En 1928, alguien contrató al retratista Juan Fonrouge para
que le diera un rostro fidedignono tenía ni siquiera un mal
retrato. Le dieron mil pesos de los cinco mil prometidos y el artista
salió a la búsqueda de una cara. Volvió con una gran noticia: la sobrina nieta
tenía una miniatura del prócer. La posteridad conocería por fin el rostro de
Estomba.
El cuadro fue puesto en un salón municipal y cubierto con un
lienzo a la espera de la inauguración oficial. Hasta que se publicó una foto de
la obra. Un comedido de esos que nunca faltan afirmó que en París había un
retrato idéntico: el de Édouard Adolphe Casimir Jospeh Mortimer, mariscal de
Francia al que Napoleón concedió el título de duque de Trévise. Fonrouge había
hecho una copia casi exacta no sólo del cuerpo del mariscal, sino incluso del
cañón, que había hecho lo suyo en las estepas rusas y no en los Andes.
El lienzo nunca fue retirado, Fonrouge no cobró los cuatro
mil pesos que le debían y Estomba se quedó sin sus rasgos para siempre. Pero no
fue lo peor que le pasó.
Ramón Bernabé Estomba, primo hermano de
Bartolomé Mitre, vivió 17 años de sable y caballo. Hizo la campaña del Alto
Perú con Balcarce, que inventó la caballería criolla. Estuvo con Belgrano en
Las Piedras, Tucumán, Salta y la desafortunada Vicapulgio. En Ayohuma, una bala
aviesa le destrozó la rodilla. Fue a dar con sus huesos en el siniestro
presidio de Casas Matas, en el Callao limeño.
El insigne Mariano Felipe Paz Soldán produjo un informe
sobre aquella cárcel. El documento es de varios años después, pero las
condiciones no eran demasiado distintas cuando Ramón estuvo allí.
En el presidio, “las necesidades naturales se satisfacen en
barriles colocados al fondo de cada salón. A los 30 pasos de distancia es
intolerable la fetidez de los barriles, cuyas sobras forman un fango
asqueroso”.
“Las conversaciones mas obscenas, los juegos mas inmorales y
otros pasatiempos aun mas nefandos son escenas de todos los días y todas las
horas. ¿Qué decir de la noche? No hai luz: los presos duermen en monton: no
tienen camas. Tampoco es preciso comentar…”
Estomba estuvo en Casas Matas un tiempo que siempre quiso
olvidar. Algo trastornado, estuvo al mando del regimiento de caballería de
línea que guarnecía el fuerte Independencia, en Tandil. De allí salió para
fundar la Fortaleza Protectora (por San Martín, Protector del Perú) Argentina,
que crecería hasta ser Bahía Blanca. Fue su último gesto racional.
Cuando se pasó a las huestes de Juan Galo de Lavalle, empezó
a desvariar. Daba órdenes de marcha y contramarcha sin ton ni son. Las
nimiedades de la tropa lo ponían furioso. La sífilis, que se le había metido
dentro quién sabe en qué ocasión, le estaba devorando el seso.
La demencia fue arrasadora. El colmo fue cuando puso un
cartel que decía: “Desde ahora para siempre y hasta la muerte y más allá de la
muerte, dejo el insignificante nombre de Ramón y me llamaré Demóstenes
Estomba”. El desgraciado que no tendría rostro para la posteridad, renunciaba a
su nombre porque nada significaba para él.
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