El silencio militar de las fuentes constituye un excepcional indicador de las relaciones de poder –sus móviles y efectos- los conflictos civiles y militares y, por supuesto, una política de Estado, un ordenamiento del mundo social, un orden específico de la frontera y los aciertos y desaciertos de las acciones militares, etc.
Además, permite confirmar algunas presunciones acerca de las milicias que en una vida fortinera, de sufrimiento, no pudieron decir. Las únicas alternativas eran el escape o el levantamiento armado.
La milicia vivía una situación de continua desesperanza acrecentada por los avatares económicos, el conflicto con los indios, el enfrentamiento civil, el desarraigo de su tierra natal y su familia. En el borde del fuerte, la milicia
padeció al Estado en su intento de subordinar a la población rural: detrás de la ley estaba el orden que la elite propietaria buscaba imponer. Junto a los terratenientes participaban los sectores del núcleo político y militar.
Unas veces el comandante encarnaba de manera directa la voz del Estado que señalaba, advertía o castigaba; por otra parte, se movía de manera particular en función de sus intereses, fueren éstos provenientes de sus compromisos políticos o económicos o como cuando se trataba de tierras, cabezas de ganado o de la
peonada.
Por otra parte, el análisis quedaría incompleto si el juego de poder en el que se insertaban las relaciones sociales de la frontera se circunscribe de manera única y exclusiva a los muros del fuerte. No todos los mecanismos y efectos del poder pasaban de manera excluyente directamente por los aparatos de Estado (Foucault 1992:128). Los comerciantes, los hacendados, los vecinos de las villas de frontera y los soldados descarriados también ejercían un poder.
En relación al espacio algo más localizado del fuerte, conviene, en primer término aseverar que fue parte de la estrategia militar de contención del indio y de colonización del espacio por los criollos. Además significó un lugar de ordenamiento y estructuración social que operó sobre la campaña reforzando la institución de relaciones sociales y legitimando allí la gran propiedad de la tierra. Por otra parte, en el fuerte se regulaba y disciplinaba a un conjunto social heterogéneo en pos de un objetivo que pretendía volverse colectivo tendiente a la eliminación de los indios
pero extensivo también a cualquier tipo de resistencia. De acuerdo a lo anterior, puede decirse que, en sí mismo, el ejército, habitante de este reducto fortificado, constituía una forma de poder.
Desde el fuerte se organizaban las campañas contra los indios (aunque entre 1852-1869 fueron prácticamente inexistentes) y también desde éste se procuraba la germinación de núcleos de población. De igual manera, en ellos no sólo cumplían sus tareas los militares enrolados en los ejércitos de línea. Se sumaban a la revista sujetos destinados –con o sin sus familias- por castigos y enganchados que, de manera voluntaria, realizaban los débiles ensayos de una colonización en base al trabajo de la tierra (Olmedo 2002).
Dentro del fuerte no había opción ya que el mismo era regido por una rígida disciplina. Estos códigos no escritos no daban lugar a quejas y los castigos eran frecuentes (Barros 1975a; Prado 1960; Raone 1974). El fuerte mismo era un suplicio para los indisciplinados de las fuerzas regulares, o para cualquier poblador rural, más allá de la existencia de falta alguna.
Ante tan adversas circunstancias, se postula que la tropa reaccionó de diferentes maneras: mediante la deserción individual o colectiva, la sublevación o motín o, en su defecto, a través de una profunda resignación.
El silencio militar en torno de los malones: análisis de un episodio A partir de 1861, y agudizándose hacia fines de la década, los fuertes y fortines no sólo combatieron a los indios, sino que también se enfrentaron a las montoneras.
Por otra parte, en estos años se realizaron malones indígenas en los que participaron algunos criollos refugiados en los toldos. Sobre la incidencia de invasiones ranqueles y montoneras provinciales existe una importante contribución
por parte de Marcela Tamagnini (2004). Esta autora se preocupa por analizar las vinculaciones entre montoneras provinciales y fuerzas indígenas en el espacio fronterizo en el año 1863.
Respecto de las montoneras, grupos armados y con experiencia militar, los fuertes y fortines debieron organizarse a los efectos de repeler su entrada. Era la etapa en que las acciones militares desde el Estado buscaban legitimar el triunfo liberal porteño como proyecto de país. Quizá haya sido éste uno de los hechos más importantes de la región del río Cuarto para la época. Ante éstas, los cuerpos de Buenos Aires -asociados con algunas fuerzas locales, tal es el caso del Coronel Manuel Baigorria3-, salieron a la campaña de Córdoba a erradicar sus últimas manifestaciones (Barrionuevo Imposti 1986).
Ernesto Olmedo
UNRC
Revista TEFROS
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