En 1902, bajo la presidencia de Julio A. Roca, fue aprobada en Buenos Aires la Ley de Residencia, redactada por el senador Miguel Cané. Esta ley, surgida a raiz de los conflictos obreros, le confería al Poder Ejecutivo la libertad de expulsar del país a aquellos extranjeros considerados peligrosos por sus ideas libertarias. En las sesiones de la Cámara de Diputados de los días 18 y 20 de julio de 1904, Alfredo Palacios se pronuncia en contra de ella. Aquí se reproduce un fragmento de su
"...Yo creo y afirmo que la Ley de Residencia, dictada en momento de ofuscación, lo ha sido contra el movimiento obrero; pero el concepto que se tiene del movimiento obrero ha cambiado fundamentalmente de un tiempo a esta parte, y de ahí, señor Presidente, la necesidad sentida de que se derogue una ley que aparece como la resultante de un innumerable conjunto de errores.
Todo el mundo sabe hoy, que el movimiento obrero es la agitación que produce una clase para luchar por su conservación y elevación, obedeciendo a razones biológicas.
El sistema capitalista ha determinado un conjunto de circunstancias desfavorables para esta clase, que lucha y que reacciona para modificarlas.
Pero es bueno hacer notar que al mismo tiempo que se produce esta lucha por la elevación y por la conservación del obrero, los trabajadores producen con sus agitaciones, una mejora en los medios productivos, que determina una corriente favorable para la evolución de las sociedades burguesas.
Y ya que digo esta palabra, burguesa y que observo en los labios de algunos de mis colegas una sonrisa irónica, aprovecho la oportunidad para manifestar, haciendo una disgresión, que cuando yo digo burgués, no es con el ánimo de zaherir a nadie, como pudieron haberlo creído algunos señores diputados, a juzgar por las palabras vertidas en sesiones anteriores. No, Señor Presidente; mi doctrina y hasta mis condiciones personales me impiden proceder de esa manera. Cuando digo burgués quiero significar al individuo, quien quiera que sea, que pertenece a una clase que detenta los medios de producción y contra la cual lucha otra clase desposeída de esos medios y que sólo tiene como patrimonio la fuerza del trabajo. )
Hecha esta aclaración, vuelvo a ocuparme del asunto que motiva mi discurso.
Atacar el movimiento obrero, con más razón si es violentamente, es desconocer las leyes generales de la evolución. Más: es perjudicar los intereses de la sociedad; más todavía: es perjudicar los intereses mismos del gobierno, pues cuando las clases laboriosas se congregan en agrupaciones orgánicas con programas definidos que expresan sus anhelos, pueden dar una orientación clara y progresista a las ideas de los hombres de estado. Así lo han entendido en la gran república del norte, que nosotros debiéramos imitar. Allí, no obstante la política nueva, adoptada respecto de la inmigración, acude una gran cantidad de individuos que se desparraman por toda la Nación. Es que los gobiernos de ideas -¡qué lejos estamos nosotros, señor Presidente, de los gobiernos de ideas!- no imponen impuestos brutales al trabajador, no le imponen tampoco vejaciones, y tiene organismos perfectamente ordenados, en virtud de los cuales se hacen estudios concienzudos sobre las agitaciones obreras, tratando de extender al mismo tiempo las organizaciones gremiales. (...)
El Poder Ejecutivo ha involucrado en una sola denominación, de hombres peligrosos, a los anarquistas, a los socialistas de temperamento apasionado y a los propagandistas de las huelgas. La policía ha hecho también la misma designación para todos estos individuos a que me he referido. Ha creído encontrar en los anarquistas a vulgares criminales; en los socialistas revolucionarios, como ellos los llaman, sin tener en cuenta que todos los socialistas son revolucionarios, en la acepción científica de la palabra, casi anarquistas, y a los obreros huelguistas, en la mayor parte de los casos, los han tratado como a vividores de oficio.
Es claro que con este criterio completamente erróneo respecto del movimiento obrero, tenían que surgir todas estas dificultades y tenían que producirse todos los incovenientes y todas las injusticias que he denunciado en esta Cámara.(...)
El vicio, pues, de la Ley de Residencia está en esa facultad discrecional que tiene el Poder Ejecutivo para aplicar por sí y ante sí, arbitrariamente, el dictado de "hombre peligroso" a todos aquellos individuos que a su juicio perturben el orden público.
Es claro, entonces, que esta ley dictatorial se presta a todos los abusos. Uno de los inconvenientes que se va a producir y que quiero hacer resaltar en este momento, es el que resultará con motivo de la confusión que existe entre lo que se entiende por vagos y desocupados.
Texto extraído del libro "ALFREDO PALACIOS" (Buenos Aires, Editorial Círculo de Legisladores de la Nación Argentina, 1998)
Foto del Archivo General de la Nación: Asamblea política (1910)
http://www.revistacontratiempo.com.ar/palacios.htm
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