miércoles, 31 de enero de 2024

Conferencia de prensa de Videla. Diciembre de 1979


Emisión dedicada íntegramente a la conferencia de prensa ofrecida por el presidente de facto Jorge Rafael Videla, el 13 de diciembre de 1979 en el Salón Blanco de la Casa Rosada. A través de su reproducción completa, Felipe Pigna comenta sobre las repercusiones y el contexto en que se produce esta comunicación oficial: la relativa estabilidad política y económica tras más de tres años de dictadura empresarial-militar, la organización de la oposición, la llegada de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA y los movimientos al interior de las FF.AA. A su vez, los periodistas Oscar Muiño y José Ignacio López recuerdan los pormenores de la rueda de prensa. Muiño describe su experiencia de trabajo en la revista "Confirmado", en pleno contexto de represión y censura, y comenta cuál fue su propósito al interrogar en torno a la posibilidad de la participación pública para aquellos partidos y civiles que disienten con la política llevada a cabo por el gobierno. Por su parte, López rememora su trabajo en el diario "La opinión", los atentados y amenazas que sufriera en aquella época, y explica las razones que lo llevaron a arriesgarse a preguntar sobre el tema de los “desaparecidos y los detenidos sin proceso” en la conferencia. Asimismo, el periodista opina sobre la larga e imprecisa primera respuesta brindada por Videla, la cual concluye, tras una repregunta, con la definición que posteriormente recorriera el mundo: “Frente al desaparecido en tanto esté como tal, es una incógnita. Si el hombre apareciera tendría un tratamiento X y si la aparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento, tiene un tratamiento Z. Pero mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está… ni muerto ni vivo, está desaparecido”


viernes, 12 de enero de 2024

“La conquista del desierto”

 

Los primitivos dueños de la tierra venían resistiendo la conquista del hombre  blanco desde la llegada de Solís, en 1516. Don Pedro de Mendoza debió abandonar Buenos Aires en 1536 por la hostilidad de los pampas. Sólo a partir de la creación del virreinato y la consecuente presencia de un poder político y militar fuerte, fue posible establecer una línea de fronteras con el “indio” medianamente alejada de los centros urbanos.

Rosas, haciéndose eco de las demandas de sus colegas estancieros sobre los constantes robos de ganado por parte de los indios, encabezó la primera “conquista al desierto”.

 

Entre 1833 y 1834, al concluir su primera gobernación, Juan Manuel de Rosas, emprendió la primera campaña financiada por la provincia y los estancieros bonaerenses preocupados por la amenaza indígena sobre sus propiedades.

La expedición contó con el apoyo de las provincias de Córdoba, San Luis, San Juan y Mendoza. Rosas combinó la conciliación con la represión.

Pactó con los pampas y se enfrentó con los ranqueles y la Confederación liderada por Juan Manuel Calfucurá.
Según un informe que Rosas presentó al gobierno de Buenos Aires a poco de comenzar la conquista, el saldo fue de 3.200 indios muertos, 1.200 prisioneros y se rescataron 1.000 cautivos blancos.

Hasta la caída de Rosas se vivió en una relativa tranquilidad en las fronteras con el indio, pero a partir de 1853 reaparecieron los malones. En marzo de 1855, el gobierno de la provincia envió una expedición militar hacia la zona de Azul al mando del coronel Bartolomé Mitre. Mientras acampaba en Sierra Chica, la división fue cercada y diezmada por los lanceros del cacique Calfucurá.

Calfucurá  (significa piedra azul) era el jefe indígena más importante. Había nacido en Lloma (araucania chilena) en 1785. En 1834 logró imponerse sobre los araucanos de Masallé (La Pampa) y se proclamó «cacique general de las pampas». El cacique araucano sometió a todas las tribus del Sur. Calfucurá, dotado de una gran inteligencia y una notable capacidad de organización, organizó en 1855 la «Gran Confederación de las Salinas Grandes», en la que confluyeron las tribus pampas, ranqueles y araucanas. Mantendrá en vilo a los sucesivos gobiernoshasta ser derrotado en marzo de 1872 en la batalla de San Carlos, en el actual partido de Bolívar. Calfucurá murió un año más tarde con casi cien años en la isla de Chiloé. Tomará el mando su hijo, Namuncurá, quien secundado por sus bravos guerreros, Cachul, Catriel, Caupán y Cañumil, se dispuso a cumplir el mandato de defender sus tierras, pero no tendrá la tenacidad de su padre.

La consolidación del Estado nacional hacía necesaria la clara delimitación de sus fronteras con los países vecinos. En este contexto, se hacía imprescindible la ocupación del espacio patagónico reclamado por Chile durante décadas. Sólo la pacificación interior impuesta por el Estado nacional unificado a partir de 1862, permitió a fines de la década del 1870, concretar estos objetivos con el triunfo definitivo sobre el indio.

El gobierno de Avellaneda, a través del ministro de Guerra, Adolfo Alsina impulsó una campaña para extender la línea de frontera hacia el Sur de la Provincia de Buenos Aires.

El plan de Alsina era levantar poblados y fortines, tender líneas telegráficas y cavar un gran foso, conocido como la «zanja de Alsina», con el fin de evitar que los indios se llevaran consigo el ganado capturado.

Antes de poder concretar del todo su proyecto, Alsina murió y fue reemplazado por el joven general Julio A. Roca. La política desarrollada por Alsina había permitido ganar unos 56 mil kilómetros cuadrados, extender la red telegráfica, la fundación de cinco pueblos y la apertura de caminos.

El nuevo ministro de Guerra aplicará un plan de aniquilamiento de las comunidades indígenas a través de una guerra ofensiva y sistemática. El propio Roca había definido con sus palabras la relación de fuerzas: «Tenemos seis mil soldados armados con los últimos inventos modernos de la guerra, para oponerlos a dos mil indios que no tienen otra defensa que la dispersión ni otras armas que la lanza primitiva». 1

Los teóricos de la modernización del país proponían poblar el «desierto» que se suponía deshabitado. No eran numerosos los habitantes, pero había pobladores  previos a esta postulación. Estos habitantes eran los indígenas. Un testigo de la época, el Ingeniero Trevelot, opinaba: “Los indígenas han probado ser susceptibles de docilidad y disciplina. En lugar de masacrarlos para castigarlos sería mejor aprovechar esta cualidad actualmente enojosa. Se llegará a ello sin dificultades cuando se haga desaparecer ese ser moral que se llama tribu. Es un haz bien ligado y poco manejable. Rompiendo violentamente los lazos que estrechan los miembros unos con otros, separándolos de sus jefes, sólo se tendrá que tratar con individuos aislados, disgregados, sobre los cuales se podrá concretar la acción. Se sigue después de una razzia como la que nos ocupa, una costumbre cruel: los niños de corta edad, si los padres han desaparecido, se entregan a diestra y siniestra. Las familias distinguidas de Buenos Aires buscan celosamente estos jóvenes esclavos para llamar las cosas por su nombre». 2

El plan de Roca se realizaría en dos etapas: una ofensiva general sobre el territorio comprendido entre el Sur de la Provincia de Buenos Aires y el Río Negro y una marcha coordinada de varias divisiones para confluir en las cercanías de la actual ciudad de Bariloche. En julio de 1878, el plan estaba en marcha y el ejército de Roca lograba sus primeros triunfos capturando prisioneros y recatando cautivos.

El 14 de agosto de 1878, el presidente Avellaneda envió al Congreso un proyecto para poner en ejecución la Ley del 23 de agosto de 1867 que ordenaba la ocupación del Río Negro, como frontera de la república sobre los indios pampas. El Congreso sancionó en octubre una nueva ley autorizando una inversión de 1.600.000 pesos para sufragar los gastos de la conquista.

Con la financiación aprobada, Roca estuvo en condiciones de preparar sus fuerzas para lanzar la ofensiva final. La expedición partió entre marzo y abril de 1879. Los seis mil soldados fueron distribuidos en cuatro divisiones que partieron de distintos puntos para rastrillar la pampa. Dos de las columnas estarían bajo las órdenes del propio Roca y del coronel Napoleón Uriburu, que atacarían desde la cordillera para converger en Choele Choel. Las columnas centrales, al mando de los coroneles Nicolás Levalle y Eduardo Racedo, entrarían por la pampa central y ocuparían la zona de Trarú Lauquen y Poitahue. Todo salió según el plan con el acompañamiento de la armada que con el buque El Triunfo, a las órdenes de Martín Guerrico, navegó por el Río Negro.

El 25 de mayo de 1879 se celebró en la margen izquierda del Río Negro y desde allí se preparó el último tramo de la conquista. El 11 de junio las tropas de Roca llegaron a la confluencia de los ríos Limay y Neuquén. Pocos días después, el ministro debió regresar a Buenos Aires para garantizar el abastecimiento de sus tropas y para estar presente en el lanzamiento de su candidatura a presidente de la República por el Partido Autonomista Nacional. Lo reemplazaron en el mando los generales Conrado Villegas y Lorenzo Vintter, quienes arrinconaron a los aborígenes neuquinos y rionegrinos en los contrafuertes de los Andes y lograron su rendición definitiva en 1885.

El saldo fue de miles de indios muertos, catorce mil reducidos a la servidumbre, y la ocupación de quince mil leguas cuadradas, que se destinarían, teóricamente, a la agricultura y la ganadería.

Las enfermedades contraídas por el contacto con los blancos, la pobreza y el hambre aceleraron la mortandad de los indígenas patagónicos sobrevivientes.

El padre salesiano Alberto Agostini brindaba este panorama: «El principal agente de la rápida extinción fue la persecución despiadada y sin tregua que les hicieron los estancieros, por medio de peones ovejeros quienes, estimulados y pagados por los patrones, los cazaban sin misericordia a tiros de winchester o los envenenaban con estricnina, para que sus mandantes se quedaran con los campos primeramente ocupados por los aborígenes. Se llegó a pagar una libra esterlina por par de oreja de indios. Al aparecer con vida algunos desorejados, se cambió la oferta: una libra por par de testículos». 3

El general Victorica no andaba con rodeos al explicar los objetivos de la conquista: «Privados del recurso de la pesca por la ocupación de los ríos, dificultada la caza de la forma en que lo hacen, que denuncia a la fuerza su presencia, sus miembros dispersos se apresuraron a acogerse a la benevolencia de las autoridades, acudiendo a las reducciones o a los obrajes donde ya existen muchos de ellos disfrutando de los beneficios de la civilización. No dudo que estas tribus proporcionarán brazos baratos a la industria azucarera y a los obrajes de madera, como lo hacen algunos de ellos en las haciendas de Salta y Jujuy».

El éxito obtenido en la llamada “conquista del desierto” prestigió frente a la clase dirigente la figura de Roca y lo llevó a la presidencia de la república. Para el Estado nacional, significó la apropiación de millones de hectáreas. Estas tierras fiscales que, según se había establecido en la Ley de Inmigración, serían destinadas al establecimiento de colonos y pequeños propietarios llegados de Europa, fueron distribuidas entre una minoría de familias vinculadas al poder, que pagaron por ellas sumas irrisorias.

Algunos ya eran grandes terratenientes, otros comenzaron a serlo e inauguraron su carrera de ricos y famosos. Los Pereyra Iraola, los Álzaga Unzué, los Luro, los Anchorena, los Martínez de Hoz, los Menéndez, ya tenían algo más que dónde caerse muertos.

Algunos de ellos se dedicarán a la explotación ovina poblando el desierto con ovejas; otros dejarán centenares de miles de hectáreas sin explotar y sin poblar, especulando con la suba del precio de la tierra. Aún hoy, el territorio de Santa Cruz tiene un porcentaje de medio habitante por kilómetro cuadrado.

Roca había dicho: «Sellaremos con sangre y fundiremos con el sable, de una vez y para siempre, esta nacionalidad argentina, que tiene que formarse, como las pirámides de Egipto, y el poder de los imperios, a costa de sangre y el sudor de muchas generaciones». 4

Referencias:

1 Ante la posteridad – Personalidad marcial del teniente general Julio A. Roca – Segunda Parte “El Conductor”, Comisión Nacional Monumento al teniente General don Julio A Roca, Buenos Aires, 1938, págs. 221-231.

2 Álvaro Yunque, Historia de los argentinos, Buenos Aires, Editorial Futuro, 1957.

3 Pigna Felipe, Los mitos de la historia argentina 2,  Buenos Aires, Editorial Planeta, 2005, pág. 398.

4 Pigna Felipe, op. cit., pág. 312.


https://elhistoriador.com.ar/la-conquista-del-desierto/


jueves, 11 de enero de 2024

De "Conquista del desierto" a "Campaña contra el indio": la identidad argentina en los manuales

 

 

 


De "Conquista del desierto" a "Campaña contra el indio": la identidad argentina en los manuales

 

Entre 1878 y 1885, la élite gobernante de la Argentina llevó a cabo la mal llamada “Conquista del desierto” que diezmó a los pueblos indígenas que vivían en los territorios que hoy conforman la Patagonia. La narrativa oficial plasmada en los manuales escolares justificó la campaña como una necesidad nacional en pos del desarrollo y la unidad territorial del Estado. De modo contrario, se invisibilizó las voces indígenas, se los excluyó como integrantes de la nación y se ocultó el destino de quienes sobrevivieron al exterminio. Las críticas a la narrativa tradicional permitieron cambiar el paradigma, recuperar la palabra de los pueblos indígenas que fueron víctimas y comenzar a pensar el país desde una mirada multicultural.

Pintura “Ocupación militar del Río Negro por la Expedición bajo el mando del General Julio A. Roca” (1896). Autor: Juan Manuel Blanes

Uno de los acontecimientos fundantes del Estado nación liberal propuesto por la denominada “Generación del ´80” fue la mal llamada “Conquista del desierto”. Esta campaña militar fue enseñada por los manuales escolares como un hito de la consolidación del Estado argentino y la construcción de una identidad nacional homogénea que excluía a los pueblos preexistentes. La narrativa oficial llevaba implícita la dicotomía entre "civilización y barbarie": una distinción entre un "nosotros" y los "otros" muy popular en la época.

El análisis de los libros de textos o manuales escolares de historia como instrumentos de construcción de la identidad nacional se ha ido ampliando en las últimas décadas. No solo reflejan el modelo pedagógico preponderante, sino que también ponen en circulación a los discursos hegemónicos dentro del ámbito escolar. Por lo tanto, los manuales deben ser entendidos como espacios de memoria en los que se ha ido materializando la cultura, las imágenes y los valores dominantes de cada época.

A pesar de haber sufrido transformaciones debido a los avances del conocimiento y del diseño, los textos escolares han conservado su lugar como compiladores de un saber indiscutido. La llamativa vigencia del uso de libros de texto a lo largo del tiempo revela el espacio pedagógico conquistado en la cultura escolar y la capacidad de adaptación a las tradiciones y las innovaciones que forman parte del campo educativo. El manual se presenta como el depositario de los conocimientos y técnicas que una sociedad cree oportuno que la juventud debe adquirir para la perpetuación de sus valores.

De la “Conquista del Desierto” a la “Campaña contra el indio”

A finales del siglo pasado, comenzó a circular una mirada crítica sobre la construcción de los saberes contenidos en los manuales escolares argentinos que interpelaba las narrativas tradicionales. En 2006, esta corriente fue institucionalizada a través de una nueva Ley de Educación Nacional entre cuyos objetivos se encuentra el fortalecimiento de la identidad nacional y el respeto a la diversidad cultural.

En el caso de los pueblos originarios, la Ley N° 26.206 asegura el respeto de las lenguas e identidades indígenas, y promueve la valoración de la multiculturalidad al interior de toda la comunidad educativa. La nueva normativa remarca los derechos constitucionales de los pueblos indígenas, incluidos en el artículo 75 inciso 17: el derecho a recibir una educación que contribuya a preservar y fortalecer sus pautas culturales, su lengua, su cosmovisión e identidad étnica.

Paralelamente, a partir de los reclamos de las organizaciones indígenas y las ONG, se fue construyendo una narrativa que reivindicaba los derechos de los pueblos originarios que habitan el territorio argentino. De este modo, se cuestionó la representación que el sistema educativo realizaba sobre las comunidades indígenas y se señaló la necesidad de producir un cambio de paradigma. En este sentido, en 2010 el Decreto N° 1584 modificó la denominación del feriado del 12 de octubre: se pasó del “Día de la Raza” al “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”.

El cambio de paradigma permitió la visibilización de la mirada histórica de aquellos que fueron las víctimas y los derrotados de la “Conquista del Desierto”. Para ello, se decidió revisar el análisis de los manuales escolares para luego reescribirlos con una mirada que contemple la posición del otro. Esta inclusión del otro en los manuales de historia pondría fin a la narrativa dominante de la elite tradicional argentina que estableció en el sistema educativo una lectura favorable a sus propios intereses.




Cacique Villamain, "Buitre de Oro", sometido en diciembre de 1882 junto a su familia y mujeres de la tribu, en su toldería ubicada a inmediaciones de Ñorquín (1883). Foto: Pedro Morelli / AGN

Críticas a la representación oficial

La nueva narrativa no puede percibirse si no se contrasta con la plasmada en los manuales escolares del siglo XX. En primer lugar, se cuestionó el nombre con el cual se había denominado a la campaña militar ya que es incorrecto llamar “Conquista del desierto” a un plan de exterminio: un desierto no se conquista, se ocupa; mientras que si allí vivían familias, entonces no se trataba de un desierto. Al utilizar esta denominación, la intención de los vencedores era invisibilizar a los vencidos y negar la calidad de personas de quienes poblaban las tierras conquistadas.

En consonancia con esto también era necesario repensar la figura del ideólogo del plan: Julio Argentino Roca. El Ministro de Guerra de Nicolás Avellaneda (1874-1880) fue presentado como un valiente patriota que había estudiado el problema del desierto y había resuelto la unidad territorial. Coronada por el éxito, la campaña militar fortaleció el prestigio de Roca, quien más tarde sería elegido presidente en dos oportunidades (1880-1886 y 1898-1904). Sin embargo, esta visión que exaltaba la figura de Roca como estratega también fue cuestionada. Un año antes de comenzar la expedición, una terrible epidemia de viruela había diezmado sus fuerzas. Esta circunstancia, bastante frecuente entre los indígenas de aquella época, fue fundamental para que el ejército argentino venciera con facilidad a las debilitadas tribus indígenas.

La campaña también fue concebida como una necesidad legítima del Estado argentino para frenar las agresiones permanentes de las poblaciones indígenas que habitaban el territorio pampeano-patagónico y, al mismo tiempo, establecer un límite a los intereses expansionistas del Estado chileno. Por un lado, los textos plantean que los pueblos y ciudades importantes eran víctimas de malones de indios que saqueaban sus riquezas y esclavizaban a sus prisioneros. Por otro lado, Chile reclamaba toda la región al sur del Río Colorado. Por lo tanto, la expedición también habría tenido la finalidad de reafirmar los derechos sobre los territorios que hoy conforman la Patagonia argentina.

De este modo, las comunidades aborígenes de estos territorios fueron representadas como un obstáculo para la consolidación territorial del Estado argentino, el desarrollo del modelo agroexportador y la expansión de la “civilización”. En consecuencia, se decidió no reconocer a los indígenas como parte integrante de la Nación Argentina. El análisis que hacían los manuales era muy simplista: si no eran parte de la “civilización”, eran un problema para el proyecto económico del modelo agroexportador.

El modelo agroexportador y el destino de los indígenas

Según los antiguos manuales de historia, la “Conquista del desierto” fue una acción ofensiva contra los “salvajes” con el objetivo de confirmar la dominación argentina. Los textos entienden que la medida fue la más lógica desde el punto de vista militar y que significó el exterminio casi total del indio. Si bien se desliza que la solución fue extrema, dejan entrever que fue la más acorde con los tiempos que se vivían. A partir de entonces, ya no había que cuidar la frontera interior, sino explorar las tierras conquistadas, poblarlas y hacer valer la soberanía sobre ellas.

Esta narración superficial ya no es aceptada por los textos escolares modernos. Actualmente, se hace hincapié en la necesidad del Estado argentino en expandir la frontera ganadera hacia el sur para el desarrollo del modelo agroexportador y su posterior concentración en manos de la élite gobernante. Los manuales actuales explican que el reparto de las tierras quitadas a los indígenas se realizó por medio de un sistema de cesiones, premios y ventas, que condujo a la concentración de la propiedad en pocas familias, tanto para la producción como para la especulación.

El ejemplo que suelen señalar los manuales contemporáneos es el otorgamiento de terrenos a los soldados como forma de pago por sus servicios durante la Campaña del Desierto. Sin embargo, la imposibilidad de mantenerlos y las necesidades económicas provocó que aquellas tierras que estaban ubicadas cerca de algún ramal ferroviario fueran vendidas a bajo precio a las familias de la élite gobernante. Quienes se rehusaban a aceptar las condiciones de los grandes terratenientes fueron presionados para hacerlo.

Los manuales tampoco explican el destino de los indígenas tras la “conquista” ya que lo importante era destacar el triunfo. A partir de ese momento se los excluye del relato. En contraposición a esta lectura, los nuevos manuales hacen hincapié en el destino de los indígenas: fueron tomados prisioneros, separados de sus familias, deportados a otras regiones y obligados a trabajar en pésimas condiciones. Mientras los hombres, fueron trasladados como mano de obra semiesclava a los ingenios azucareros y obrajes madereros, las mujeres y los niños fueron empleados como sirvientes en casas de familia ubicadas en Buenos Aires.

El cambio de paradigma

Si bien podemos pensar que la concepción del indígena plasmada en los manuales escolares fue impuesta por la elite conservadora que gobernó la Argentina entre 1962 y 1916 con el objetivo de legitimar su accionar, paradójicamente esta versión duró hasta finales del siglo XX. La necesidad de construir una identidad nacional sin la presencia de aquellos que poblaron nuestro territorio antes de la llegada de los españoles está vinculada a una mirada eurocentrista que trascendió a la “generación del ´80”.

Este modelo occidental no fue cuestionado ni por los gobiernos radicales ni los peronistas; muchos menos por los conservadores que gobernaron durante la década de 1930 o los golpes militares de las Fuerzas Armadas. Sin distinción de color, todas las fuerzas políticas pensaron que ser “descendientes de los barcos” ayudaría a forjar una identidad nacional que nos mostrara como un país civilizado frente a la barbarie representada por el gaucho y el indio.

Finalmente, el cambio de paradigma llegó a los manuales escolares e invita a reflexionar a los jóvenes sobre todas las culturas que forjaron el país donde vivimos, fortaleciendo la mirada intercultural y el respeto por la diversidad. Sin embargo, falta mucho para que las nuevas generaciones puedan imponer su mirada crítica: la resistencia de quienes establecieron un discurso eurocentrista y occidental todavía es muy fuerte.

Parte de esta puja por el sentido válido también se da en el campo educativo porque, dada su heterogeneidad, muchas instituciones poseen un discurso que es heredero de la élite dominante de finales del siglo XIX. Lo importante es que los manuales muestran que la posibilidad del cambio es posible y que los jóvenes serán quienes, el día de mañana, deberán discutir las tradicionales narrativas educativas para que se generen otras que interpelen la “historia oficial”.        

Jorge Luis Fabián es profesor y Licenciado en Historia, Doctor en Ciencia de la Educación y docente en los niveles medio y superior. 

https://www.iwgia.org/es/noticias/4821-de-conquista-del-desierto-a-campa%C3%B1a-contra-el-indio-la-identidad-argentina-en-los-manuales.html