martes, 14 de marzo de 2017

La locura del Coronel Estomba - Parte 2

El sorteo de Matucana

Desde las casamatas de El Callao, una columna del ejército español, al mando del General Monet, conducía con destino a la isla de Los Prisioneros, en el lago Titicaca a 160 patriotas tomados por sublevados en El Callao. Era el 8 de marzo de 1824. En la primera jornada pernoctaron a 30 kilómetros de Lima. 

Dos de ellos, el mayor don Juan Ramón Estomba y el capitán don Pedro José Luna, se tendieron fatigados en el suelo, uno al lado del otro, y antes de entregarse al sueño se concertaron para fugarse en la primera ocasión propicia, comunicando su proyecto al mayor don Pedro José Díaz y a los oficiales Juan Antonio Prudán y Domingo Millán. 

El 21 de marzo llegaron a una estrecha ladera. Marchaban los presos en desfiladas. Estomba y Luna iban entre Millán y Prudán. Al descender al fondo de la quebrada y pasar uno de sus puentecillos, Estomba y Luna se deslizaron a lo largo de una acequia como por un camino cubierto. Millán y Prudán cerraron el claro, renunciando a la salvación para burlar la vigilancia de la custodia. Esta abnegación debía costarles la vida. 

Informado Monet de la evasión, luego que la división llegó al pueblo de San Juan de Matucana, que dista 19 leguas de Lima, los prisioneros fueron colocados sobre la ribera del río del mismo nombre, bajo la guardia de dobles centinelas de vista. 


Inmediatamente se presentó el general García Gamba, jefe de estado mayor de la división, acompañado del coronel español Fur. El primero ordenó a los prisioneros que formasen en ala, lo que ejecutaron todos, con excepción del general don Pascual Vivero, que estaba separado de ella. 

Así que los prisioneros estuvieron formados, García Gamba les habló en términos duros, con el semblante airado que le era habitual. 


-Señores -les dijo-, tengo orden terminante del general de la división de sortear a ustedes, para que mueran dos, por los dos que se han fugado; en la inteligencia de que, de hoy en adelante, serán responsables los unos de los otros, pues si se fugan diez, serán fusilados diez; y si se fugase la mitad, morirá el resto. 


El doctor López Aldana, auditor de guerra del ejército independiente, fiel a sus compañeros de infortunio -y a los sagrados deberes de abogado, no pudo contener su indignación y levantó su voz enérgica en favor de los oprimidos, como si abogase ante el tribunal. 

-En ninguna parte se ha visto -dijo López Aldana- que la víctima sea custodia de la víctima. En las sociedades bárbaras no se recuerda un hecho tan atroz ni tan injusto. Que responda el oficial de las faltas, pero jamás ninguno de los prisioneros porque ninguno ha negado ni niega sus brazos y sus pies a las cadenas que quieran ponerles. Sobre todo, reclamo que se observe con nosotros el derecho de gentes y. . . 

-Bastante se ha observado el derecho de gentes con usted y sus compañeros -le interrumpió García Gamba-, pues tiene aún la cabeza sobre los hombros. 

Inmediatamente se dispuso lo conveniente -para proceder al sorteo, y los prisioneros, comprendiendo que se hallaban bajo el peso de una resolución implacable, guardaron silencio, salvando así su dignidad y esperando tranquilamente el misterioso fallo del destino. 


No hay comentarios.:

Publicar un comentario