–Usted sostiene que, para las ideas liberales de aquella
época, Paraguay era un pueblo "bárbaro". ¿Esa lógica se puede ver hoy
en día también?
–Claro. En Europa, por ejemplo en The Economist, ya no
usan la palabra "bárbaro", pero sí hablan de ignorancia, de tozudez.
Es lo que ellos despectivamente llaman "populismo", que no se ajusta
a los moldes constitucionales que han fracasado rotundamente en Europa. En el
populismo hay una participación de las masas que la juridicidad burguesa no
acepta; no acepta que las masas se puedan expresar directamente. Siempre tienen
que hacerlo por la intermediación de sus representantes. Es un típico
ingrediente liberal de una juridicidad propia del capitalismo. Entonces, ahí
hay una deformación ideológica que no llega al nivel de Clarín o de Perfil –que
están en un nivel delictuoso, donde no hay respeto por la verdad elemental–,
pero sí es cierto que The Economist es un diario muy ideológico. Y lo
ideológico siempre deforma.
–¿Qué significa eso? ¿Cómo hace un intelectual para que lo
ideológico no termine primando por sobre los hechos?
–En primer lugar, hay que ver qué clase de intereses
priman en la cabeza de ese intelectual. A veces, el intelectual no es
consciente, pero está defendiendo intereses dominantes, simplemente porque su
formación cultural lo lleva a utilizar valores y significados que le
proporcionó la clase dominante. En segundo lugar, está la honestidad
intelectual. Si yo busco documentos y encuentro cosas que contrarían las
hipótesis que tengo, yo no debo ignorarlas, porque eso va a corregir el error
en mis hipótesis. La hipótesis no es una verdad: es una tentativa de arribar a
una cierta verdad a partir de una idea previa. Entonces, si uno no corrige esa
hipótesis, está falseando la historia. Cuando aparece la verdad, no hay que
tratar de ocultarla o justificarla.
–¿Y en cuanto a lo ideológico?
–Yo me fui del Partido Comunista de muy joven, porque nos
dimos cuenta de que eso se derrumbaba, que era una gran mentira. Sin embargo,
yo, como historiador, no puedo traicionar mis convicciones. Y por eso sigo
pensando que si hubo un sistema podrido en este mundo, es este que estamos
viviendo. El capitalismo es peor que el feudalismo. En el feudalismo todavía
existían comunidades, con toda la opresión que significaba el régimen feudal,
en las cuales el apoyo recíproco y la fraternidad tenían un valor para los
pobres. En cambio, como dice Tocqueville, el capitalismo es una sociedad
egoísta, de seres a los que no les importa absolutamente nada el destino de sus
vecinos. Hoy leí un artículo donde un organismo que estudia los cambios climáticos
explica que tenemos 20 años para cambiar esta situación de destrucción
ecológica, porque de lo contrario la humanidad entera se va al diablo. La vida
se va a hacer imposible para gran parte de las manifestaciones de la vida. Nos
vamos a liquidar. El capitalismo es un sistema que lleva a su propia
destrucción.
–En ese marco, ¿cómo pueden defenderse los países
latinoamericanos que, con matices entre sus distintos gobiernos, tienen
políticas y perspectivas distintas a las europeas?
–Mirá, hoy el gobierno de Venezuela está bastante
jaqueado, el de Dilma está pasando por bastantes apreturas, el de Cristina
acaba de tener una derrota electoral. Si estos gobiernos consiguen reponerse y
dar continuidad a este proceso que ha tenido manifestaciones magníficas,
entonces podemos tener confianza de que estaremos en mejores condiciones de
defender un desarrollo autónomo. Ahora tenemos que enfrentar un debilitamiento
simultáneo, la constitución de la alianza del Pacífico, que tiene un poder
económico y bélico muy importante. Y eso es para tener en cuenta.
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