viernes, 17 de enero de 2020

El tanguero Aníbal Troilo, 'Pichuco', cuenta su vida... - Parte 1

 

El tanguero Aníbal Troilo, 'Pichuco', cuenta su vida, sus amores y una confesión

 


Esta entrevista publicada en la revista argentina Crisis, de 1975, habla Aníbal Troilo, Pichuco, (1914-1975), quien es considerado el primer bandoneón de Buenos Aires, Empezó a tocar tangos a los 11 años en el Mercado de Abasto. El día de su nacimiento, el 11 de julio, fue designado como el Día del Bandoneón en Argentina. En el invierno de 1974, ya enfermo, había dejado de conceder entrevistas. Sin embargo, María Ester Gilio consiguió que la recibiera y acá despliega todo su habla.

 

Tenía una bata azul sobre el piyama blanco. "Estoy enfermo", dijo. E hizo un gesto vago señalando algún lugar del cuerpo. "Me duele". 

Junto a la ventana, Zita, su esposa, jugaba con su hermana a los dados. 

-Pero ayer trabajó-, le dije. 

-Sí, toda la semana. Hoy no trabajo porque es domingo. Le voy a alcanzar un detalle. Ayer me hice 55 minutos en la primera vuelta.

Después me mandé dos whiscachos y me hice la segunda.     

-¿Por qué va? 

-¿Cómo? 

-Si dice que está enfermo, quiero saber si va porque es responsable o por qué. 

-La gente me quiere. No se puede describir. 

-Va por eso... 

-La gente que camina como yo, siempre quiere a los que le hacen bien. 

-¿Cómo camina? 

-Así, un poco al bardo

-No sé qué quiere decir. 

-Sin ton ni son. Es gente que quiere al tango y por eso me quiere. Hace unos días terminé de tocar y las señoras se acercaron. Me besaban.

-¿Cómo se siente en esos momentos? 

Hizo un gesto impreciso con las manos, le pidió un whisky a Zita, cerró los ojos por un segundo. -Y, qué querés...-, dijo finalmente. 

-¿Todo eso le importa mucho? 

-¿A vos qué te parece? 

-Que sí. 

Volvió a cerrar los ojos y confirmó con la cabeza. Le pregunté entonces cuál había sido su mejor cantor. El respondió con otra pregunta. 
-¿En el aspecto personal? 

-Es fantástico. Le pregunto a un hombre que tiene una orquesta cuál fue su mejor cantor y él dice: "¿En el aspecto personal?". Sí, en el aspecto personal. 

-Fiore. [Fiorentino]. Era un hombre... Se merecía todo el cariño del mundo. 

-¿Qué estilo de tipo era? 

-Como yo. No, mejor que yo. 

-¿Y cómo es usted? 

Desvió la mirada, y dijo lentamente, casi en secreto: "Creo que soy un hombre bueno". 

-Zita, escuchame, ¿es bueno este hombre? 

-Sí, es buenísimo, pero muy revirado. Te lo presto unos días y vas a ver. Hay que cuidarlo. Es un niño. Hoy, domingo, mi único día libre, a las doce del mediodía se le ocurrió comer pasta. Me tuve que levantar a cocinar. 

-¿Vos trabajás? 

-¡Pero qué me preguntás! Todos los días, menos domingos y lunes, tocamos. -dijo Zita sin dejar de agitar los dados. 

-Voy a contarle una cosa que nunca conté. El día que conocí a mi mujer se acabó el planeta. 

-¿Cómo era eso? 

-Yo estaba en los bailes, ella caía y yo desaparecía. Me le iba atrás. Cuando Fiore la veía, le decía: "Carucha, perdoname una, no te lo llevés". 

-¿Qué le gustaba de ella? 

-Ella -dijo, y le echó una mirada cortita-. Por ella yo volteé toda la estantería. 

Zita dejó de jugar y me miró. "Fiore veía mi mano que aparecía entre las cortinas y temblaba." 

-Yo tocaba en el Florida y ésta sacaba la mano así -dijo Pichuco moviendo la mano-. Tenía un anillo. 

-De aguamarina -dijo Zita, mostrando el anular desnudo. 

-Yo veía el anillo y me rajaba atrás. Dejaba todo.

 Pero si un día cualquiera / irremediablemente / el bacán por tus sueños presentido / no soy / batímelo así nomás / con un beso en la frente. 

"Mirá gordo, me aburro". 

-¿Oíste, Zita? 

-Sí, yo se lo dije, pero no se va. 

-¿Puedo hablar? Mirá, cuando chamuyo de mi jermu, no me alcanzan los petates. Hace treinta y cinco pirulos que me aguanta. Le voy a contar una cosa. Montevideo... me hacían un homenaje en el Estadio Centenario, porque yo cumplía treinta años de actuación. Estaba el finado Eichelbaum, que había ido para oírme. El espíquer decía: "Aníbal Ptsstroilo", la gente aplaudía. Yo no podía salir, no podía caminar, tenía una emoción tremenda, me caía, tenían que sostenerme. Y de pronto me veo aparecer a Puchulita. 

-Sí... 

-Estaba enferma que se moría. Pero se levantó y fue. No se pudo aguantar. Así es mi mujer. 

-Soy una mina de "Horizontes Perdidos". 

-Contale qué hiciste hoy de comer, Puchulita. 

Pulpetas y macarrones. Comió como si fuera la última vez. 

-¿Quién hubo antes de Zita? 

-Nadie, nadie. 

Zita: -No te dejes engrupir. De botón a comisario... 

-Sí, yo soy falso, pero veía a Puchulita y ... 

-¿Qué lo atraía tanto en Puchulita

-Su ternura. 
Zita: -A la gente se la conquista con ternura. 

-Descríbamela tal como la recuerda de ese tiempo. 

-Chiquita... ¡un cuerpo! 

Zita: -Así es, andá a ver a mi cuadro, allá en el living. 

Allá, en el living, estaba, en un gran óleo, Zita, la de antes, con el pelo rubio muy rizado y un traje de gasa celeste. En la pared de enfrente, la cara de Pichuco, con sus ojos de potrillo, negros y tiernos, el pelo a la gomina. 

Cuando volví: 

-Y bueno. ¿qué te parezco? 

-Bonita, no tan distinta de ahora. 

-¿No te dije que soy una mina de "Horizontes Perdidos"? ¿Cómo te sentís, Chiquito? 

- Bien, bien. 

-Pero te duele. 

-Sí, me duele-, dijo Pichuco, poniéndose de pie. Tenemos que llamar al chino otra vez. 

-¿Qué chino? 

-Un chino que viene, me enchufa la aguja, me manda la electricidad y chau. 

Con sus pasos muy-lentos-y cortitos se alejó, y cuando volvió: 

-Recolectaron 200 firmas para que Fiore volviera a la orquesta. Pero ya no se podía. Cuando se termina una cosa, se termina: Se termina su vida como un pucho de tabaco Virginia, se termina -dijo sentándose- “Ya no tiene tabaco para mucho. Ya está al lao del final la pobre mina". 

-¿Carlos de la Púa? 

-Sí, yo me hice al lado de él. 

-Cuénteme. 

-Él estaba en Crítica. Era un rantifuso (descuidado). Cuando iba a un cabaret, siempre llevaba un lápiz. 

-¿Para qué? 

-¿No sabés? 

-No. 

-Para firmar... El otro día Puchulita se puso a buscar una foto de mi primitiva orquesta. Y cuando empezó a revolver, entramos a ver los muertos: Fiore, Lomuto, Canaro, Enrique, Mafia, Láurenz. Fiore fue la cosa más sentida. Un día fuimos con Fiore a las seis de la tarde a tocar en un baile. Cuando llegamos todavía había sol. Vamos a subir y... Eramos todos pibes. ¡Para qué te voy a contar, unas pintas...! 

-¿Qué edad? 

-Veinte. Escúchame. Llega el momento de subir y Fiore me agarra un brazo. "¡Un momento, Kolynos!", me dice. Pobrecito... De repente, uno se olvida de un montón de cosas; hay cosas que uno se olvida. 

-¿Cómo empezó a cantar en su orquesta? 

-Fiore trabajaba en el Tabarís. Yo le propuse -éramos amigos de mucho tiempo-, le propuse que se viniera conmigo. Debutamos en el Marabú con un tango que se llama Sobre el pucho de Piana y Castillo. Estaban todos los milongueros. No gente, ¿entendés? Los milongueros. Después de muchos años, un día terminamos. Fiore ya no estaba. El día en que se despidió de la orquesta, hicimos Adiós, Pampa mía. Pobrecito... 

 


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