Y bastó que se hiciera anunciar por el otro Pedro (Regalado Rodríguez), secretario escribiente de su excelencia, como portador de la referida misiva del general Oribe, para que, sin más trámite, fuera introducido a la presencia del Restaurador de las Leyes, el que, después de observarlo, de medirlo de arriba abajo, y de leer detenidamente la carta de su aliado, le preguntó, sin más preámbulo:
- ¿Usted es gallego?
- No, señor, -le contestó don Francisco, sonriendo maliciosamente- soy nativo de Cádiz.
- Bueno, -afirmó Rosas, impaciente- gallego de Cádiz.
- No, señor, -le retrucó nuestro hombre, achacando a ignorancia geográfica la afirmación de su excelencia- andaluz de Cádiz.
- ¿Y por qué usa la divisa? –le preguntó Rosas, que seguía observándolo, sin hacer caso de la rectificación.
- ¡La divisa! –exclamó don Francisco, palideciendo ante aquella mirada escrutadora- Uso la divisa porque…. –agregó tartamudeando, sin hallar en su solfa una nota que armonizara con la pregunta.
- Esa divisa, -le dijo entonces Rosas, con un fruncimiento de cejas que más lo estremeciera-, no la usan los gallegos si no son federales probados, ¿entiende?, y usted ha de ser uno de tantos que por adulonería se la ponen. Sáquesela no más y espere a que yo se lo ordene para ponérsela… En fin, ¿qué quiere? –volvió a preguntarle bruscamente.
- Pues yo he venido, excelentísimo señor, porque se me ha dicho que su excelencia desea que le formen una banda militar y yo podría…
- ¿Quién se lo ha dicho?
- Ultimamente el coronel Ximeno.
- ¿Usted es músico?
- Si, excelentísimo señor.
- ¿Y qué instrumento toca?
- Puedo decir que casi todos, excelentísimo señor, mal que bien; pero, mi especialidad es la flauta aguda -añadió don Francisco, con cierto tufillo pedantesco.
- ¡Aguda! –exclamó Rosas sorprendido-, ¡Flauta aguda!… ¿Qué instrumento es ese? –preguntó, como si extrañara el denominativo.
- Este, excelentísimo señor. -repuso el músico, quien, por lo que pudiera ocurrir o “por lo que potes contingere”, como él decía, lo llevaba en el bolsillo, y desenfundó un diminuto instrumento de ébano con varios agujeritos.
Rosas se lo tomó, hizo como si lo examinara prolijamente y devolviéndoselo:
- ¿Luego lo que usted toca es un pito? –le preguntó.
- Flauta aguda, excelentísimo señor…. –replicó don Francisco- Flauta aguda, -repitió- a que algunos dan, impropiamente, el nombre de pífano.
- No jorobe, amigo –le contestó Rosas, tomando de nuevo el instrumento y haciendo que lo examinaba más detenidamente- Este es un pito -y soplando en el primer agujero produjo una nota chillona, para añadir en seguida- ¿No ve que es un pito?
Don Francisco quiso protestar de nuevo; pero se contuvo porque con “aquel hombre” no había discusión posible. (Después supo que se lo había estado “fumando”). Por otra parte, fuera pito o fuera flauta, -flauta o pito- nada le importaba con tal de conseguir un objeto.
- Bueno, excelentísimo señor, será pito, -contestó transigiendo- En Europa y en algunas partes de América, -añadió, con cierta importancia comunicativa- ese… instrumento es indispensable en las bandas. No hay banda que no la tenga ya.
- A ver, toque –le insinuó Rosas, devolviéndoselo.
- ¡Solo, señor! –exclamó don Francisco- No se acostumbra.
- ¿Y a mí que me importa que no se acostumbre? –le replicó Rosas impaciente- A ver, ¡toque!… ¿o es que no sabe?
- ¡Que no se! –volvió a exclamar don Francisco, indignado por lo que él consideraba de las mayores ofensas que pudieran hacerle. (Decirle a él, a don Francisco Gambín, que no sabía tocar su instrumento favorito….¡No faltaba más!)- Pues bien, excelentísimo señor, -barbotó, en un suspiro de conmoción profunda- por complaceros allá va y… perdonad sus muchas faltas, como se dice en los sainetes.
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