lunes, 4 de noviembre de 2019

El gobierno de Lonardi - Las diferencias internas - Parte 1


El general Lonardi nunca fue consciente de las fuerzas que desató, su odio personal a Perón lo obnubiló de tal manera que creyó posible separar al líder, del movimiento que él mismo había creado. Aquellos que comenzaron a conspirar contra el presidente de facto eran aún más reaccionarios que él, asumiendo posturas supuestamente “liberales” que los llevaron a organizar atentados contra Perón, perseguir, torturar y asesinar a peronistas y trabajadores, e incluso se convirtieron en profanadores de cadáveres como lo hicieron con el cuerpo de Eva Perón. Aramburu y Rojas fueron los jefes de esa facción y de los dirigentes de los partidos políticos que fueron dóciles marionetas que apoyaron incondicionalmente esa política de salvaje reacción.

A poco de asumir, comenzaron a salir a la luz las discordias que producirían a los pocos días el relevo del primer presidente de la autodenominada Revolución Libertadora. Los dos bandos se repartieron las funciones en el gobierno, a ambos los unía exclusivamente su odio al peronismo, pero una vez conseguido el objetivo de desplazar a Perón se pusieron en evidencia las diferencias que los separaban.

Por un lado se encontraban el presidente y sus amigos, entre los que había varios nacionalistas: el Ministerio de Relaciones Exteriores estaba a cargo de Mario Amadeo, el de Trabajo y Previsión Social en manos de Luis Cerruti Costa, el de Transporte a cargo del gral. Uranga, el de Guerra con el gral. Bengoa, el Dr. Clemente Villada Achaval era el asesor principal del presidente, en tanto el mayor Guevara era una de las personas de mayor confianza de Lonardi.

El otro bando tenía a la cabeza al mismísimo vicepresidente de la República, el contraalmirante Isaac Francisco Rojas con toda la Marina detrás, quién además contaba con el apoyo incondicional de todos los partidos políticos “democráticos” encabezados por la Unión Cívica Radical y el Partido Socialista, sin olvidar a demócratas progresistas y conservadores.

El grupo de Rojas también contaba con sólidos contactos con el Ejército por lo que era quién contaba con mayor apoyo y viabilidad política, pero no sólo era una cuestión de relación de fuerzas, el régimen con el que soñaban los lonardistas era una especie de mezcla entre el caduco sistema liberal y algunas reivindicaciones sustentadas por el peronismo. Existía una clara imposibilidad histórica para efectuar una salida intermedia entre el peronismo y el liberalismo. Para llevar a cabo un programa popular estaban los peronistas y para desarrollar el proyecto liberal existían varios sectores dispuestos a concretarlo, ahora que habían destruido ese dique de contención que significaba el peronismo.

Un foco sedicioso para el derrocamiento de Lonardi estuvo ubicado muy cerca de él, específicamente en la Casa Militar, organismo que supuestamente debía ocuparse de la seguridad del presidente, las audiencias y el protocolo, cuyo jefe era el coronel Bernardo Labayrú, el jefe del despacho de la Casa de Gobierno era el coronel Emilio Bonnecarrere y el jefe del regimiento de granaderos a Caballo, Alejandro Lanusse, todos los cuales tenían la obligación de defender al presidente sin embargo fueron miembros activos y determinantes de la conspiración. (1)

Los contrarrevolucionarios de setiembre no habían derrocado a un gobierno para que unos aguafiestas le vinieran a impedir sus ansias de revancha. No se trataba que Lonardi odiara más o menos al peronismo o a Perón, de lo que se trataba era de delinear una táctica para destruir al peronismo, mientras el presidente era consciente de lo que implicaba provocar al peronismo y al movimiento obrero, intentando una política para ganar a estos últimos para otras causas y que paulatinamente se olvidaran de Perón, el otro sector quería erradicar de cuajo diez años de historia argentina que para desgracia de los liberales contaba con la adhesión de una gran cantidad de argentinos que habían coincidido con los diez años más felices de sus vidas.


La posición aparentemente más benigna o conciliadora del lonardismo no puede esconder su responsabilidad por el ataque de grupos policiales y parapoliciales a locales y hogares de militantes peronistas acusándolos de cuestiones que nunca pudieron ser probadas.

Cooke definió de manera acertada la política de Lonardi en los siguientes términos: “… intentaba una conciliación imposible: nacionalismo e imperialismo, Plan Prebisch y paternalismo hacia los obreros, unión del frente antiperonista y tentativas de captar a la masa peronista depurándola de la influencia de Perón. Aparte de todas esas contradicciones, el régimen que sucediese al peronismo tenía que ser el más liberal, oligárquico y antipopular; a mayor significado revolucionario del régimen popular, más reaccionario ha de ser el poder que lo suceda…”. (2)

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(1) Robert Postash. El ejército y la política en la Argentina, Editorial Sudamericana, 1984, pags. 296 y 297
(2) John William Cooke, Peronismo y Revolución, Ediciones Papiro, 1971, pags. 134 y 135

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