La propuesta de Leiva es aprobada por el Cabildo; pero, con la prudencia que las circunstancias aconsejen, se acuerda que antes de darla a publicidad conviene “explorar la voluntad de los señores Comandantes de los cuerpos de esta guarnición, instruirles de la resolución y de su objeto, y exigir de ellos si se hallan en ánimo y posibilidad de sostenerla".
Se convoca nuevamente a los Jefes militares. Allí están ahora Saavedra, Gerardo Esteve y Llach, Terrada, Ocampo, Pedro Andrés García, Rodríguez y Merelo, que después de escuchar la propuesta, le dan su aprobación y prometen su apoyo. Aparentemente, ya no hay ninguna dificultad para que la Junta entre en funciones y a las tres de la tarde se realiza la ceremonia del juramento. La inicia el alcalde Lezica con una ferviente arenga y la cierra Cisneros con su discurso como Presidente de la Junta. Asegura al pueblo que el gobierno provisional se compromete a ocuparse muy especialmente por la seguridad y conservación de las tierras rioplatenses “y a mantener el orden, la unión y la tranquilidad públicas”.
A las cuatro de la tarde, la Junta se dirige al Fuerte y allí marchan poco después las autoridades para cumplimentar al nuevo gobierno provisional.
Todo parece haber salido según los planes de Leiva y el Cabildo. Pero los hechos se encargan de demostrar inmediatamente que no es así. La decisión del Cabildo apoyada por los jefes militares sorprende y excita a los dirigentes del movimiento revolucionario. Enseguida se suceden las reuniones destinadas a llevar adelante una acción para revisar los hechos consumados. A las ocho de la noche, la casa de Rodríguez Peña es escenario de una agitada reunión de dirigentes civiles y oficiales de los cuerpos.
Allí se llega a una conclusión: es necesario “deshacer lo hecho, convocar nuevamente al pueblo”, y obtener del Cabildo una modificación sustancial. Inmediatamente se llama a Castelli que, tras vacilar inicialmente, termina por aceptar el criterio de la mayoría. Luego salen emisarios en todas direcciones y, al cabo de rápidas gestiones, los jefes militares reconocen su error. Todo se sucede aceleradamente y los revolucionarios consiguen, finalmente, el propósito buscado: a las nueve y media de la noche los miembros de la Junta, convencidos de que su permanencia acarreará gravísimos conflictos, presentan sus renuncias al Cabildo con el pretexto de que el no haberle quitado a Cisneros el mando de las fuerzas ha creado descontento. Aunque se plantea al Cabildo la urgencia de resolver la situación, éste nada dispone esa noche. Mientras tanto, los revolucionarios no se dan tregua y trazan por su cuenta un preciso plan de acción para asegurarse la posesión formal del gobierno y la destitución absoluta del Virrey.
La experiencia ya les ha demostrado que deben ir preparados y con candidatos propios. Proyectan entonces la lista que habrán de defender. Esa noche, la agitación de los revolucionarios y la angustia de los partidarios del Virrey llenan las sombras que ya han caído sobre Buenos Aires.
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