El 16 de septiembre de 1955 se produjo la revolución
autodenominada “Libertadora”, movimiento revolucionario encabezado por el
general Eduardo Lonardi, que derrocó al gobierno constitucional del general
Juan Domingo Perón. El 13 de noviembre de 1955, Lonardi sería reemplazado por
el general Pedro Eugenio Aramburu, quien endurecería las medias contra el
peronismo. A continuación reproducimos la proclama de Lonardi al encabezar el
golpe. En defensa de los derechos y garantías de la Constitución se
producía, una vez más, un golpe de estado en el país.
Fuente: LONARDI, Luis Ernesto, “Dios es justo”. Lonardi
y la revolución, Francisco Colombo, Buenos Aires, 1958, págs. 96-100.
«Al pueblo argentino y a los soldados de la patria: En mi
carácter de jefe de la Revolución Libertadora, me dirijo al pueblo y en
especial a mis camaradas de todas las armas para pedir su colaboración en
nuestro movimiento. La Armada, la Aeronáutica y el Ejército de la patria
abandonan otra vez sus bases y cuarteles para intervenir en la vida cívica de
la Nación. Lo hacemos impulsados por el imperativo del amor a la libertad y al
honor de un pueblo sojuzgado que quiere vivir de acuerdo con sus tradiciones y
que no se resigna a seguir indefinidamente los caprichos de un dictador
que abusa de la fuerza del gobierno para humillar a sus conciudadanos.
”Con el pretexto de afianzar los postulados de una justicia
social que nadie discute, porque en la hora presente es el anhelo común
de todos los argentinos, ha aniquilado los derechos y garantías de la
Constitución y sustituido el orden jurídico por su voluntad avasalladora y
despótica.
”Esa opresión innoble sólo ha servido para el auge de la
corrupción y para la destrucción de la cultura y de la economía, de todo lo
cual es símbolo tremendo el incendio de los templos y de los sacrosantos
archivos de la patria, el avasallamiento de los jueces, la reducción de la
Universidad a una burocracia deshonesta y la trágica encrucijada que compromete
el porvenir de la República con la entrega de sus fuentes de riqueza.
”Si este cuadro pavoroso promueve la inquietud de los
argentinos, el dictador -después del simulacro de su renuncia- nos ofrece la
perspectiva de la guerra civil y de la matanza fratricida, complaciéndose con
la posibilidad de dar muerte a cinco opositores inermes por cada uno de sus
secuaces y torturadores.
”No es extraño que fuera capaz de complicarse en la
profanación de la bandera para imputar el sacrilegio a sus opositores. Ante los
conciudadanos y la posterioridad lo acusamos de esa incalificable villanía,
plenamente comprobada en las actuaciones labradas por el Consejo Supremo de
Guerra y Marina. La preocupación por el honor y la libertad, vulnerados por la
tiranía, halló ancho cauce en el corazón de la oficialidad joven, que con rara
unanimidad despreció las dádivas y el soborno y puso su limpia espalda al
servicio de los ideales ciudadanos.
”Poco ha costado a quien firma esta proclama y a tantos
jefes que en toda la extensión de la República la rubrican con su nombre y con
su sangre, secundar ese esfuerzo juvenil que reivindica para siempre el
prestigio de las armas nacionales y a todos nos coloca en la misma línea de los
inmortales precursores: los que orlaron los templos con los trofeos tomados al
enemigo, los que hicieron flamear nuestra enseña en las batallas que fundaron
la patria y los que dieron la lección insuperada de su desinterés y sacrificio.
”Ningún escrúpulo deben abrigar los miembros de las fuerzas
armadas por la supuesta legitimidad del mandato que ostenta el dictador.
Ninguna democracia es legítima si no existen los presupuestos esenciales:
libertad y garantía de los derechos personales; si se falsea el
empadronamiento, o en los comicios se desconoce la expresión de la voluntad
ciudadana. En cambio, sí tiene toda su fuerza el artículo de la Constitución
vigente que ordena a los argentinos armarse en defensa de la Constitución y de
las leyes. O aquel otro que marca con el dictado de infames traidores a la
patria a los que conceden facultades extraordinarias o toleran su ejercicio.
”Sepan los hermanos trabajadores que comprometemos nuestro
honor de soldados en la solemne promesa de que jamás consentiremos que sus
derechos sean cercenados. Las legítimas conquistas que los amparan, no sólo
serán mantenidas sino superadas por el espíritu de solidaridad cristiana y
libertad que impregnará la legislación y porque el orden y la honradez
administrativa a todos beneficiarán.
”La revolución no se hace en provecho de partidos, clases o
tendencias, sino para restablecer el imperio del derecho.
”Postrados a los pies de la Virgen Capitana, invocamos la
protección de Dios, fuente de toda razón y justicia, hacemos este llamamiento a
todos los que integran las fuerzas armadas de la Nación, oficiales,
suboficiales y soldados, para que se pongan con nosotros en la línea que señala
la trayectoria del Gran Capitán. Lo decimos sencillamente, con plena y
reflexiva deliberación: la espada que hemos desenvainado para defender la
entraña de la patria no se guardará sin honor. No nos interesa la vida sin
honra y empeñamos en la demanda el porvenir de nuestros hijos y la
dignidad de nuestras familias.”
Eduardo Lonardi
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