6. Un alegato decisivo
El discurso de Villota desconcierta a Castelli, porque abre en su argumentación una brecha que no había previsto. No todo está perdido, para los patricios, sin embargo, pues salvadoramente aparece entonces la mente lógica de Juan José Paso. Su contrarréplica pone punto final a la resistencia española:
Dice muy bien el señor Fiscal, que debe ser consultada la voluntad general de los demás pueblos del Virreinato; pero piénsese bien que en el actual estado de peligros a que por su situación local se ve envuelta esta capital, ni es prudente ni conviene el retardo que importa el plan que propone. Buenos Aires necesita con mucha urgencia sea cubierto de los peligros que la amenazan, por el poder de la Francia y el triste estado de la Península.
Para ello, una de las primeras medidas debe ser la inmediata formación de la junta provisoria de gobierno a nombre del señor don Fernando VII; y que ella proceda sin demora a invitar a los demás pueblos del Virreinato a que concurran por sus representantes a la formación del gobierno permanente".
De este modo, apelando a circunstancias de hecho, fundamenta Paso el derecho de Buenos Aires a instaurar un gobierno provisional. Abrumado por una emoción que llega hasta las lágrimas, Villota no acierta a encontrar argumentos valederos para destruir el sólido alegato de Paso. El fiscal interviene entonces nuevamente y, con voz entrecortada, echa en cara a los porteños su desapego a la doliente España:
- Es muy doloroso que en la ocasión de su mayor amargura, trate Buenos Aires de afligirla con una novedad de esta clase, oscureciendo por una equivocación de concepto las glorias que tenía adquiridas.
Mientras tanto, los invitados y la barra participan activamente. "Las reflexiones del doctor Castelli son aplaudidas con vivas y palmadas del partido más numeroso - dice el informe oficial de oidores-, al paso que a las del Fiscal sólo corresponden las lágrimas de los buenos españoles”. El duelo oratorio entre Paso y Villota, de modos, no termina en el Cabildo. Desde entonces se produce entre ambos un distanciamiento personal.
El General Pascual Ruiz Huidobro también fija su posición, "más atento a su ambición -según Cisneros-, que al servicio de Su Majestad". El Virrey sospecha que el general cuenta “con que, depuesto el legítimo Virrey, recaería en él el mando como oficial de mayor graduación”.
Fuera o no justificada la suspicacia de Cisneros, lo cierto es que Ruiz Huidobro sostiene la necesidad de separar inmediatamente al Virrey del mando “por haber caducado en España la representación soberana que lo nombró”, y agrega que "debe el Cabildo reasumirla, como representante del pueblo, para ejercerla ínterin se forme un gobierno provisorio dependiente de la legítima representación que haya en la Península de la soberanía de nuestro augusto y amado monarca el señor don Fernando Séptimo". Al concluir, Ruiz Huidobro recibe “el débil aplauso de que le victoreen y digan alabanzas -se lamentaría más tarde Cisneros - tanto los partidarios que asisten al Congreso, como las gentes que con estudio han introducido a la plaza”.
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