Por supuesto, ni aun imitando la extrema cautela con que el doctor Miguel Ángel de Marco presenta el libro, y que pretende, por medio de generalizaciones e inteligentes subterfugios, otorgarle un aire de objetividad y ecuanimidad política, ninguna biografía actual de Roca puede eludir los "puntos oscuros" del homenajeado, ni dejar de discutir con las centenas de historiadores han venido señalándolos durante un siglo, "puntos oscuros" muchísimo más evidentes e injustificables que las fallas y limitaciones de la mayoría de los políticos de la época.
Sin la grandeza y la complejidad intelectual de un Sarmiento, sin la capacidad de ver al otro de un Mansilla ni, como es evidente, la inteligencia ni la ética de un General Paz, Roca aparece menos como un pensador que como un militar; menos como un ideólogo que como el implacable ejecutor de un proyecto político inventado por otros; menos como un hombre atento a resolver contradicciones que como una mente siempre lista para anularlas, suprimiendo a sangre y fuego uno de sus polos; en fin, menos como una "figura polémica" que como un emblema de lo peor de ese "régimen" sobre el que, sí, todavía se polemiza, atendiendo a la riqueza de figuras como las nombradas.
Roca, el libro, está dividido en cuatro partes, cada una precedida por un breve prólogo a cargo de un historiador reconocido; y es curiosamente el primero, a cargo de Félix Luna, y que en teoría debería limitarse a la "vida familiar", el que aporta, con la amenidad y la agudeza propia del autor, conceptos más originales y valiosos en este sentido: más que un "militar ante todo", Luna revela a Roca como un hombre de naturaleza profundamente autoritaria, de idéntica implacabilidad con los adversarios en la guerra y en la política, e incluso con los "desvíos" de sus propios familiares y amigos. De una inteligencia indudable, sí, pero, de naturaleza práctica, -muy al estilo de Perón, como brillantemente sugiere Luna- la primera ocupación de Roca parece haber sido el cálculo y la intriga con el fin de asegurarse el voto, o mejor dicho, el fraude a su favor; una naturaleza en la que siempre primó la pasión irracional del poder, por sobre toda consideración afectiva.
Su propio matrimonio, acota Luna, más allá de lo indudable del amor por su esposa, fue antes que nada una estrategia para la inserción en una clase, esa discreta burguesía criolla a la que, por lo demás, se desveló por dotar de cohesión, de una extrema conciencia de sí misma, y por supuesto, en lo económico, de un poder nunca antes conocido en las sociedades criollas. Como dato al pasar, todavía hoy asombra que cada apellido de su vasta familia nombre una calle distinta del barrio de Recoleta.
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