viernes, 25 de enero de 2019

Discursos: “La llamada crisis moral” - Parte 1


Discurso del presidente Arturo Frondizi transmitido por radio y televisión, el 22 de febrero de 1962.

Reanudo hoy mi diálogo con el pueblo. Insisto en calificar estas conversaciones de “diálogo” aunque sea sólo mi persona la que aparece en la pantalla y mi voz la que se escucha. Los interlocutores existen y dialogan con el gobierno diariamente desde las columnas de una prensa libre, desde las tribunas de los partido políticos, desde los recintos legislativos y desde el seno le cada hogar argentino.

Es un síntoma de vitalidad democrática esta preocupa­ción del pueblo por la cosa pública y esta vigilancia activa y constante que se ejerce sobre la conducta de los go­bernantes. A mí me satisface profundamente este control y no podría gobernar si dicho control no existiera.

Estoy constantemente infamado de las reacciones y opi­niones de la ciudadanía. Lo primero que hago por la mañana es leer los diarios y por la noche sintonizar con frecuencia las mesas redon­das y las entrevistas que la radio y la televisión dedican a la discusión de los grandes problemas nacionales. Esta es la voz de la opinión pública, el interlocutor múl­tiple y variado, que se escuda a diario.

Como gobernante he recogido muchas veces las obser­vaciones y sugestiones constructivas de los críticos. Me he rectificado cuando las conceptué justas y he ad­mitido que nadie es infalible, y menos el gobierno de un país que se transforma velozmente y que está haciendo una nueva experiencia en su historia.

Diálogo con la oposición

Pero hay otro género de crítica que sólo se expresa en palabras, en conceptos generales de extrema y deliberada vaguedad. Y a esta crítica de gobernante no puede contestar sino con refutaciones como las que intento hacer aquí. Estoy pues dialogando con mis críticos, que han ini­ciado este diálogo desde sus órganos de expresión.

Sería injusto negar al gobernante el derecho de respon­derles, pues la democracia es una calle de doble mano, por la que circula con el mismo derecho, el gobierno y la oposición. Si sólo pudiera circular el gobierno estaríamos sufriendo una dictadura. Si sólo pudiera circular la oposición estaríamos sumidos en la anarquía. El equilibrio de la libertad consiste en la sabia conviven­cia de ambos términos y en pie de igualdad.

Las formas de la democracia

Las formas de una democracia adulta son muy simples y de vigencia universal: el pueblo elige a sus gobernantes, estos gobiernan conforme a una Constitución y dentro del mecanismo de la división de poderes, y garantizan al pue­blo todas las libertades constitucionales de criticar, acusar y remover a los malos funcionarios y al propio presidente de la Nación. Dentro de una democracia, la oposición tiene una función irrenunciable de control. El gobierno tiene la obligación de ampararla y respe­tarla. Incluso, aunque no esté obligado jurídicamente a ha­cerlo, puede el gobierno aceptar criterios y observaciones de la oposición, cuando se concretan adecuadamente.

Si la oposición denuncia un acto irregular del gobierno, el incumplimiento de sus deberes por parte de algún fun­cionario o cualquier hecho que comprometa la moral admi­nistrativa, el gobierno tiene el deber de investigar el cargo y de dar intervención a la justicia cuando se impute la comisión de un delito. Nuestro gobierno así lo hizo en las ocasiones en que se denunció algún hecho concreto. Se ordenó una amplia investigación del Poder Ejecutivo o del Congreso y se enviaron los antecedentes a la justicia.

Sin embargo, hay una acusación que escapa a toda com­probación material. Es la acusación que se hace en términos tan generales y ambiguos que es imposible confrontarla con los hechos. De esta acusación imprecisa quiero ocuparme hoy.


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