Son muy nobles las ideas por las cuales se pueden fundar diarios o medios de comunicación en general. La pluralidad de ideas es lo que a mi criterio ayuda al desarrollo tanto de nuestro país como al de cualquier otro. La libertad de expresión es sumamente necesaria ya que sin ella, lo dicho anteriormente sería imposible de realizar. Informar objetivamente los hechos de la realidad, con equilibrio y sin cambiar de idea según la conveniencia comercial, es algo más que imprimir papel. Con los medios de comunicación en general y con los diarios en particular, se forma opinión en quien la recibe, esa es una responsabilidad demasiado grande que algunos no saben manejar y que otros saben “aprovechar”, en estos casos entran en juegos otro tipo de valores que no son los económicos. Todo esa idea original se fue desvirtuando hasta llegar a lo que hoy son algunos medios de comunicación, simples mecanismos de manipulación de los poderes (económicos o políticos) para llevar al pueblo de las narices de un lado a otro según la necesidad.
Jorge Manuel Fariña
La Nación
Fundar un diario no fue nunca una tarea fácil o de sencilla ejecución. Fundar un diario significa mirar hacia adelante, desafiar las leyes del tiempo, decidir cuál y cómo será el espejo de los años futuros, imaginar la insondable sucesión de los días que vendrán, abrazarse a una realidad a la que hoy sólo podemos acceder a través de suposiciones, fantasmagorías premonitorias o sueños.
Fundar un diario es construir un servicio informativo forjado a la medida de la imprevisible legión de lectores eventuales que nos está esperando en la ruleta del tiempo y de la historia. Fundar un diario es dar una respuesta satisfactoria a la demanda de quienes se supone que un día van a tener exigencias, deseos y zonas de interés que todavía no están corporizadas.
Estas reflexiones absolutamente generales, válidas para cualquier época y lugar, nos pueden ayudar a imaginar el esfuerzo gigantesco que debe haber significado la fundación de una empresa periodística con vocación de permanencia en la perfectible y todavía azarosa sociedad argentina de 1870.
La Nacion fue fundada el 4 de enero de 1870, cuando Mitre tenía 48 años y llevaba sobre sus hombros el peso de una experiencia intensa y enriquecedora, en la que se habían alternado actividades y realizaciones volcadas íntegramente al servicio del país. Mitre había sido un hombre de armas identificado a fondo con la causa de la libertad y del sentimiento nacional. Había sido, al mismo tiempo, un ciudadano identificado con el difícil objetivo de construir la unión nacional y de darle al país la estructura constitucional tantas veces anunciada pero siempre postergada. Había sufrido persecuciones y exilios, había ejercido el periodismo con altura y con pasión dentro y fuera de su patria, había desarrollado una obra inspirada en el orden intelectual y en el campo literario, había traducido a los grandes poetas de la cultura clásica, había sido y seguía siendo un historiador comprometido con los valores más altos de la identidad nacional.
En la hora suprema de la construcción de la República había desempeñado una función rectora y protagónica, junto a Urquiza y a los otros grandes forjadores de la organización nacional. Entre 1862 y 1868 había ejercido la presidencia de la Nación. Había sido ?no hay que olvidarlo? el primer presidente de la República definitivamente unificada, después de las fragmentaciones y divisiones territoriales provocadas por las guerras civiles posteriores a 1820. Mitre dejó inaugurada la emblemática sucesión de las grandes presidencias históricas de nuestro país, a partir de las cuales la Argentina empezó a ser reconocida en el mundo como una de las repúblicas de más alto prestigio por su compromiso con el progreso y con el ideal de democrático y republicano.
Cuando Mitre fundó La Nacion, en 1870, hacía dos años que había dejado la presidencia de la República y había retornado al llano. No ignoraba que la estructura de un Estado republicano exigía el pleno respeto al funcionamiento irrestricto de los tres poderes públicos establecidos en la Constitución Nacional: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Todo ello, por supuesto, en el marco del imprescindible sistema de equilibrios y de recíproca independencia determinado por la misma carta constitucional.
Pero Mitre sabía también que eso no agotaba las garantías de fondo que el sistema reclamaba, pues el supremo edificio republicano requería algo más: un elemento de control destinado a garantizar que los ciudadanos se mantuviesen permanentemente informados de todo aquello que acontecía en el ámbito nacional y que, en algún momento, podía llegar a afectar sus derechos. Y esa garantía no podía ser proporcionada por ningún poder del Estado. Esa garantía sólo podría ser proporcionada por el periodismo independiente. Así estaba ocurriendo en todas las democracias consolidadas del mundo. Y así debía ocurrir en la Argentina, que en la segunda mitad del siglo XIX se sumaba a ese sistema de apertura universal que privilegiaba los ideales del republicanismo democrático.
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