En 1840, luego de seis años de cautiverio, Mariano se fugó de la estancia de Los Pinos aprovechando la relativa libertad de movimiento que gozaba entre los peones de su patrón y padrino. Elrecuerdo de los momentos vividos en la estancia quedó grabado a fuego en la memoria del futuro cacique. La vida en la estancia era dura, la disciplina estricta y el trabajo pesado. Sin embargo, allí completó el joven ranquel su educación, especialmente en las actividades pecuarias, habilidad altamente valorada en el mundo indígena. Por eso no extraña que conservara un agradecido recuerdo de su padrino, a quién, según reconoce ante Mansilla, debía todo “cuanto es y sabe”.Sin embargo, fue esa la última vez que pisó tierra dominada por los blancos: Mariano se juró a sí mismo no abandonar nunca más sus dominios para evitar un nuevo cautiverio.
Y Mariano cumplió esa promesa. Fue por ese motivo que años después, ya cacique, cuando Mansilla decidió acelerar la firma del tratado de paz con los ranqueles, debió viajar él a las tolderías, pues el cacique rechazó las invitaciones que se le formularon. Esto indica también la importancia que la figura del cacique había ya adquirido. Mariano Rosas no sólo era reconocido como jefe indiscutido entre su propia gente sino también entre los cristianos, o huincas: que elcomandante de la frontera se internara sólo con una pequeña escolta hasta el corazón del territorio ranquel para discutir, de igual a igual, los términos de un tratado de paz, muestra que el poder del cacique estaba legitimado no sólo al interior de su propia sociedad sino también ante sus adversarios.
Mariano, como se señaló, asumió la máxima conducción del cacicato en 1858, iniciándose así el capítulo mas conocido de su vida, gracias tanto a los relatos de quienes fueron sus interlocutores, como Mansilla o el capitán Martín Rivadavia, delegado de Mansilla ante los jefes ranqueles, como a la correspondencia que el cacique mantuvo con los sacerdotes franciscanos instalados en Río Cuarto y con los comandantes de fronteras.
Siguiendo la tradición, Mariano fue reconocido por los guerreros ranqueles, los conas,apto para desempeñarse como cacique general, siendo proclamado sin objeción. Pesaban en esa elección tanto sus orígenes - pertenecía al linaje más prestigioso entre los ranqueles que ya había dado dos caciques - como sus virtudes y habilidades: su vigor y valentía, su habilidad para las tareas pecuarias, su diplomacia, su capacidad oratoria, su conocimiento del mundo blanco. Todas estas virtudes y habilidades lo colocaban en inmejorables condiciones para el mando, permitiéndole mantener el equilibrio con los dos grandes caciques ranqueles que le seguían en jerarquía: Baigorrita, que tenía sus tolderías en Poitahué, y Ramón, apodado el Platero por su habilidad en esta actividad, asentado en Quenque.
Mariano tenía claro el papel que debía cumplir ante sus indios. Aunque por haber estado entre ellos por varios años conocía muy bien la lengua castellana y las costumbres y hábitos de los cristianos, en su territorio y delante de sus indios utilizaba siempre su lengua y jamás imitó la vida de aquellos. El mismo cacique comentaba, según relata Mansilla, que los blancos habían querido hacerle una casa de ladrillos, negándose él para que sus indios no creyeran que se había vuelto cómodo, flojo e imitador de los cristianos.
Desde su asunción como cacique, debió hacer frente a las complejas relaciones de los ranqueles con los gobiernos criollos, las que conocieron durante esos años turbulencias, idas y vueltas, negociaciones y rupturas. Los gobiernos, tanto nacional como provincial, enviaban frecuentes emisarios al territorio ranquel, algunas veces para negociar, otras para reprimir, y en muchas ocasiones para solicitar la intervención de los indios en las disputas internas en que bandos y partidos se enfrentaban por controlar el poder en el naciente estado argentino. Y se requería singular habilidad y astucia para negociar con todos sin caer en trampas de las que hubiera sido difícil salir. Recordemos que en esas negociaciones se jugaba la supervivencia de su propio mundo.
Mariano y sus indios tenían profunda desconfianza sobre las “buenas intenciones” de los blancos. Y no les faltaban motivos. Por esa razón, cuando en el verano de 1874 se desató entre los indios una epidemia de viruela – al fin y al cabo una enfermedad de los mismos blancos - que debilitó sus fuerzas, Mariano rechazó la oferta del gobierno nacional para que abandonara sus tierras y se instalara en otras ofrecidas por el mismo gobierno. Sabía que si acataba la oferta de las autoridades, ponía en juego su libertad y la de sus indios y arriesgaba la pérdida definitiva de sus tierras.
Negociar, pero no ceder en los aspectos esenciales parece haber sido la regla que dirigió sus negociaciones con los blancos. Quería la paz, pero no estaba dispuesto a pagar cualquier precio por ella. Esta claridad de metas parece haberlo acompañado hasta el momento de su muerte, cuya causa ignoramos. La noticia de la misma llegó hasta Buenos Aires, siendo publicada por el diario La América del Sur del 26 de agosto. Allí podemos leer:
“Muerte de un cacique. Acaba de morir el poderoso cacique de la tribu de los Ranqueles, de muerte natural, Mariano Rosas. Era una autoridad del desierto. Por su influjo, su valor y, sobre todo, por su prudencia, ha sido posible mantener la paz con él[...]”.
Sepultado con los honores de un gran cacique, su descanso fue interrumpido pocos años después, cuando las fuerzas de la Tercera División Expedicionaria al Desierto invadió el territorio ranquel. La tumba de Mariano fue profanada y por orden del propio jefe de la expedición, el coronel Eduardo Racedo, el cráneo del cacique fue retirado y enviado a Estanislao Zeballos quien, poco después lo donó al Museo de Ciencias Naturales de La Plata, en cuyas vitrinas permaneció durante 123 años. Dónde estaba la civilización y dónde la barbarie.
http://www.mapuche.info
Y Mariano cumplió esa promesa. Fue por ese motivo que años después, ya cacique, cuando Mansilla decidió acelerar la firma del tratado de paz con los ranqueles, debió viajar él a las tolderías, pues el cacique rechazó las invitaciones que se le formularon. Esto indica también la importancia que la figura del cacique había ya adquirido. Mariano Rosas no sólo era reconocido como jefe indiscutido entre su propia gente sino también entre los cristianos, o huincas: que elcomandante de la frontera se internara sólo con una pequeña escolta hasta el corazón del territorio ranquel para discutir, de igual a igual, los términos de un tratado de paz, muestra que el poder del cacique estaba legitimado no sólo al interior de su propia sociedad sino también ante sus adversarios.
Mariano, como se señaló, asumió la máxima conducción del cacicato en 1858, iniciándose así el capítulo mas conocido de su vida, gracias tanto a los relatos de quienes fueron sus interlocutores, como Mansilla o el capitán Martín Rivadavia, delegado de Mansilla ante los jefes ranqueles, como a la correspondencia que el cacique mantuvo con los sacerdotes franciscanos instalados en Río Cuarto y con los comandantes de fronteras.
Siguiendo la tradición, Mariano fue reconocido por los guerreros ranqueles, los conas,apto para desempeñarse como cacique general, siendo proclamado sin objeción. Pesaban en esa elección tanto sus orígenes - pertenecía al linaje más prestigioso entre los ranqueles que ya había dado dos caciques - como sus virtudes y habilidades: su vigor y valentía, su habilidad para las tareas pecuarias, su diplomacia, su capacidad oratoria, su conocimiento del mundo blanco. Todas estas virtudes y habilidades lo colocaban en inmejorables condiciones para el mando, permitiéndole mantener el equilibrio con los dos grandes caciques ranqueles que le seguían en jerarquía: Baigorrita, que tenía sus tolderías en Poitahué, y Ramón, apodado el Platero por su habilidad en esta actividad, asentado en Quenque.
Mariano tenía claro el papel que debía cumplir ante sus indios. Aunque por haber estado entre ellos por varios años conocía muy bien la lengua castellana y las costumbres y hábitos de los cristianos, en su territorio y delante de sus indios utilizaba siempre su lengua y jamás imitó la vida de aquellos. El mismo cacique comentaba, según relata Mansilla, que los blancos habían querido hacerle una casa de ladrillos, negándose él para que sus indios no creyeran que se había vuelto cómodo, flojo e imitador de los cristianos.
Desde su asunción como cacique, debió hacer frente a las complejas relaciones de los ranqueles con los gobiernos criollos, las que conocieron durante esos años turbulencias, idas y vueltas, negociaciones y rupturas. Los gobiernos, tanto nacional como provincial, enviaban frecuentes emisarios al territorio ranquel, algunas veces para negociar, otras para reprimir, y en muchas ocasiones para solicitar la intervención de los indios en las disputas internas en que bandos y partidos se enfrentaban por controlar el poder en el naciente estado argentino. Y se requería singular habilidad y astucia para negociar con todos sin caer en trampas de las que hubiera sido difícil salir. Recordemos que en esas negociaciones se jugaba la supervivencia de su propio mundo.
Mariano y sus indios tenían profunda desconfianza sobre las “buenas intenciones” de los blancos. Y no les faltaban motivos. Por esa razón, cuando en el verano de 1874 se desató entre los indios una epidemia de viruela – al fin y al cabo una enfermedad de los mismos blancos - que debilitó sus fuerzas, Mariano rechazó la oferta del gobierno nacional para que abandonara sus tierras y se instalara en otras ofrecidas por el mismo gobierno. Sabía que si acataba la oferta de las autoridades, ponía en juego su libertad y la de sus indios y arriesgaba la pérdida definitiva de sus tierras.
Negociar, pero no ceder en los aspectos esenciales parece haber sido la regla que dirigió sus negociaciones con los blancos. Quería la paz, pero no estaba dispuesto a pagar cualquier precio por ella. Esta claridad de metas parece haberlo acompañado hasta el momento de su muerte, cuya causa ignoramos. La noticia de la misma llegó hasta Buenos Aires, siendo publicada por el diario La América del Sur del 26 de agosto. Allí podemos leer:
“Muerte de un cacique. Acaba de morir el poderoso cacique de la tribu de los Ranqueles, de muerte natural, Mariano Rosas. Era una autoridad del desierto. Por su influjo, su valor y, sobre todo, por su prudencia, ha sido posible mantener la paz con él[...]”.
Sepultado con los honores de un gran cacique, su descanso fue interrumpido pocos años después, cuando las fuerzas de la Tercera División Expedicionaria al Desierto invadió el territorio ranquel. La tumba de Mariano fue profanada y por orden del propio jefe de la expedición, el coronel Eduardo Racedo, el cráneo del cacique fue retirado y enviado a Estanislao Zeballos quien, poco después lo donó al Museo de Ciencias Naturales de La Plata, en cuyas vitrinas permaneció durante 123 años. Dónde estaba la civilización y dónde la barbarie.
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