Trascendió por otras razones (la bandera, la Primera Junta,
las batallas), pero en la educación observamos uno de los puntos altos de héroe
civil y del estadista que fue. Apuntar a mejorar la educación en las últimas
décadas de la colonia era una audacia absoluta, porque se vivía en una sociedad
rígida y estamental. El acceso a conocimientos era muy limitado, el rol del
Estado era débil y sólo los más ricos podían educar a sus hijos. Hay una
magistral descripción de Mariquita Sánchez sobre cómo se educaban los niños en
la Buenos Aires virreinal: no había maestros, los alumnos llevaban su silla, el
único libro era el catecismo, sólo se aprendía a leer y escribir, algo de
aritmética, y las mujeres a coser y bordar.
Belgrano se rebela y plantea la imperiosa necesidad tanto de
la educación básica como de la especializada y técnica, orientada al trabajo y
a la producción. La Memoria que escribió Belgrano en 1796 es –según Mitre- “un
vasto programa de educación pública”. Para Belgrano, el fin último de la educación
era el trabajo, que a su vez era la “emancipación de los pobres”. En esa
memoria, Belgrano relata su dolor al observar en la misma ciudad “una infinidad
de hombres ociosos en donde no se ve otra cosa que la miseria y la desnudez”.
Describe “miserables ranchos”, y “criaturas que llegan a la pubertad sin haber
ejercido otra cosa que la ociosidad”, el “origen de todos los males de la
sociedad”.
La respuesta es escuelas de primeras letras, con “gratuidad,
calidad, cantidad”, que propone en “todas las ciudades, villas y lugares” en
los que tenga jurisdicción el consulado de comercio. También propone la
creación de cinco escuelas: de agricultura; de dibujo (al que considera “el
alma de todas las artes”); de hilado de lana; de comercio; y de náutica. Para
todas las ramas y niveles, propone el sistema de premios para fomentar la
dedicación de niños, jóvenes y adultos en las diferentes tareas. “Jamás me
cansaré de recomendar la escuela y el premio; nada se puede conseguir sin
éstos”, escribe. Es crucial el rol que le adjudica al premio como estímulo para
el logro de resultados en los estudios, e incluso al incentivo más determinante
que es el de quedarse afuera por malos resultados: en la escuela de náutica era
expulsado quien no aprobaba dos exámenes, y debía repetir el curso quien no
superaba un examen. Una forma de meritocracia que apostaba por la calidad
educativa y no solo por el permanecer. La mejora del rendimiento es su
prioridad.
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