Para los que tuvimos la suerte de conocer nuestra hermosa
provincia de Mendoza y acercarnos al pie de una de las cordilleras más altas
del mundo, la frase “San Martín cruzó los Andes” dejó de ser un versito
escolar. Enternece y conmueve pensar en aquellos hombres mal vestidos, mal
montados, mal alimentados, pero con todo lo demás muy bien provisto como para
encarar semejante hazaña. Y detrás y delante de ellos, un hombre que no dormía
pensando en complicarle la vida al enemigo y hacer justicia con la memoria de
los que lo habían intentado antes que él.
No lo ganaba la soberbia. Podía confesarle a sus mejores
amigos: “lo que no me deja dormir no es la oposición que puedan hacerme los
enemigos, sino el atravesar estos inmensos montes”.
Había que pensar en todo, en la forma de conservar la comida
fresca, sana, proteica y calórica. Entre los aportes del pueblo cuyano, no
faltó la sabiduría gastronómica expresada en una preparación llamada
“charquicán”, un alimento hecho a base de carne secada al sol, tostada y
molida, y condimentada con grasa y ají picante. Bien pisado, el charquicán se
transportaba en mochilas que alcanzaban para ocho días. Se preparaba
agregándole agua caliente y harina de maíz.
Ante la falta de cantimploras, utilizó los cuernos vacunos
para fabricar “chifles”, que resultaron indispensables para la supervivencia en
el cruce de la cordillera.
Pocos meses antes de iniciar una de las epopeyas más
heroicas que recuerde la historia militar de la humanidad, San Martín impone a
sus soldados y oficiales del Código de Honor del Ejército de los Andes, que
entre cosas sentenciaba: “La patria no hace al soldado para que la deshonre con
sus crímenes, ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas
ventajas ofendiendo a los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene. La
tropa debe ser tanto más virtuosa y honesta, cuanto es creada para conservar el
orden, afianzar el poder de las leyes y dar fuerza al gobierno para ejecutarlas
y hacerse respetar de los malvados que serían más insolentes con el mal ejemplo
de los militares. Las penas aquí establecidas y las que se dictasen según la
ley serán aplicadas irremisiblemente: sea honrado el que no quiera sufrirlas:
la Patria no es abrigadora de crímenes.” 1
A pesar de las enormes dificultades, aquel ejército popular
pudo partir hacia Chile a mediados de enero de 1817. Allí iban el pobrerío
armado y los esclavos liberados, todos con la misma ilusión.
El médico de la expedición fue James Paroissien, un inglés de
ideas liberales radicado en Buenos Aires desde 1803 y que había acriollado su
nombre, convirtiéndolo en Diego. Cuando estalló la Revolución, Paroissien
ofreció sus servicios al nuevo gobierno y fue designado cirujano en el Ejército
Auxiliar del Alto Perú. En 1812 se hizo ciudadano de las Provincias Unidas y el
Triunvirato le encargó la jefatura de la fábrica de pólvora de Córdoba. Allí
San Martín lo invitó a sumarse a sus planes y Paroissien fue el cirujano mayor
del Ejército de los Andes.
A poco de emprender la marcha, San Martín daba cuenta de lo
precario del aprovisionamiento de aquel ejército: “Si no puedo reunir las mulas
que necesito me voy a pie… sólo los artículos que me faltan son los que me
hacen demorar este tiempo. Es menester hacer el último esfuerzo en Chile, pues
si ésta la perdemos todo se lo lleva el diablo. El tiempo me falta para todo,
el dinero ídem, la salud mala, pero así vamos tirando hasta la tremenda.” 2
1 Arturo
Capdevila, El pensamiento vivo de San Martín, Buenos Aires, Losada,
1945.
2 Carta a Guido
del 15 de diciembre de 1816.
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