domingo, 17 de enero de 2010

Una sola clase de hombre


Aquí tengo que repetir una lección que muchas veces he oído del General.
Es la que se refiere al concepto justicialista del trabajo y del capital que a mí me sirve de fundamento para mis tareas de carácter gremial.
El objeto fundamental del Justicialismo en relación con el movimiento obrero es hacer desaparecer la lucha de clases y sustituirla por la cooperación entre capital y trabajo.
El capitalismo, para darle todo al capital, explota a los trabajadores.
El comunismo, para solucionar el problema, ideó un sistema de lucha que no terminará sino cuando haya una sola clase social; pero a esto se llega por la destrucción, que es efecto de una lucha larga, y sin cuartel, entre capital y trabajo.
El Justicialismo en cambio quiere también llegar a una sola clase de hombres: la de los que trabajan. Esta es una de las verdades fundamentales del Peronismo. Pero no quiere llegar por la lucha sino por la cooperación.
No queremos una sola clase proletaria sino una sola clase de hombres desproletarizados que vivan y trabajen dignamente.
Que los obreros ganen para vivir honradamente como personas humanas y que los patrones se conformen con ganar también como para mantener la industria, progresar y vivir dignamente. ¡Dignamente, pero no principescamente!
No queremos que nadie explote a nadie y nada más. Esto es lo que Perón ha querido asegurar para su pueblo y ha quedado bien asentado en la nueva Constitución.
Yo, sin embargo, por mi manera de ser, no siempre estoy en ese justo punto de equilibrio. Lo reconozco. Casi siempre para mí la justicia está un poco más allá de la mitad del camino... ¡Más cerca de los trabajadores que de los patrones!
Es que para llegar a la única clase de argentinos que quiere Perón, los obreros deben subir todavía un poco más, pero los patrones tienen mucho que bajar.
Lo cierto es que yo, que veo en cada obrero a un descamisado y a un peronista, no puedo ver lo mismo, si no está bien probado, en un patrón.
Soy sectaria, sí. No lo niego; y ya lo he dicho. Pero ¿podrá negarme alguien ese derecho? ¿Podrá negarse a los trabajadores el humilde privilegio de que yo esté más con ellos que con sus patrones?
¿Si cuando yo busqué amparo en mi amargo calvario de 1945, ellos, solamente ellos, me abrieron las puertas y me tendieron una mano amiga?
Mi sectarismo es además un desagravio y una reparación. Durante un siglo los privilegiados fueron los explotadores de la clase obrera. ¡Hace falta que eso sea equilibrado con otro siglo en que los privilegiados sean los trabajadores!
Cuando pase este siglo creo que recién habrá llegado el momento de tratar con la misma medida a los obreros que a los patrones, aunque sospecho que ya para entonces el Justicialismo habrá conseguido su ideal de una sola clase de hombres: los que trabajan.

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