Poco después, la escuadra argentina, que bloqueaba el puerto de Montevideo a las órdenes del almirante Brown, fue apresada, cumpliéndose la consigna ministerial. Pocas veces se había asistido a un atropello más flagrante de las normas del derecho internacional. Las potencias agresoras organizaron hábilmente lo que hoy denominamos “guerra psicológica”, pero no pudieron impedir los comentarios de la prensa, “Triunfe la Confederación Argentina o acabe con honor, Rosas, a pesar del epíteto de déspota con que lo difaman, será reputado en la posteridad como el único jefe americano del sur que ha resistido intrépido las violentas agresiones de las dos naciones más poderosas del Viejo Mundo”; decía “O Brado de Amazonas”; De Río de Janeiro, el 13 de diciembre de 1845. “O Sentinella da Monarchia”, del mismo origen, del día 17, se expresaba así: “Sean cuales fueran las faltas de este hombre extraordinario, nadie ve en él sino al ilustre defensor de la causa americana, el grande hombre de América, sea que triunfe o que sucumba”. El ex presidente de Chile, general Pinto, le escribe al ministro plenipotenciario argentino: “Todos los chilenos nos avergonzamos que haya en Chile dos periódicos que defienden la legalidad de la traición a su país, y usted sabe quienes son sus redactores”.
Una carta de San Martín
El Libertador se halaba a muchas millas de su patria, pero seguía atentamente los acontecimientos que aquí se desarrollaban. Consultado por Federico Dickson sobre las posibilidades militares que, a su juicio, podrían tener los invasores, contestó con una carta definitoria, seria, circunspecta, de sentido estrictamente profesional, pero destinada a los gabinetes de las potencias europeas: “Bien es sabido la firmeza de carácter del jefe que preside la República Argentina; nadie ignora el ascendiente muy marcado que posee, sobre todo en la vasta campaña de Buenos Aires y resto de las provincias. Y aunque no dudo que en la Capital tenga un número de enemigos personales, estoy convencido de que bien sea por orgullo nacional, temor, o bien por las prevenciones heredadas de los españoles hacia los extranjeros, ellos en su totalidad se le unirán y tomarán parte activa en la actual contienda. Por otra parte es menester conocer (como la experiencia lo tiene acreditado) que el bloqueo que se ha declarado no tiene en las nuevas repúblicas de América, y sobre todo en la Argentina, la misma influencia que tiene en Europa. Solo afectará a un corto número de propietarios, pero a la masa del pueblo que no conoce las necesidades de la de estos países, le será bien indiferente su continuación.
Si las dos potencias quieren llevar adelante las hostilidades, es decir, declarar la guerra, yo no dudo un momento que podrán apoderarse de Buenos Aires con más o menor pérdida de hombres y gastos, pero estoy convencido que no podrán sostenerse mucho tiempo en posesión de ella: los ganados, primer alimento, o por decirlo mejor, único en el pueblo, puede ser retirado en muy pocos días a distancia de muchas leguas; lo mismo que las caballadas y demás medios de transporte, y los pozos de las estancias inutilizados. En fin, formar un verdadero desierto de doscientas leguas de llanura sin agua ni leña, imposible de atravesar por una fuerza europea, la que correrá más peligro a proporción que sea más numerosa si trata de internarse. Sostener una guerra en América con tropas europeas, no solo es muy costoso, sino más que dudoso su buen éxito. Tratar de hacerlo con hijos del país mucho más dificultoso, y aún creo que imposible encontrar quien quiera enrolarse con el extranjero.
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