresos de la Real Caja de Buenos Aires, 1806-1810 (cuadro I) e Ingresos y creación de recursos financieros, 1811-1815 (cuadro II), citados en ibid., pp. 119-121.
Los hermanos John Parish y William Robertson fueron los paradigmas de esta primera etapa de "comercio aventurero" que caracterizó a la década posterior a la revolución de Mayo. Estos comerciantes pioneros vendían directamente sus productos viajando a las provincias del Interior e intercambiándolos por productos pecuarios tales como cueros, cuernos, sebo, lana. Sus operaciones fueron inicialmente bastante lucrativas, pues se adaptaron al sistema de crédito en uso, prefiriendo recibir pagos en productos más que en moneda (dato relevante dada la crónica escasez de metálico en el Interior), pagando altos precios por los cueros y colocando a bajos precios sus propios productos manufacturados. Esta estrategia permitió a los Robertson ganar el mercado de las provincias del Litoral e Interior, socavando a sus eventuales competidores locales. En un año, contado entre los meses de enero y octubre, ellos podían embarcar no menos de 50.000 cueros de vaca, 100.000 cueros de caballos y numerosos fardos de lana y cerda. Aunque el conjunto de esta producción, comprada por trueque, transportada en carretas hacia el río y embarcada demandaba esfuerzos de organización, las dificultades parecían pequeñas en comparación con el beneficio del 100% que los hermanos Robertson obtenían por sus operaciones. Para tener una idea aproximada del alto margen de ganancia obtenido por este comercio "aventurero", los Robertson establecían, por ejemplo, un contrato con un estanciero correntino por 20.000 caballos salvajes. Los caballos eran tomados de la hacienda a un costo de 3 peniques cada uno, eran muertos por otros 3 peniques, limpiados por 3 peniques y conducidos en carreta a Goya por otros 3 peniques, o sea, un costo total inicial de 12 peniques por cuero de caballo. Mientras que el valor de mercado del cuero de caballo era en Buenos Aires de 36 peniques cada unidad, la venta de estos cueros en el Reino Unido llegaba al precio de 84 a 96 peniques. Por lo tanto, esos mismos cueros de caballo eran vendidos a un 2800% a 3000% por encima del costo inicial del caballo. Deduciendo los costos de transporte entre Goya y Londres (aproximadamente de 36 peniques por cada cuero), las ganancias llegaban al nada despreciable porcentaje del 166 2/3 % del costo inicial del caballo. Ver al respecto V.B. Reber, op. cit., p. 146. Además, los hermanos Robertson estimularon la organización inicial del comercio interno de cuero en el Río de la Plata, la inmigración y el establecimiento del primer banco en Buenos Aires. William Robertson, en nombre del gobierno de la provincia de Buenos Aires, acordó el empréstito con la Baring Brothers en 1824 junto al comerciante porteño Félix Castro y otras tres casas mercantiles  y John Robertson promovió la poco exitosa Compañía Minera de Famatina en 1825, proyecto abortado entre otros factores por la guerra entre Buenos Aires y el Imperio de Brasil.
Ver V.B. Reber, op.cit., p. 146 y Tulio Halperín Donghi, Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972, p. 102.
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