lunes, 13 de diciembre de 2010

La trama del fusilamiento de Dorrego – parte 1


¿Por qué fue fusilado Manuel Dorrego aquella mañana del 13 de diciembre de 1828? ¿Cómo fue posible que el ejército que comandaba Juan Lavalle fuera derrotado por el alzamiento que protagonizaron sectores de la sociedad rural bonaerense? ¿Cuáles fueron sus implicancias y consecuencias?

Estas y otras preguntas han preocupado desde entonces a nuestra historiografía y miles de páginas se escribieron al respecto. Sin embargo, apoyándose en las más recientes investigaciones históricas que renovaron por completo los conocimientos disponibles sobre la economía, la sociedad y la política de esta convulsionada época, este libro intenta develar aspectos muy poco conocidos.

El lector podrá incursionar en este enigmático y multifacético fenómeno social y acercarse a las motivaciones y a las formas de acción que desplegaron sus protagonistas.
Concentrándose en cómo vivió la sociedad bonaerense las pasiones que desataba la lucha política se podrá tener una idea mucho más clara de ese alzamiento rural que cambió el rumbo de la historia.
Introducción

Cuando Gregorio Aráoz de Lamadrid regresó a Buenos Aires en marzo de 1828 no encontró sencillo tener una vida normal. Para ser sinceros, habría que decir que nunca había tenido una vida tranquila.

Pocos, muy pocos en esa época deben de haberla tenido. Por cierto, y aun cuando no hay dos vidas iguales, el itinerario de Lamadrid estuvo signado —como el de muchos otros— por la revolución. Este tucumano había nacido en 1795 en el seno de una de esas familias destacadas de las ciudades coloniales que gustaban identificarse como la "gente decente", el pequeño grupo de familias notables y destacadas que regían el destino de la población. A Lamadrid, como a otros jóvenes de esa pertenencia social, le esperaba una vida dedicada al comercio y un ascenso en la burocracia si tenía la suerte de conseguir un buen matrimonio; de lo contrario, sólo quedaba el clero o, en su defecto, quizás algún rango en la milicia. Pero con la revolución todo cambió, desde que en 1811 se incorporó al ejército y, desde entonces, no dejó de vivir en continua agitación.

La carrera militar le prometía nuevos e impensados horizontes sobre todo si le permitía abrirse paso en la política, pero estaba llena de azares e imprevistos.

Así, Lamadrid, como tantos otros oficiales, vio que su futuro se tornaba aun más incierto cuando después del convulsionado año 1820 fue pasado a retiro. La cantidad de oficiales que se habían forjado en los ejércitos de la revolución era desmesurada para las escasas oportunidades que tenían en la mucho más reducida fuerza militar que requería el estado de Buenos Aires, que se estaba formando. Y, sobre todo, para sus arcas.

Igual que otros oficiales Lamadrid intentó rehacer su vida y se puso al frente de una estancia en Buenos Aires, en el partido de Monte, pero al poco tiempo ya estaba entremezclado en nuevas luchas, esta vez contra los indios. Tiempo después se reintegró a las filas y fue enviado al norte, donde se le encomendó reclutar tropas para el ejército que debía marchar a la Banda Oriental. Sin embargo, Lamadrid terminó haciéndose elegir gobernador de su provincia natal en 1825 (como lo había sido hasta poco antes su tío Bernabé Aráoz). Otra vez, la guerra y la política le brindaban una nueva oportunidad y se convirtió en uno de los principales apoyos en el interior del presidente unitario Bernardino Rivadavia, que gobernó el país entre febrero de 1826 y julio de 1827.
Aunque Lamadrid era ajeno a la elite de Buenos Aires, de algún modo logró insertarse en ella a través de su matrimonio con la hija de José Miguel Díaz Vélez, miembro de una importante familia con propiedades extensas en esta y otras provincias y muy cercano a los círculos que por entonces gobernaban.

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