Bajo fuego
La espera fue larga. El sitio se prolongó durante meses hasta que en junio de
1880, el ejército chileno lanzó la ofensiva final con fuerzas bien adiestradas
que triplicaban a las peruanas. Según relató más tarde Roque, el jefe de la
guarnición de Arica, el coronel Bolognesi, intimado a capitular, convocó a su
estado mayor y le dijo: 'Yo soy viejo, para mí será un golpe de fortuna morir
gloriosamente aquí, pero no es el caso de ustedes, que son jóvenes". Los
oficiales en forma unánime decidieron luchar hasta el final y a la tropa no le quedó
otro camino que seguirlos. La ofensiva duró tres horas. Roque, herido en un
brazo, siguió defendiendo su sector. Cuando el enemigo avanzaba a degüello, sin
hacer prisioneros, el argentino se encontraba en el reducido grupo de los
sobrevivientes. Un oficial chileno que lo reconoció le salvó la vida. Mientras
lo llevaban en cautiverio, Roque pasó junto al cadáver destrozado de Bolognesi.
Nunca olvidaría la trágica escena.
Prisionero en Chile, se habló de fusilarlo. Pero de nuevo se movilizaron sus
amigos y lograron que una dama de la aristocracia chilena, Emilia Herrera de
Toro, muy activa en el mundo político e intelectual, intercediera ante el
Presidente. Fue Cané quien se ocupó de informarla. Emilia era una figura
legendaria de la sociedad local, protectora y amiga de los exiliados argentinos
de la época de Rosas (como Sarmiento y Juan María Gutiérrez). Ella se ocupó de
Roque con tino e inteligencia y logró que fuera confinado en un buen lugar. Se
empeñó asimismo en curar la intensa desazón y angustia que le producía la
campaña de la prensa chilena para desprestigiarlo: el prisionero temía que las
calumnias repercutieran en Buenos Aires con resultados lesivos a su honor, y se
negaba a volver a su país mientras todo esto no se hubiera aclarado.
Finalmente, Roque volvió y en Buenos Aires se le hizo un gran recibimiento,
como digno representante de la opinión y de los sentimientos argentinos.
Después de unos meses de duelo retomó su carrera civil y a partir de entonces
sobresalió entre los notables de su generación como diplomático al servicio de
las relaciones interamericanas y como político partidario del sufragio libre.
No obstante, su acción juvenil y romántica en el Perú lo marcó para toda la
vida. Cuando en 1902 el país estuvo a punto de entrar en guerra con Chile, y el
presidente Roca se inclinó por aceptar los Pactos de Mayo, Roque se alineó
entre los que condenaban al gobierno argentino por su derrotismo. Entonces doña
Emilia Herrera volvió a escribirle y con elegancia y sentido común le expresó las
ventajas de la paz para las dos naciones. Roque tomó nota de estas
observaciones. Su actitud hacia Chile se flexibilizó
En 1905, el gobierno del Perú, que estaba en tren de modernizarse y necesitaba
apelar a la memoria de los héroes, decidió hacerle un homenaje: lo ascendió al
grado de general de brigada del ejército peruano y lo invitó a estar presente
en la inauguración del monumento al coronel Bolognesi, en Lima. Roque viajó
acompañado por su mujer y su hija. Funcionarios y entidades privadas se desvivieron
por agasajarlo. En los discursos y conferencias pronunciadas, insistió en que
el sufragio libre es el único que legitima a los gobiernos; también afirmó que
el Estado moderno debe atender la cuestión social y arbitrar en el conflicto
entre patronos y obreros. Estos conceptos novedosos formaban parte del ideario
político de quien ya se proyectaba como futuro presidente. Realizar esta
reforma pacífica requería tanto o más decisión y coraje cívico que el valor que
se pone a prueba en la guerra.
Roque Saenz Peña pudo concretar en parte su proyecto cuando fue elegido
presidente de la Nación, en 1910. Su mandato concluyó antes de lo esperado.
Falleció a consecuencia de una enfermedad contraída en su juventud, en los
campamentos de la Guerra del Pacífico.
© LA GACETA María Sáenz Quesada - Licenciada en Historia. Directora de la revista Todo es Historia.
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