La historia universal fue hecha por millares de hombres que,
en tiempo y forma, han heredado un apodo o sobrenombre, sea por aclamación
popular o por cuestiones meramente personales. Dentro de esta lógica natural,
obviamente que no podían faltar los apodos de los dirigentes políticos
nacionales que actuaron como federales y unitarios en el siglo XIX.
Casi no se hace alusión, en los prosistas del liberalismo,
el apodo Don Bartolo con que se lo conocía a Mitre desde las páginas
de la revista “Caras y Caretas”, allá por el 1900. Menos divulgado ha sido el
apodo Zonzo que recibió el creador del diario “La Nación” por parte del
jurista Dalmacio Vélez Sarsfield. Por su parte, Juan Bautista Alberdi en medio
de sus polémicas interminables con Sarmiento, no dudará en llamarlo a éste Trabajador
Improductivo y Estéril. En una carta, el gobernador Rosas señala al El
Loco Sarmiento.
Si de los unitarios o colaboradores de ellos nos acordamos,
difícil olvidar a la hermana del general Lavalle, Chepita, cuyo verdadero
nombre era Josefa Lavalle de Sáenz Valiente. El salvaje unitario Alejandro
Dumas también le llamaba Pepa Lavalle, y, ya anciana, sus familiares la
trataban de Mamá Chepita.
Durante el famoso Sitio de Montevideo (1843-1851), el
general colorado Melchor Pacheco y Obes fue uno de los que viajó a París,
Francia, para buscar la ayuda y solidaridad de los franceses ante el asedio de
la ciudad capital por parte de las tropas de Oribe y Rosas. A Pacheco y Obes le
quedó el mote de Vinagre.
Por su fealdad y crueldad, el general Fructuoso Rivera fue
denominado El Pardejón, y Don Frutos por parte de los indios
guaraníes a los cuales, promediando la década de 1830, mandó asesinar o a
exhibir en Europa como “rarezas” de nuestro continente. Entre los propios
unitarios hubo infinidad de discordias cuando de “civilizar” al país se
trataba. Así, Bartolomé Mitre le asignó el mote deWashington de Sudamérica al
general Urquiza cuando éste, en réproba actitud timorata, no se jugaba por las
montoneras federales o por apoyar a los unitarios que, con sus ejércitos de
línea, los masacraban a aquéllos en el interior, colocándose por encima de las
luchas internas.
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