jueves, 11 de marzo de 2021

La “britanización” de Bahía Blanca - Parte 1

Estado, capital global, ferrocarril y espacio local en perspectiva multiescalar

María Alejandra Saus*

* Investigadora Asistente. IHUCSO Litoral (UNL-CONICET). produccioncientificaydocencia@gmail.com

Resumen
La ciudad de Bahía Blanca recibió la impronta del capitalismo con un fuerte impacto. Esto se debió a que compañías ferroviarias británicas alteraron su morfología trasmutando su originaria condición de fuerte. En dicho contexto, la perspectiva multiescalar contribuye a vislumbrar ese proceso de urbanización incluyendo factores y actores “externos”. El objetivo del artículo es caracterizar las mutaciones locales debidas a la incorporación de la escala global representada por el capital británico. Asociadas a una posible desatención desde los niveles institucionales de la provincia y la nación, esas transformaciones –iniciadas hacia 1883 con el emplazamiento de las estaciones ferroviarias– favorecieron la privatización del suelo urbano en desmedro de unos precarios espacios públicos que fueron cualificados recién hacia el centenario local. Dichas afirmaciones proceden de resultados obtenidos sobre la base de la idea de “britanización”, sugerida por el cronista Lugones, como hipótesis que atraviesa los indicadores observados en diversos documentos históricos: mapas, crónicas y fotografías.

Introducción

La infraestructura ferroviaria –con sus cuadros de estaciones, instalaciones de maestranza y lienzos de vías–, en tanto se constituye en equipamiento técnico del ferrocarril inserto en estructuras urbanas o con potencialidad para crearlas, materializa uno de los múltiples anclajes espaciales del sistema de producción capitalista (Harvey, 2000). Al procurar localizar excedentes de capital fuera de Europa, hacia mediados del siglo XIX, las compañías ferroviarias –predominantemente británicas– impulsaron estrategias expansionistas, traducidas en saberes, inversiones y tecnologías, que se remitieron a regiones ávidas de insertarse al mercado mundial como productoras de materias primas. Coincidiendo en objetivos con las elites que gobernaron los Estados emergentes de América, e idearon su desarrollo económico a partir de un modelo liberal, esos capitales ingresaron al continente a través de generosas franquicias. Para conseguirlo se gestaron acuerdos entre actores socioeconómicos e institucionales de las escalas nacional (regional, local) y global, los que fueron engranando relaciones comerciales especialmente visibles en la Argentina, que había puesto en marcha un febril proceso de modernización técnica.

Escapando de los riesgos del localismo analítico y de la historia parroquial, la perspectiva multiescalar contribuye a resaltar –entre otros aspectos– el papel que desempeñan esos procesos, dinámicas y actores sociales no locales en circunstancias y contextos diversos, a fin de explicar cambios y reconfiguraciones que tienen lugar en diferentes dimensiones de la escala local (Fernández y Brandão, 2010). Este enfoque despliega así la posibilidad de desarrollar una mirada analítica que acentúe las interrelaciones fluctuantes entre actores cuyos centros decisionales y flujos de recursos materiales e inmateriales atraviesan los niveles del Estado, formando con este diferentes redes de acción público-privada que determinan la producción del espacio urbano, al operar sobre diferentes campos como el inherente a la construcción de infraestructuras ferroportuarias aquí abordado. Por su parte, las redes tejidas a partir de esas interrelaciones también incluyen prácticas de poder que jerarquizan y asignan funciones al territorio, lo que entraña la presencia de actores con desigual capacidad de control –de esas redes y de esas prácticas–, así como también competencias y asimetrías espaciales entre aquellos que tienen diferente posicionamiento escalar y desigual pertenencia a los campos público y privado, cuestión que demostraremos más adelante. Finalmente, en tanto las articulaciones multiescalares resultan constructos sociales siempre disputados (Smith, 2008) y sujetos a cambios coyunturales, sus particulares configuraciones son desplegadas en constante mutación, de modo tal que favorecen la comprensión de dinámicas históricas específicas en las que se forman procesos de construcción socioespacial de los que Bahía Blanca es un ejemplo destacable (Brenner, 2003; Swyngedouw, 2010).

En este caso de estudio, en particular, el enfoque multiescalar –como matriz espacio-temporal– nos asiste para interpretar los sucesos globales que cristalizaron en las estructuras específicas del proyecto nacional propio de la Generación del 80 y que tuvieron impacto en los espacios locales implicados en ese modelo. El plan había incluido políticas públicas tendientes al fomento de la inmigración y la colonización agrícola, trayendo aparejadas experiencias precursoras traducidas en diversos patrones espaciales: reordenamiento del sistema colonial de ciudades, esquemas planificados de urbanización y expansiones internas por conversión de rentas rurales en urbanas. Por ello, el aporte más sugestivo de la perspectiva multiescalar a este trabajo específico es su pertinencia teórica para la explicación de dinámicas empíricas, a partir de la valoración de causalidades que serían ponderadas como “externas” si pensáramos los cambios espaciales registrados solo desde las acciones municipales.

Así, la historia urbana del caso de Bahía Blanca (una destacada localidad ferroportuaria ubicada al sur de la provincia de Buenos Aires, sobre la costa atlántica) ofrece un conjunto de situaciones de una singularidad escasamente explorada. Habiendo sido fundada como avanzada militar del gobierno bonaerense (1828), fue transformada luego debido a la instalación de redes ferroviarias del capital británico que mutaron su morfología, convirtiendo a ese paraje en un puerto para la nación, en consonancia con la producción patagónica que debía embarcar. No obstante, las compañías ferroviarias se instalaron en suelo bahiense maximizando su privatización, ya que diversos intereses nacionales entronaron a la localidad como nudo ferroportuario, pero sin hallar resistencia en una emergente burocracia local integrada por actores implicados en los negocios británicos. Por ende, mientras en las escalas nacional y provincial se concentraban acciones y recursos tendientes a erigir las ciudades capitales y ámbitos de representación republicana, Bahía Blanca quedaba a la zaga de ello y con un gobierno municipal de escasas capacidades endógenas, subordinado a una proyección estratégica externa que no contempló la densificación de la sociedad civil. Afirmamos esto desde una visión institucionalista, al sostener que las posibilidades del Estado de actuar “exitosamente” están condicionadas por unas capacidades que dependen de su calidad organizacional y de las redes de colaboración tendidas con los actores económico-sociales (Fernández, Vigil y Seval, 2012).

Paradójicamente, al tiempo que las inversiones foráneas convertían a Bahía Blanca en ciudad (1895), en tanto el crecimiento demográfico alcanzado le permitía lograr ese rango1, la privaban de su derecho a definir una urbanidad alternativa, languideciendo en su espacio público tal como algunos cronistas lo han señalado: la ciudad sin paseos y sin tiempo de pasear, en palabras del escritor Enrique Banchs (2010). Pero si bien desde el abordaje relacional (Massey, 2005) se tiende a combatir la interpretación institucionalista de la estratificación escalar –al profundizar en la especificidad de las redes sociales y focalizar sus interrelaciones horizontales y sus conexiones locales/globales–, la disponibilidad de recursos públicos centralizados y decisiones tomadas en otros niveles del Estado es clave para comprender el escaso margen de acción del gobierno bahiense. A esta dificultad debe agregarse una promiscua simbiosis entre el Estado bahiense y el capital global, cuestión que juzgamos como un posible elemento debilitante a la hora de plasmar proyectos públicos en sinergia con la sociedad civil.

Resumiendo lo expuesto, el objetivo del artículo es caracterizar dichos procesos urbanos destacando el impacto del capital global en la escala local ante un Municipio, además, marginado de las políticas de escala nacional y condicionado por su sociedad con el sector privado. Por ello, la asimetría entre la enorme impronta del capital británico (medida en número y magnitud de estaciones ferroviarias y terminales portuarias) y la precariedad del Estado local (inexistente al momento del arribo de inversores extranjeros a una pequeña aldea) es la situación problemática que ha impulsado nuestra investigación. Para analizar las secuelas de dicha situación sobre el espacio urbano, hemos implementado una metodología que integra tres indicadores: 1. Estructura urbana (cuadrícula y redes, usos del suelo, densidad de ocupación, equipamientos públicos), 2. Roles del Estado (políticas públicas nacionales, provinciales, municipales), 3. Proceso de simbolización (imaginarios urbanos y representaciones sociales). En el primer indicador hemos privilegiado como fuentes primarias la cartografía histórica y la fotografía, en el segundo trabajamos con documentos jurídicos y de historia política y en el último se ha dado prioridad a los relatos de viajeros y las crónicas periodísticas. El cruce de resultados, con la idea de “britanización” como hipótesis, nos ha permitido afirmar que en Bahía Blanca la asimetría entre capital global y Estado local se materializa en unas prácticas de poder que reflejan una desigualdad entre la expansión de la propiedad privada y la calidad de los espacios públicos.

Con la finalidad de ordenar la secuencia argumental, el artículo se estructura en un relato dividido en dos grandes apartados que organizan la información partiendo de lo general hacia lo particular. En el primero situamos el caso de estudio en relación a acciones nacionales y provinciales, destacando el desempeño de Bahía Blanca y sus aspiraciones como nudo ferroportuario regional a partir de la incorporación del capital global. La segunda parte privilegia los aspectos urbanísticos de la escala local al abordar la yuxtaposición entre los cuadros de estaciones y la trama urbana, ponderando las vinculaciones dadas entre el dominio técnico del ferrocarril y el dominio social de la ciudad (Meyer, 1999). A su vez, esta segunda parte se subdivide en dos secciones enfatizando primero aspectos propios de las iniciativas privadas, los nuevos loteos y urbanizaciones, en tanto que en el último subtítulo predomina la relación dada entre las infraestructuras ferroviarias y el dominio público urbano2.

El nudo ferroportuario nacional entre lo local/global

Si bien el origen de Bahía Blanca se remonta a la necesidad de establecer una avanzada militar, hacia fines del siglo XIX el poblado fue convertido en pieza fundamental del tablero nacional asumiendo el rol de ciudad portuaria, cabecera de las redes ferroviarias del sur bonaerense con conexiones que alcanzaban a Buenos Aires, la producción lanera de la pampa seca, los frutales de la zona de Río Negro y Neuquén, el océano Pacífico y el puerto de Rosario. En 1883, el cronista del diario La Nación, Benigno Lugones, enunció con elocuencia lo que sería ese asentamiento que abandonaba su origen defensivo devenido innecesario cuando Julio A. Roca concluía sus campañas militares. Bahía Blanca cobró protagonismo nacional –al punto de justificar la visita del corresponsal porteño– llegando a tener cinco terminales portuarias: Ingeniero White, Galván, Cuatreros, Rosales y Belgrano. La primera estaba concesionada por el Ferrocarril del Sud (FCS) –de capital británico, con su estación inaugurada en 1884 al centro este de la planta urbana– y el siguiente muelle pertenecía al Ferrocarril Bahía Blanca al Noroeste (FCBBNO) –también británico, cuyo edificio de viajeros construido con estructura de madera y chapas de hierro data de 1891 al sur de la retícula–. En el período 1904-1924, este último pasó a ser gestionado por el Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico (FCBAP), para ser finalmente transferido a la empresa FCS. La tercera terminal era explotada por el frigorífico Sansinena, el cuarto puerto administrado por el Ferrocarril Rosario a Puerto Belgrano (FCRPB) –de propiedad francesa, con su estación abierta en 1922 al sureste de la ciudad– y el último fue convertido en la base naval más importante del país desde 1898 (Guerreiro, 2011).

El término “britanización”, que en este caso viene a problematizar la asociación entre infraestructuras de transportes interurbanos y procesos locales (Santos y Ganges, 2007), tiene la finalidad de adjetivar ese binomio para el caso puntual de Bahía Blanca. Fue acuñado por Lugones cuando fuera enviado a documentar los cambios radicales que el poblado estaba experimentando. A partir de ese vocablo, el periodista intentaba describir –en tono optimista– los detalles de un fenómeno local (económico, pero también sociocultural) en el cual el capital británico estaba siendo un vector cardinal. Si bien aquella figura también entrañaba formas de dominación simbólica asociadas a la educación y a la elegancia, a Lugones le servía para señalar un sitio ubicado en el continente americano que podía equipararse a una urbe europea, de forma similar a como hoy podríamos conceptualizar la internacionalización de los espacios económicos o la construcción de ciudades globales (Brandão, Fernández y Queiroz, 2016). “Bahía Blanca será el primer puerto de la costa oriental de la América del Sud… Es más grande que el de Liverpool, que es el más grande del mundo”3, escribía Lugones entre otras líneas laudatorias de un promisorio destino. No obstante, en este artículo –y en matriz multiescalar– el término resulta útil para subrayar la singularidad de un fenómeno urbano caracterizado por la “britanización” de lo local (en un sentido espacial), facilitada desde lo nacional (por la vía institucional), para el ingreso y despliegue de la escala global (encarnada por el capital británico). A través de este prisma teórico y en forma de entramado, destacaremos la presencia de múltiples actores sociales, de diversas escalas, operando sobre el espacio urbano de Bahía Blanca hacia fines del siglo XIX.

Pero, aunque estaba exhibiendo un intenso proceso de modernización técnica, la ciudad había tenido unos orígenes modestos que impedían sospechar tal progreso material. Los antecedentes del poblado datan del año 1828 cuando había sido erigida una fortificación que reforzaba la soberanía del Estado bonaerense frente al ataque brasileño a Carmen de Patagones –perpetrado en 1827 durante la guerra con Brasil– y marcaba la frontera interior en territorios aún dominados por los pueblos originarios. Fortaleza Protectora Argentina era el nombre de ese fortín de barro, provisto de una materialidad que no se correspondía con la pomposidad del nombre, ni con la sencillez del caserío. Posteriormente, junto a ese asiento rudimentario fueron erigidos los ferrocarriles mencionados y la aldea convertida en el notable nudo ferroportuario que estamos describiendo. En efecto, un rasgo que singulariza el caso de Bahía Blanca, en relación con otras ciudades intermedias argentinas (Llop Torne, 2011), es esa condición de haber registrado una temprana y fuerte presión del capitalismo (Ribas, 2007). En 1859, D. Jorge E. Church, bajo la dirección del Ing. Carlos Pellegrini (presidente de la Comisión Científica del Sur), realizó el primer plano topográfico de la ciudad de Bahía Blanca.

Sin embargo, el promisorio desarrollo comercial ligado a sus flamantes ferrocarriles y puertos no le habría alcanzado para convertirse en capital de la provincia, aunque había tenido la intención de concretarlo. Tal aspiración había sido motivo de disputas con actores decisionales de Buenos Aires cuando debían definirse las sedes administrativas entre las capitales nacional y provincial. Pero la distancia de Bahía Blanca con la recientemente creada Capital Federal (1880) y las aspiraciones presidenciales del gobernador Dardo Rocha, quien decidió proyectar y construir una nueva capital –La Plata (1882)– impidieron que se concretara el anhelo (Nicolini, 1981).

A este hecho desafortunado para los bahienses, Lugones le encontraba un lado amable: “Aquí no se trata de levantar una ciudad oficial, como La Plata, en que la mano rica del gobierno lo hace todo. La ciudad que está naciendo aquí es un producto de las cosas mismas...”4. Frente a la negativa oficial, y persistiendo en reafirmar una soberanía regional, en 1884 el diario local El Porvenir propuso que Bahía Blanca fuera convertida en la capital de una nueva provincia a partir del proyecto de dividir en dos partes el territorio bonaerense. El plan fue defendido por legisladores y particulares en diversas circunstancias (Cernadas de Bulnes, 1996), pero solamente pudo cristalizar en el nombre del diario local La Nueva Provincia que persistiría como registro elocuente de la potencia de aquel imaginario urbano5.

La ciudad de Bahía Blanca también aspiraba a ser “Puerta de la Patagonia”, es decir, una posible salida al mar para una vasta región por entonces productora de frutas, lanas y combustibles, del mismo modo que Buenos Aires lo era del hinterland de la carne y el trigo. Años más tarde, también se procuraría la vinculación con territorio chileno a partir del proyecto Ferrocarril Trasandino Austral (1957) que el ingeniero bahiense Domingo Pronsato había impulsado sin éxito (Fig. 1). El plan se sustentaba en la ambición de convertir a la ciudad en una sede conductora de los progresos patagónicos, pero las políticas nacionales que llevaron a las provincializaciones de La Pampa (1952), de Río Negro y de Neuquén (1955) frustraron la creación de esa unidad territorial que el ingeniero había denominado Provincia del Libertador General San Martín (López Pascual, 2017). Según el proyecto, este territorio incluiría parte de aquellas jurisdicciones, tendría su capital en Bahía Blanca y se conectaría con Chile a partir del ideado ferrocarril. Ante las decisiones tomadas por la nación, la propuesta quedó sin efecto, de igual modo que la estrategia de Rocha había cercenado la ilusión bahiense de ser capital provincial.

Figura 1. Proyecto del Ferrocarril Trasandino del Sur, 1957. Fuente: elaborado por Saus a partir de López Pascual (2017).


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