domingo, 27 de diciembre de 2009

Aquellas humillaciones - parte 1


Cómo nos humillaron hasta el hartazgo. Primero todas las zancadillas posibles para que sacáramos la bandera de rendición. Luego la desaparición. Treinta años que el film La Patagonia rebelde fue ninguneado no por la dictadura sino por una democracia. La democracia de Juan Domingo Perón. No va, porque el presidente no quería problemas con los militares. Después sí la permitirá para demostrarle a su comandante en jefe, el general Leandro Amaya, quién tenía la sartén por el mango. El estreno. La euforia del público que esperaba desde hacía meses la tan perseguida película. El fusilamiento de los obreros del campo patagónico en 1921-22 en manos del Ejército argentino enviado por el presidente radical Hipólito Yrigoyen (otra democracia). Las peonadas fueron cazadas como ratas y tiradas en tumbas masivas. Todo el mundo se calló la boca. Todos. Principalmente los radicales. Las únicas que corrieron a escobazos a los soldados fusiladores fueron las mujeres más humilladas, las prostitutas de San Julián. Les gritaron lo que eran: asesinos. Y los corrieron. Ese era el épico final del film, pero no pudo ser. El Ejército amenazó. Y cambiamos el final para que el film pudiera darse. Los militares argentinos dijeron que esas putas habían insultado al “uniforme de la patria”.Sí, porque eran mujeres valientes, llenas de coraje civil ante el crimen de tanto peón.El film pudo darse por permiso de Perón el 14 de junio de 1974. Y, muerto Perón, desapareció de las pantallas del país por la actitud del zar de la censura, Tato, el verdugo de las imágenes. Funcionario del gobierno peronista de Isabel.
Al mismo tiempo el director, el productor, el autor del libro y los artistas del film aparecieron en las listas de las Tres A, condenados a muerte. Los nacionales y populares decían que el heredero de Perón iba a ser el pueblo. Y no, el único heredero fue López Rega, el siniestro asesino.
Sobrevino entonces para el film y sus autores el exilio y la persecución. Mi grito desesperado fue: ¿por qué tengo que abandonar el país? ¿Por haber escrito la historia de pobres gauchos fusilados por el Ejército medio siglo atrás en la lejana Patagonia? ¿Por qué? ¿Qué fuerzas había detrás? Todo había comenzado con la prohibición de mi primer libro, el Severino Di Giovanni, en un decreto del presidente Lastiri (yerno de López Rega). Su nombramiento por Perón había sido una burla a las instituciones democráticas y a todo el pueblo. Un inútil de oficio soplón. Y luego será Isabel la que prohíba los tres primeros tomos de La Patagonia rebelde y, en 1975, Los anarquistas expropiadores. Prohibidos y se acabó. Después, durante la dictadura, quemados por “Dios, Patria y Hogar”, por un patán inservible de uniforme, el teniente coronel Gorleri, ascendido a general después por la democracia de Alfonsín.
El cine argentino se sometió. Mientras, el comodoro Carlos Exaquiel Bello (alias Pepitajo) prohibía mi guión Tiernas hojas de almendro, presentado al Instituto Nacional de Cinematografía con seudónimo. En esos mismos días, el señor comodoro de la Nación acompañaba con toda pompa al Festival de Moscú al film de Mario Sabato El reino de las tinieblas sobre el libro de Ernesto Sabato. Una dictadura libre y democrática de la desaparición de personas.
En las pocas semanas en que pudo ser exhibida, La Patagonia rebelde fue vista por miles de espectadores. Los de la vieja generación se acuerdan muy bien. Y obtuvo el premio del Oso de Plata en el Festival de Cine de Berlín. Y luego, el exilio: melancolía, tristeza, injusticia, y la rabia ante la brutalidad de los uniformados de la Casa Rosada y sus acompañantes civiles, intelectuales y burócratas.

Osvaldo Bayer
Página 12, 13 de marzo de 2004
http://www.pagina12.com.ar

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