TRASCENDENCIA INTERNACIONAL
El Instituto de Fisiología pronto alcanzó resonancia
internacional. Al decir del eminente fisiólogo estadounidense Carlson, “Houssay
puso a la Argentina en el mapa mundial de la Fisiología”. En ese Instituto
comenzó una etapa brillante de las ciencias argentinas. Houssay supo encontrar
a los mejor dotados, intelectual y moralmente, para formarlos en una ciencia básica
cuyo desarrollo, decía convencido, beneficiaría a la medicina, criterio que no
compartían muchos de sus colegas, pues no entendían “por qué prefería la locura
de enterrarse en el laboratorio aguantando malos olores para tener el placer de
ver bailar las patas de una rana. Además, sus trabajos no permitían ver
utilidad práctica inmediata
En ese instituto—cátedra, se enseñaba fisiología a
estudiantes de medicina, farmacia y odontología, pero, al decir de Virgilio
Foglia, uno de sus alumnos y posteriormente dilecto colaborador “entre las tres
carreras sumaban mil estudiantes (…) ya que todas tenían el mismo profesor.
Houssay sostenía que la enseñanza no tenía que ser teórica sino también
práctica, por eso mostraba experimentos y trataba, en lo posible, que los
alumnos pudieran realizarlos. Pero para atender a mil estudiantes tenía sólo
tres ayudantes.
Por supuesto eso no funcionaba. Lo solucionó organizando un
concurso entre los alumnos del año correspondiente, entre los cuales elegía a
veinte. El enseñaba a esos veinte y éstos a su vez a sus compañeros”. Años
después, un aumento del presupuesto le permitió a Houssay nombrar veinte
ayudantes rentados. Allí comenzó su carrera de investigador el doctor Foglia y
muchos otros discípulos entre los que descollaron Eduardo Braun Menéndez y Luis
Federico Leloir.
Durante casi 25 años al frente del Instituto de Fisiología,
Houssay investigó y publicó sobre infinidad de ternas, colaboró con revistas
internacionales y por sobre todas las cosas formó excelentes investigadores, no
sólo de nuestro país sino becarios que llegaban de todas partes del mundo. Uno
de ellos, tal vez el más destacado, el doctor Ulf Von Euler, Premio Nobel de
Fisiología en 1970.
Todo lo lograba en base a talento y esfuerzo, era
incansable. Según su propia definición “descansaba cambiando de tarea”. Pero
tal vez lo más destacable de su personalidad fue su amor a la patria.
Incontables veces envió a sus discípulos a perfeccionarse en el exterior (dos
líneas suyas bastaban para conseguir una plaza y hasta una beca en cualquier
Centro del mundo); él mismo viajó mucho (aunque su primera salida del país fue
en el año 1937), pero siempre quiso volver. Así lo prueban infinidad de
invitaciones rechazadas y una conocida carta desde Washington a uno de sus colaboradores:
nos quieren hacer quedar y hasta ofrecen traer todo el personal de Buenos
Aires, si quiero. Pero entre el 9 y el 12 de abril estaré en Buenos Aires. El
31 de marzo acaba mi compromiso. Los recursos son amplios, la gente amable,
ávida para aprender, llena de interés científico. Pero (…) quiero dedicarme al
desarrollo científico del país donde nací, me formé, tengo amigos, nacieron mis
hijos, luché, aprendí, enseñé, etc.
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