Por algunos días la derecha no ocultó su estupor.
El Panorama político del diario La Nación, que no estaba firmado aunque se sabía en el ambiente periodístico político que era escrito por un joven abogado en ascenso que militaba en las juventudes católicas llamado Mariano Grondona, señaló sin inhibiciones que había triunfado la “dialéctica del paredón” y, en un sutil llamado al golpe, subrayó el papel que deberían desempeñar “los grupos de presión y factores de poder (...), capaces de aportar nuevos contrapesos que el Estado no contiene ya dentro de sus propios engranajes”.
Usted, una revista que se decía era financiada por la SIDE, aunque esto último siempre resulta difícil de comprobar, incluyó a toda página un título alarmante: “Boom soviético en Buenos Aires”.
Y simultáneamente llovieron las declaraciones de los políticos de derecha. Vicente Solano Lima, número uno del Partido Conservador Popular, que doce años después acompañaría a Héctor J. Cámpora en la fórmula presidencial del Frejuli, se quejó de que el centro y la derecha “están anarquizados”, mientras las izquierdas “se están canalizando en una dirección”. Y Eduardo Augusto García, uno de los dirigentes conservadores más conocidos de la época, declaró sin pelos en la lengua: “Me aflige que el triunfo del doctor Alfredo Palacios haya sido facilitado por las izquierdas, especialmente los comunistas, que procuran la destrucción de nuestro régimen constitucional”.
Por su parte, el comandante en jefe del Ejército, teniente general Carlos Severo Toranzo Montero, que era furiosamente antiperonista y siempre se había negado a recibir a dirigentes obreros, esta vez, apenas tres días después de las elecciones, se apresuró a dialogar con una delegación de las 62 integrada, entre otros, por Amado Olmos (Sanidad), Juan Carlos Loholaberry (textil), Nicolás Raccini (aguas gaseosas) y el recordado dirigente de los empleados de farmacia Jorge Di Pasquale, que tres lustros después sería un detenido-desaparecido más durante la última dictadura militar. Toranzo Montero no ocultó el objetivo de la reunión: evitar que el peronismo se vuelque a la “izquierda castrista”. Pero se encontró con un grupo muy combativo que, inmediatamente, le exigió el cese de la represión y la libertad inmediata de los presos del Plan Conintes.
Las juventudes de los dos partidos que habían apoyando la candidatura de Palacios salieron a celebrar la victoria con banderas rojas y fotos de Fidel y el Che. Y numerosos cánticos en los que predominaba el desafiante “paredón, a todos los burgueses que vendieron la nación” (años más tarde, obviamente, los acontecimientos harían cambiar la palabra “burgueses” por “milicos”). Y la revista Che, que dirigía Pablo Giussani, con la secretaría de redacción del ya nombrado Latendorf, publicaría la foto del rostro de Fidel en la tapa con este título: “Cuba plebiscitada en Buenos Aires”.
Pero la euforia no duró demasiado tiempo. Terminado el escrutinio, Palacios trató de tomar distancia de la juventud más radicalizada. Empezó a formular declaraciones antisoviéticas, criticó los fusilamientos en Cuba y, para calmar el ambiente, visitó a tres políticos que habían sido sus adversarios en la elección: Lucas Ayarragaray (demócrata cristiano), Eduardo Augusto García (conservador) y Agustín Rodríguez Araya (Unión Cívica).
El escritor David Viñas, que todavía hoy recuerda con entusiasmo aquellas jornadas inéditas “en las que el socialismo venció a la orden de Perón”, publicó entonces en la revista Che una nota de advertencia: “Cuidado con los caballeros, doctor Palacios”.
Pero Palacios ya escuchaba únicamente a quienes le susurraban al oído que había sido un triunfo personal suyo y no un “giro a la izquierda” de las masas. Y las juventudes no ocultaron su malestar.
Estas tensiones generaron poco después la división del viejo Partido Socialista Argentino en varias fracciones. Y Palacios, que en esa fragmentación terminó apoyando al ala más de derecha del partido, falleció en 1965, cuando aún le faltaban algunos años para concluir su mandato como senador.
Más allá de sus errores, queda como saldo la trayectoria impresionante y plena de aportes positivos de un socialista reformista nato que, desde 1904, cuando el barrio de La Boca lo eligiera el primer diputado socialista de América, hasta su muerte, fue factor clave en la promulgación de leyes proobreras, dejando además libros importantes, como El nuevo Derecho, La fatiga y sus proyecciones sociales, Nuestra América y el imperialismo yanqui, Almafuerte y tantos otros.
Herman Schiller
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