lunes, 9 de abril de 2018

La batalla de Caseros y la caída de Rosas - Parte 1


El 3 de febrero de 1852 el “Ejército Grande” integrado por la Banda Oriental, Brasil, Corrientes y Entre Ríos al mando de Urquiza vencía a Rosas. Apuntes sobre la batalla y su naturaleza políti

El 3 de febrero de 1852 tuvo lugar la batalla de Caseros, en la que el “Ejército Grande” integrado por el imperio de Brasil, Uruguay junto a exiliados porteños en la entonces Banda Oriental, Entre Ríos y Corrientes a las órdenes de Justo José de Urquiza vencía al gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas.
El sentido estratégico de Caseros
A lo largo del siglo XIX la formación de la Argentina moderna atravesó distintas etapas políticas acompañadas de enfrentamientos y conflictos civiles armados, de variado tipo y envergadura, que actuaron como fuentes de legitimidad política o adquirieron un papel destacado en los procesos de construcción estatal. Por ejemplo, el periodo inmediato a la ruptura colonial fue caracterizado por Halperín Donghi como una etapa de “Revolución y guerra” para señalar el proceso de politización y militarización que atravesó, en todas sus facetas, la sociedad en esa época. Es posible reconocer otro momento hacia 1820, cuando lo militar adquiere una nueva legalidad con el afianzamiento del caudillismo y las milicias montoneras provinciales como un fenómeno emergente frente a la disolución del poder nacional que, aunque precario, concentraba las decisiones de un orden político inicial en construcción.
La batalla de Caseros expone en el lenguaje de las armas el inicio de una etapa transicional hacia la consolidación definitiva del país como semicolonia capitalista y a Pavón como su punto consagratorio. Caseros representa, como acto de fuerza, el intento de los sectores dominantes bonaerenses y del litoral de imponer su voluntad sobre el rosismo, en función de sus intereses económicos y a más largo plazo políticos.
La etapa de gobierno rosista –previo a Caseros– había asegurado la hegemonía y la acumulación de capital de los sectores terratenientes de la provincia de Buenos Aires y en menor medida del Litoral sobre los comerciantes porteños y las oligarquías provinciales del interior, combinando la expansión de la frontera productiva, el aumento del stock ganadero y la comercialización en el mercado interno con el control de la navegación de los ríos y el manejo de los ingresos provenientes de la aduana. El equilibrio inestable de esta alianza de poder se altera en los años previos a Caseros y se expone abiertamente con el pronunciamiento de Urquiza en 1851.
Varios son los factores que inauguran estas condiciones. Las fuerzas centrípetas del comercio internacional se hacen sentir en Buenos Aires y serán el preludio de estos cambios. Son los años en los que el capitalismo se afianza a nivel mundial, expandiéndose a nuevas ramas de producción (segunda revolución industrial) y aumentan los flujos comerciales y la demanda de materias primas. Los terratenientes porteños se plantean estrechar los lazos con el comercio mundial a gran escala, superar el agotamiento del régimen de los saladeros, dar mayor impulso al libre comercio y a la exportación de cuero y lana. En otras palabras, imprimir un nuevo rumbo a al imaginario político y a la economía bajo el modelo de Rosas.

Un segundo aspecto está vinculado a la recuperación de la economía ganadera de la región del Litoral de conjunto y especialmente la entrerriana durante el período de la Guerra grande en la Banda Oriental (1838/51) y los sucesivos bloqueos anglofranceses a Buenos Aires. Los estancieros del litoral habían experimentado y confirmado durante esos años las ventajas de liberar el comercio fluvial y ultramarino al establecer vínculos directos con Montevideo. Así como hemos señalado los límites del nacionalismo rosista, Urquiza tampoco puede ser considerado un mero títere de las potencias extranjeras. El líder entrerriano, que desde 1841 se había convertido en el gobernador más poderoso del litoral, se transformó en el representante de este nuevo frente decidido a tomar las riendas para la reorganización de los negocios del país enfrentando a Rosas.

Se planteó, de este modo, una confluencia transitoria de intereses entre los terratenientes porteños, los sectores del Litoral y la joven burguesía comercial porteña, ésta última históricamente dependiente e intermediaria del capitalismo europeo, favorable a profundizar el intercambio y el libre comercio. Como plantea M. Peña, “llegó un momento en que el sistema rosista ya no sirvió (...) y entró en conflicto con la clase que lo había sostenido desde la primera hora. A la hostilidad de los estancieros del Litoral se sumaba la de los estancieros porteños, la propia base de sustentación de Rosas.”


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