Evaristo Carriego describió como pocos en sus versos al
barrio, los cafés y los guapos.
Es curioso y llama la atención. El hombre nunca escribió un
tango pero en su obra siempre aludió a elementos muy tangueros como el barrio,
las novias solas, los hombres con secretos llenos de tristezas… Por eso se lo
menciona como “el primer espectador de nuestros barrios pobres”, según
definición de Jorge Luis Borges. Y hay otra curiosidad: a pesar de haber
pintado en sus escritos la vida y las cosas de la Ciudad, ni siquiera había
nacido en Buenos Aires. Su nombre completo era Evaristo Francisco Estanislao
Carriego. Sin embargo, en sólo 29 años de vida, se convirtió en Evaristo
Carriego, de profesión poeta.
Había nacido en Paraná, Entre Ríos, el 7 de mayo de 1883.
Cuatro años después, la familia se mudó a La Plata. Y cuando el chico ya había
cumplido los 6, hubo otro cambio, esta vez para siempre: se instalaron en
Honduras 84 (hoy 3784, entre Bulnes y Mario Bravo). En aquel barrio, Evaristo
iba a encontrar el atalaya, ese mirador especial, que lo conectaría con la vida
en los suburbios de una ciudad que se llenaba de inmigrantes y mezclaba idiomas
en una Babel rioplatense. Si La Boca y Barracas eran el Sur del arrabal,
Palermo y el vecino arroyo Maldonado, lo eran en el Norte. Sólo alcanzaba con
mirar.
Después de la primaria y algunos años de secundaria, lo
orientaron para que hiciera una carrera militar. Pero, por suerte, su miopía le
jugó en contra y el adolescente cambió el destino de la espada por el de las
palabras. Además, en 1906, se hizo masón ingresando a la Logia Esperanza.
Ya la vida bohemia se había convertido en su razón de ser y
empezó a frecuentar redacciones anarquistas como la de “La Protesta”. Después
publicaría en “Ideas” y “Caras y Caretas”. También estaban los cafés
inspiradores como “Los Inmortales”, donde imponía sus versos. Para entonces ya
estaba fascinado con el nicaragüense Rubén Darío y con el argentino Pedro
Bonifacio Palacios (Almafuerte). Y amaba la historia, en general, y la vida de
Napoleón Bonaparte, en especial.
En 1908, Carriego publicó su primer libro de poemas. Se
titulaba “Misas herejes”. Las “misas” eran mensajes y eran “herejes” porque
estaban fuera de lo que se consideraba rectitud. En aquellos cinco “sectores”
que formaban el libro (“Viejos sermones”; “Envíos”; “Ofertorios galantes”; “El
alma del suburbio” y “Ritos en la sombra”) estaba lo que después se conocería
como “la mística tanguera”. Algo que se acentuó con los poemas póstumos
publicados en 1913 (Carriego murió en octubre de 1912) bajo el título “La
canción del barrio”, donde estaban los guapos, el café, el barrio y hechos
cotidianos como, por ejemplo, un casamiento o un velorio.
“El libro sin abrir y el vaso lleno/ Con esto para mí nada
hay ausente/ Podemos conversar tranquilamente:/ La excelencia del vino me hace
bueno” , escribió alguna vez ese poeta que siempre vestía de negro o azul
oscuro. También escribió: “Está lloviendo paz. ¡Qué temas viejos / reviven
en las noches de verano!.../ Se queja una guitarra allá a lo lejos/ y mi vecina
hace reír al piano” .
Para algunos murió por una peritonitis; para otros, por algo
más acorde con un poeta como él: tuberculosis. Lo cierto es que Evaristo
Carriego caló hondo en la historia bohemia y la literatura popular de Buenos
Aires. Su influencia se iba a reflejar después en otros poetas y escritores.
Entre ellos un muchacho que tampoco era de la Ciudad (había
nacido en Añatuya, Santiago del Estero) y sin embargo también se mantiene como
uno de sus referentes literarios y culturales más preciados. En los registros
aparece bajo el nombre Homero Nicolás Manzione, aunque en la memoria se lo
recuerda solamente como Homero Manzi. Pero esa es otra historia.
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