El fútbol argentino no nació en 1931. Desde mucho antes ya
se disputaban Ligas y Copas, la Selección nacional sumaba títulos a cada paso y
algunos equipos daban cátedra en sus giras por el mundo. El
profesionalismo apenas cambió el modo de vincularse entre los futbolistas y las
instituciones.
Hay una historia que los medios solían contar: decía y
ocasionalmente dice que el fútbol argentino comenzó en 1931. Se trata de una torpeza contada
por años y por décadas. Los datos oficiales revelan otra verdad, la verdad. Y
sobran los detalles en el recorrido para explicarlo. En ese presunto año
fundacional, el mismo campeón de la temporada anterior se llevó el primer
título del profesionalismo: Boca. Con el tiempo se trazó una suerte de línea
divisoria histórica que ensanchó las distancias entre las competencias locales
disputadas hasta 1930 y aquellas que se jugaron a partir del año siguiente. "Un
error o una farsa repetida", como dicen muchos de los integrantes del
Centro para la Investigación de la Historia del Fútbol (CIHF).
Antes de ese nacimiento que no fue tal hubo otra historia
grande y relevante para la Argentina futbolística. Una historia que existe y
que se sostiene con episodios significativos e imborrables. Pero no sólo es una
cuestión inherente a nuestro fútbol: también pasa en los grandes escenarios. Las
líneas divisorias no existen en España, en Italia, en Inglaterra, en Brasil y
en tantos etcéteras afines.
En tiempos del amateurismo, la Selección obtuvo cuatro
Copas América en la década del 20 (1921, 1925, 1927 y 1929). Esa es, junto
con la década del 40, la más exitosa para Argentina a nivel continental.
En el
primer campeón atajaba el icónico Américo Tesoriere y Julio Libonatti (el
primer argentino que jugó en el fútbol italiano) era el goleador.
"Tesoriere, el de Boca, es el preferido. Y lo demuestra: el arco, invicto
en todo el torneo. El final no podía ser de otro modo: Argentina y Uruguay. Y
el gol de oro del uno a cero lo conseguirá Julio Libonatti, el rosarino. Un gol
que enloquece a los 25.000 espectadores. Sí, 25.000 espectadores que consagran
al fútbol como al espectáculo del pueblo. Como no hay alambradas, el público
invade la cancha en la pitada final, carga a sus hombros al héroe de Rosario y
grita: '¡al Colón, al Colón!'. Así es llevado el héroe desde el estadio de
Sportivo Barracas hacia el centro. Pero a mitad de camino hay algunos a quienes
el Colón les parece insuficiente y gritan: '¡A la Rosada, a Plaza de Mayo!'. Y
allá va la muchedumbre con el gladiador triunfante en hombros, a quien quieren
consagrar César.
Pero Julio Libonatti no actuará ni de tenor ni en el escenario
del Colón ni jamás traspasará el umbral de la Rosada. Lo comprarían los italianos
para que juegue en el Torino. Así se iniciaba el éxodo de los mejores, un
desangre colonial que todavía hoy -y más que nunca- sufre el fútbol criollo",
retrata Osvaldo Bayer en el libro Fútbol Argentino.
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