Mediante la técnica del reportaje imaginario, Felipe Pigna hace hablar a Manuel Belgrano en primera persona. Los textos son extractos de escritos publicados en informes del prócer al Consulado o artículos periodísticos de El Telégrafo Mercantil y el Correo de Comercio.
Manuel Belgrano, el primer economista argentino y uno de los intelectuales más lúcidos de la Revolución de Mayo, nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1770. Estudió en el Colegio de San Carlos y luego en España, en las Universidades de Valladolid y Salamanca. A partir de entonces no dejó de deslumbrar e incomodar, según los casos, a sus contemporáneos. En 1794 fue nombrado al frente del Consulado, un organismo virreinal que se ocupaba teóricamente de fomentar la actividad económica por estas tierras.
Belgrano, imbuido de las teorías políticas y económicas más avanzadas de su época, intentará por todos los medios diversificar la economía local, esencialmente ganadera, impulsando la industria, la agricultura y el comercio interregional. Tuvo que enfrentar poderosos intereses que se aferraban a un modelo arcaico que los beneficiaba y que boicotearon sus iniciativas progresistas. Como un Beethoven que sabe que está haciendo lo correcto y que algún día lo entenderán, Belgrano dejó plasmado en innumerables escritos un plan de país para que algún día alguien lo tome en cuenta y, sobre todo, tenga el coraje político de aplicarlo.
Las bases de ese plan podrían sintetizarse en el impulso ilimitado de la educación general y especial, dándole un gran impulso a la educación técnica; en la promoción de la actividad industrial; en la aplicación de un justo reparto de tierras para promover la agricultura y evitar los latifundios improductivos, pasto fácil de la especulación, y finalmente, pero sobre todo, la búsqueda de la equidad social y la igualdad de oportunidades. Quizás estas palabras preliminares a este reportaje basado en textos escritos originales de Manuel Belgrano, sirvan para entender por qué cierta historia ha querido condenar a Belgrano a ser sólo el "padre de la Bandera", aspecto no menor, para dejar de lado al hombre que pensó un país distinto y mejor para todos. Aún estamos a tiempo de conocerlo y reconocerlo.
¿Cómo fueron sus años formativos en Europa?
Como en la época de 1789 me hallaba en España y la revolución de Francia hiciese también la variación de ideas y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre fuere donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido, y aún las mismas sociedades habían acordado en su establecimiento directa o indirectamente.
¿Cuál fue su sensación al asumir la secretaría del Consulado allá por 1794 y enterarse de quiénes eran sus compañeros?
No puedo decir bastante mi sorpresa cuando conocí a los hombres nombrados por el Rey para el Consulado. Todos eran comerciantes españoles, exceptuando uno que otro, nada sabían más que su comercio monopolista, a saber: comprar por cuatro para vender con toda seguridad a ocho. Mi ánimo se abatió, y conocí que nada se haría en favor de las provincias por unos hombres que por sus intereses particulares posponían el del común. Sin embargo, ya que por las obligaciones de mi empleo podía hablar y escribir sobre tan útiles materias, me propuse echar las semillas que algún día fuesen capaces de dar frutos.
http://www.clarin.com/
Manuel Belgrano, el primer economista argentino y uno de los intelectuales más lúcidos de la Revolución de Mayo, nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1770. Estudió en el Colegio de San Carlos y luego en España, en las Universidades de Valladolid y Salamanca. A partir de entonces no dejó de deslumbrar e incomodar, según los casos, a sus contemporáneos. En 1794 fue nombrado al frente del Consulado, un organismo virreinal que se ocupaba teóricamente de fomentar la actividad económica por estas tierras.
Belgrano, imbuido de las teorías políticas y económicas más avanzadas de su época, intentará por todos los medios diversificar la economía local, esencialmente ganadera, impulsando la industria, la agricultura y el comercio interregional. Tuvo que enfrentar poderosos intereses que se aferraban a un modelo arcaico que los beneficiaba y que boicotearon sus iniciativas progresistas. Como un Beethoven que sabe que está haciendo lo correcto y que algún día lo entenderán, Belgrano dejó plasmado en innumerables escritos un plan de país para que algún día alguien lo tome en cuenta y, sobre todo, tenga el coraje político de aplicarlo.
Las bases de ese plan podrían sintetizarse en el impulso ilimitado de la educación general y especial, dándole un gran impulso a la educación técnica; en la promoción de la actividad industrial; en la aplicación de un justo reparto de tierras para promover la agricultura y evitar los latifundios improductivos, pasto fácil de la especulación, y finalmente, pero sobre todo, la búsqueda de la equidad social y la igualdad de oportunidades. Quizás estas palabras preliminares a este reportaje basado en textos escritos originales de Manuel Belgrano, sirvan para entender por qué cierta historia ha querido condenar a Belgrano a ser sólo el "padre de la Bandera", aspecto no menor, para dejar de lado al hombre que pensó un país distinto y mejor para todos. Aún estamos a tiempo de conocerlo y reconocerlo.
¿Cómo fueron sus años formativos en Europa?
Como en la época de 1789 me hallaba en España y la revolución de Francia hiciese también la variación de ideas y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre fuere donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido, y aún las mismas sociedades habían acordado en su establecimiento directa o indirectamente.
¿Cuál fue su sensación al asumir la secretaría del Consulado allá por 1794 y enterarse de quiénes eran sus compañeros?
No puedo decir bastante mi sorpresa cuando conocí a los hombres nombrados por el Rey para el Consulado. Todos eran comerciantes españoles, exceptuando uno que otro, nada sabían más que su comercio monopolista, a saber: comprar por cuatro para vender con toda seguridad a ocho. Mi ánimo se abatió, y conocí que nada se haría en favor de las provincias por unos hombres que por sus intereses particulares posponían el del común. Sin embargo, ya que por las obligaciones de mi empleo podía hablar y escribir sobre tan útiles materias, me propuse echar las semillas que algún día fuesen capaces de dar frutos.
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