lunes, 7 de febrero de 2011

El cementerio de los disidentes

En las primeras décadas del siglo XIX Buenos Aires no era aún esa ciudad a la que años después algunos iban a llamar “la París de América del Sur”. Y todavía tenía rasgos de la gran aldea heredada de los tiempos de la Colonia. Por entonces muchos extranjeros la habían elegido como su lugar en el mundo. Y también muchos, que no profesaban la religión católica, morían aquí. Aquello fue lo que obligó a crear un cementerio para gente de otras confesiones, ya que los católicos eran sepultados en las iglesias y sus alrededores, mientras que los demás se enterraban cerca de las barrancas del río.

El primer cementerio para disidentes (como se los denominaba) estuvo en la zona de Retiro, cerca de la Iglesia del Socorro. Pero en 1833, cuando su capacidad quedó colmada, se decidió crear otro en un área más alejada. La opción fue un terreno al que conocían como “el hueco de los olivos” y que había pertenecido a la familia De la Serna. Hoy, en aquel “alejado” lugar del barrio de Balvanera, está la plaza Primero de Mayo.

Rodeado por las actuales calles Hipólito Yrigoyen, Pasco y Alsina, (el sector que da sobre la calle Pichincha está ocupado por edificios) aquel sitio se convirtió en un cementerio que administraba una comisión integrada por ingleses, alemanes y estadounidenses. Y también allí, desde 1870, se enterró a los primeros judíos que vivieron en Buenos Aires. Aquel segundo cementerio de disidentes se clausuró en septiembre de 1891, aunque hubo inhumaciones hasta principios de noviembre de ese mismo año. Los últimos traslados de restos sepultados en los que hoy es la plaza se hicieron en 1923. Pero no todos se retiraron. Algunos, porque nunca fueron reclamados; otros, porque nunca fueron encontrados.

Uno de estos últimos casos es el de Elizabeth Chitty Curling de Brown, quien fue la esposa del almirante Guillermo Brown. Nacida en 1787 en Inglaterra, la mujer había llegado a Buenos Aires en marzo de 1822, acompañada por “cuatro hijos y dos criados”. El 29 de julio de 1809, en Londres, ella se había casado con quien sería uno de nuestros héroes históricos. Y como era de origen protestante y su marido católico, habían acordado previamente que las hijas mujeres que nacieran de esa unión profesarían la religión materna y los varones, la del padre.

Elizabeth murió en 1868 y fue sepultada en ese cementerio. Luego, sus huesos nunca pudieron ser hallados. Hoy, en la plaza, una placa de bronce recuerda “a la virtuosa compañera de nuestro máximo prócer naval, cuyos restos hoy perdidos reposan en este solar”.

Por una ordenanza de abril de 1925 el predio fue bautizado como “Plaza Primero de Mayo”, en homenaje al Día Internacional de los Trabajadores. Y como tal fue inaugurado el 14 de abril de 1928. El monumento “Al Trabajo” que hoy está allí es obra del escultor Ernesto Soto Avendaño (1886-1969), ganador del primer premio de escultura en 1921. Al pie de la obra (un hombre que lleva sobre su hombro una pesada maza) un pequeño grabado menciona el lugar donde se realizó: “Fundición Trivium-Pueyrredón 372 -Bs. As.” También en el mástil que está en el centro de la plaza (obra del escultor Israel Hoffman y de los ingenieros Bernardo y Germán Joselovich) hay otra curiosidad: en un grabado de sus laterales se ve la imagen de dos hombres junto a un arado. Uno viste tradicionales ropas gauchescas; el otro, las típicas de los inmigrantes llegados de Oriente Medio.

Pero esa plaza no fue la única cuyos terrenos fueron camposanto. En Villa Urquiza, en lo que hoy es la plaza Marcos Sastre (Monroe y Miller) estuvo el Cementerio de Belgrano. Funcionó allí entre 1875 y 1898. El lugar lleva ese nombre porque allí descansaron los restos de ese naturalista y escritor. Pero esa es otra historia.

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