LA POLÍTICA, ESA ENTROMETIDA
Esos veinticinco años de esfuerzos resultan poca cosa para
quienes no tienen escrúpulos ni siquiera para usurpar el poder. Una declaración
pública firmada por Leloir entre otras personalidades de las ciencias, las
artes y la cultura reclamando la vuelta a la normalidad institucional, tras el
golpe del 4 de junio de 1943, determinó su separación de la cátedra, diversas
comisiones oficiales y hasta de la presidencia de la Asociación Argentina para
el Progreso de las Ciencias, una entidad privada de bien público. Para Houssay
fue un golpe demasiado fuerte.
Tras una tensa reunión en la que algunos de sus
colaboradores decidieron quedarse para salvar lo que pudieran, quince de sus
más inmediatos renunciaron a sus cargos y lo siguieron a la nada. Houssay pasó
a ser mala palabra. Se le prohibió consultar libros y revistas del Instituto
(la mayoría de los cuales habían sido donados por él). Visitó la Facultad de
Veterinaria para operar una oveja con gran conmoción del alumnado y a partir de
allí se le prohibió la entrada. Se distribuyeron panfletos y revistas dedicados
a insultarle y hasta se colocó una bomba en una ventana de su casa que no
provocó su muerte por cuestión de minutos. Pero lo peor para Houssay era la
inmovilidad. No podía dedicar-se solamente a estudiar y escribir; necesitaba
acción, más acción. Su vida era su trabajo, si era mucho, mejor.
Su rutina diaria, de lunes a sábado, comenzaba a las 8 en
punto cuando se reunía con sus colaboradores inmediatos. De 9 al 2 dictaba
cartas, discutía con sus colaboradores el progreso de las investigaciones,
recibía visitantes distinguidos, recorría todas las salas de trabajo y se
detenía a conversar con los alumnos. Tres veces por semana dictaba clase de una
hora con una puntualidad llamativa y nunca alterada. A las 12 se iba a almorzar
a su casa y aprovechaba esas 8 cuadras de caminata para leer algún texto
científico. Nadie se explica cómo hacía para entenderlo, memorizarlo hasta
poder discutirlo y, a la vez, no tener un accidente callejero.
A las 2 de la tarde operaba animales de laboratorio durante
dos o tres horas mientras conversaba con los que lo rodeaban y a la vez dictaba
cartas a su secretario. Un breve intervalo para tomar un té con sus discípulos
y una última recorrida por el laboratorio para informarse de los progresos o
aconsejar algún nuevo enfoque. Un hombre así no podía quedarse quieto mucho
tiempo.
mismo viajó mucho (aunque su primera salida del país fue
en el año 1937), pero siempre quiso volver. Así lo prueban infinidad de
invitaciones rechazadas y una conocida carta desde Washington a uno de sus colaboradores:
nos quieren hacer quedar y hasta ofrecen traer todo el personal de Buenos
Aires, si quiero. Pero entre el 9 y el 12 de abril estaré en Buenos Aires. El
31 de marzo acaba mi compromiso. Los recursos son amplios, la gente amable,
ávida para aprender, llena de interés científico. Pero (…) quiero dedicarme al
desarrollo científico del país donde nací, me formé, tengo amigos, nacieron mis
hijos, luché, aprendí, enseñé, etc.
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