domingo, 3 de junio de 2018

La asombrosa vida del joven Belgrano - Parte 4

Es que el "cabildazo" de Buenos Aires no gustaba en ciudades como Córdoba, Montevideo, Asunción del Paraguay… ¡Y ni hablar de la rica y monárquica Lima, la ciudad del oro, los marqueses y la Inquisición!

La Primera Junta, con la firma de todos sus miembros, excepto Alberti por su condición de sacerdote, resuelve que todos los contrarrevolucionarios sean "arcabuceados". Saavedra, como Belgrano y Castelli, había compartido con Liniers la Reconquista de Buenos Aires. Todos ellos le tenían gran aprecio.


La ejecución de Liniers y los suyos, para colmo, fue tortuosa. Al recibir la orden, el 10 de agosto, el coronel Antonio Ortiz de Ocampo se negó a cumplirla. Amagó enviar los prisioneros a Buenos Aires, para que Moreno se hiciera cargo. Este recibió la noticia y, furioso, repitió la orden de "arcabucearlos". El 26 de agosto, cuando asistían a la misa que celebraba Monseñor Orellana (otro conjurado) en la capilla de Cruz Alta, fueron prendidos y trasladados a Chañar de los Loros. Allí, el miembro de la Junta Juan José Castelli les leyó la sentencia.

Moreno había escrito a Castelli: "Espero que no incurrirá en la misma debilidad que nuestro general; si todavía no cumpliese la determinación, irá Larrea, y por último iré yo mismo si fuese necesario". Al parecer, hubo que convocar a desertores irlandeses, de los muchos que se habían alistado en 1806-1807, y que siendo gringos no trepidaban ante el prestigio de Liniers. Colofón: todos fusilados, salvo el obispo, quien fue remitido preso a Luján. Agregan los testigos que el tiro de gracia -triste privilegio- lo efectuó el coronel Domingo French.

Una linda estampa de Belgrano: "El general era de regular estatura, pelo rubio, cara y nariz fina, color muy blanco, algo rosado, sin barba. Tenía una fístula bajo un ojo, que no lo desfiguraba, pues era casi imperceptible. Su cara era más bien de alemán que de porteño. 
No se lo podía acompañar por la calle, porque su andar era casi corriendo. No dormía más que tres o cuatro horas. A medianoche montaba a caballo y salía de ronda, a observar su ejército, acompañado sólo de un ordenanza. Era tal la abnegación con que este hombre extraordinario se entregó a la libertad de su patria, que no tenía un momento de reposo. Nunca buscaba su comodidad; con el mismo placer se acostaba en el suelo o en una mullida cama". (José Celedonio Balbín, "Documentos del Archivo de Belgrano").

Evidentemente, el alma de Manuel había cambiado vertiginosamente. En su juventud, aquel chico que lo tenía todo fue idealista, desordenado, soñador. En la madurez, un fanático del orden y la seriedad.

Murió en el año del caos, el 20 de junio de 1820 y al entrar en agonía pagó sus honorarios al médico inglés Joseph Redhead, con un reloj de oro de su propiedad. Otro médico, también británico, el Dr. John Sullivan, ayudó a amortajar el cuerpo, que fue enterrado en el atrio de la Iglesia de Santo Domingo.

El creador de la bandera y miembro de la Primera Junta dejó dos hijos, siendo soltero: Mónica Belgrano y don Pedro Rosas y Belgrano, hijo adoptivo de Juan Manuel de Rosas, que lo anotó como propio. Tenía 50 años y era muy pobre.




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