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Las escenas previas a la muerte de Dorrego en los campos de Navarro. Lavalle lo convirtió en la primera víctima mortal de un golpe de Estado unitario.
Los encapuchados cortan la penumbra con movimientos sigilosos. Le escapan a la tísica luz de los faroles callejeros. Con movimientos escurridizos, evitan la vigilancia de los guardias nocturnos que recorren las calles de la ciudad-aldea. Poco a poco se acercan a una puerta de roble francés tallada con ornamentos barrocos de la calle Parque (hoy Lavalle, entre San Martín y Reconquista). La madera se abre y los hombres ingresan a la casona de uno en uno. Los atiende el dueño de casa, Valentín Gómez. Mientras se van descubriendo las cabezas, se reconocen unos a otros. Están Julián Segundo Agüero, ex ministro de Rivadavia, Salvador María del Carril, los hermanos Florencio y Juan Cruz Varela, los generales Martín Rodríguez e Ignacio Álvarez Thomas, el coronel prusiano Federico Rauch –célebre matador de indios en la campaña bonaerense–, el sacerdote nicoleño Bernardo Ocampo, Valentín Alsina, José Miguel Díaz Vélez, el almirante Guillermo Brown, Ramón Larrea (hermano del vocal de la Primera Junta), el cura Gregorio Gómez (hermano del dueño de casa), los abogados Manuel Gallardo y Francisco Pico, un francés llamado Filiberto Héctor Varaigne, emisario de Bernardino Rivadavia, y Juan Galo de Lavalle. El reloj marca las 10 de la noche del domingo 30 de noviembre de 1828: la conjura está en marcha y ya es inevitable.
A la cabecera de la tenida masónica se encuentra Agüero –un ex realista devenido en republicano conservador de la noche a la mañana– y su solícito servidor es el francés Varaigne. Una vez todos reunidos, tras la celebración de los ritos propios de la logia, el inquisidor sacerdote expone detalladamente el plan de acción: apresar a Dorrego, a Rosas y a los principales jefes federales para escarmentarlos y amedrentar a los caudillos del interior. Paz se haría cargo de la provincia de Córdoba y el general Cruz sería el jefe de la revolución. Agüero es lacónico: hay que fusilar a Rosas y a Dorrego y hacer cundir el pánico entre la "chusma" para que nunca más intente alzarse con el poder destinado por gracia de Dios a los vecinos respetables.
Al escuchar la sentencia de muerte, Lavalle, pide la palabra y de pie dice:
–Fusilar a Rosas y a Dorrego me parece una canallada...
Los integrantes de la logia hacen un silencio áspero. Lavalle intenta defender a Rosas y dice que si su hermano de leche –habían compartido la misma nodriza– es asesinado, él no va a participar de las acciones. Los hombres se miran, dudan, mascullan su disgusto y uno de ellos argumenta:
–Entiendo la situación de Rosas; pero Dorrego, Lavalle, es el culpable de haber perdido la guerra que ustedes valerosamente habían ganado en el campo de batalla. Es necesario acabar con él...
Después de mucho pensarlo, Lavalle, que odiaba a Dorrego, acepta la sentencia de muerte con una sola condición: él va a ser el único jefe del golpe de Estado. Los conjurados aceptan de inmediato y celebran el acuerdo del plan. A medianoche, se levanta la sesión masónica y el rubio General de las manos blancas se dirige hacia el cuartel de la Recoleta para iniciar su golpe de Estado con la Primera División.
A la cabecera de la tenida masónica se encuentra Agüero –un ex realista devenido en republicano conservador de la noche a la mañana– y su solícito servidor es el francés Varaigne. Una vez todos reunidos, tras la celebración de los ritos propios de la logia, el inquisidor sacerdote expone detalladamente el plan de acción: apresar a Dorrego, a Rosas y a los principales jefes federales para escarmentarlos y amedrentar a los caudillos del interior. Paz se haría cargo de la provincia de Córdoba y el general Cruz sería el jefe de la revolución. Agüero es lacónico: hay que fusilar a Rosas y a Dorrego y hacer cundir el pánico entre la "chusma" para que nunca más intente alzarse con el poder destinado por gracia de Dios a los vecinos respetables.
Al escuchar la sentencia de muerte, Lavalle, pide la palabra y de pie dice:
–Fusilar a Rosas y a Dorrego me parece una canallada...
Los integrantes de la logia hacen un silencio áspero. Lavalle intenta defender a Rosas y dice que si su hermano de leche –habían compartido la misma nodriza– es asesinado, él no va a participar de las acciones. Los hombres se miran, dudan, mascullan su disgusto y uno de ellos argumenta:
–Entiendo la situación de Rosas; pero Dorrego, Lavalle, es el culpable de haber perdido la guerra que ustedes valerosamente habían ganado en el campo de batalla. Es necesario acabar con él...
Después de mucho pensarlo, Lavalle, que odiaba a Dorrego, acepta la sentencia de muerte con una sola condición: él va a ser el único jefe del golpe de Estado. Los conjurados aceptan de inmediato y celebran el acuerdo del plan. A medianoche, se levanta la sesión masónica y el rubio General de las manos blancas se dirige hacia el cuartel de la Recoleta para iniciar su golpe de Estado con la Primera División.
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