En medio de la expectativa general, abre la sesión el escribano del Cabildo, Justo José Núñez: lee la proclama especialmente preparada, en la que se aconseja mesura, prudencia y serenidad en las discusiones, sin perjuicio de que todos puedan expresar su opinión en libertad; se destaca, asimismo, la necesidad de consultar a las provincias interiores del Virreinato y la conveniencia de no llevar a cabo mudanzas catastróficas.
Enseguida Núñez pronuncia la fórmula de rigor: “Ya estáis congregados; hablad con toda libertad".
Entonces comienza un debate que durará cuatro horas. Por momentos, la sesión se torna desordenada y tumultuoso. Uno de los asistentes, partidario del Virrey, el coronel Francisco Orduña, contará más tarde que había sido “tratado públicamente de loco” por no participar de las ideas revolucionarias, y que igual trato se había dado a “otros jefes militares veteranos y algunos prelados" que acompañaron su voto.
Un testigo anónimo, también partidario del Virrey, será más explícito: “Se les obliga a votar en público y al que votaba a favor del jefe, se le escupía, se le mofaba, hasta el extremo de haber insultado al Obispo”. En este clima, los oradores proliferan, los términos empleados son muchas veces duros y no faltan los insultos. Sin embargo, los discursos principales se reducen a cinco: son los que pronuncian el obispo Benito de Lué y Riega, el doctor Juan José Castelli, el General Pascual Ruiz Huidobro, el Fiscal de la Real Audiencia, Doctor Manuel Genaro Villota, y el Doctor Juan José Paso.
Según contará luego Saavedra, el obispo - oriundo de Asturias - habla “largo como suele”. Lué es "singularísimo en su voto”. Dice que “no solamente no hay por qué hacer novedad con el Virrey, sino que aun cuando no quedase parte alguna de la España que no estuviese subyugada, los españoles que se encuentran en las Américas deberían tomar y asumir el mando de ellas; éste sólo podrá venir a manos de los hijos del país, cuando ya no quede un solo español en él". En la versión de un cronista anónimo, el obispo resulta más concreto:“Aunque haya quedado un solo vocal y arribase a nuestras playas, lo deberíamos recibir como a la Soberanía”'. El argumento irrita a los revolucionarios y a la barra.
Tanto, que más tarde el obispo corta el discurso de un opositor, que le replica, diciéndole:
- A mí no se me ha llamado a este lugar para sostener disputas sino para que caiga y manifieste libremente mi opinión y lo he hecho en los términos que se han oído.
Tan desconcertante resulta la posición del obispo, que nadie, ni siquiera los más acérrimos partidarios del Virrey, lo va a acompañar con su voto.
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