Durante el sufragio de 1874 para elegir al presidente de la
nación, el vencedor, Nicolás Avellaneda, cometió fraude. En algunas mesas hizo
colocar amplios manteles y, debajo de ellas, a enanos de circo quienes a través
de singulares agujeros hurgaron las urnas y cambiaron los votos.
Y Bartolomé Mitre, el derrotado, enterado e indignado por la vil maniobra se
levantó en armas comandando una revolución.
Mitre también había hecho un fraude similar. Pero en lugar poner de enanos se
había valido de pequeños chinos que confundieron las boletas.
La sociedad suele condenar solamente al vencedor. Y en este caso aquel había
sido Avellaneda. Entonces, a instancias de Mitre, el coronel Ignacio Rivas
reunió un ejército de cinco mil hombres, que incluyó soldados, gauchos matreros,
indios y dos buhoneros.
Por otro lado, al mando del regimiento de infantería número seis –también
llamado Arribeños- estaba el teniente coronel José Ignacio Arias que apoyaba a
Avellaneda. Arias fue un férreo guerrero que manejaba la espada con igual
habilidad tanto con la diestra como con la siniestra. Por eso sus soldados
solían decir que era “doble mano”
Las tropas de Mitre encontraron al Arribeños en una estancia cercana a 9 de
Julio, llamada “La Verde”. Y suponiendo una victoria fácil –los hombres de
Arias eran tan solo novecientos- y envalentonado por Rivas que dijo “los vamos
a hacer cagar fácil”, Mitre ordenó un ataque frontal sin estrategia alguna.
Pero el astuto Arias, una semana antes, había enviado a sus soldados a capturar
tábanos y a encerrarlos en cajas de zapatos adaptadas para tal fin. Y
cuando las tropas de Mitre avanzaron les arrojaron esas cajas y los tábanos,
enardecidos y hambrientos, se la tomaron a picaduras contra los caballos. Los
equinos enloquecieron: corcovearon, se desbocaron, se chocaron unos contra
otros, pisotearon a los jinetes caídos y se cagaron chirle.
En cuatro horas Mitre perdió un poco más de mil hombres.
Entonces decidió abandonar la lucha y huir. Su destino fue Junín.
En la batalla resultó gravemente herido el coronel Juan Francisco Borges
–moriría dos días más tarde- y en el viaje, en su agonía, se lamentó diciendo
“¡Morir así! ¡Morirme ya! A mí se me hace cuento que me estea muriendo. Me
hubiese gustado tener un nieto escritor”.
Cuando Mitre llegó a la ciudad fue hospedado por su amigo Juan Narbondo, un
francés de los bajos Pirineos que había llegado a Junín diecisiete años antes.
Una vez instalado, Mitre se paseó por la ciudad en un lujoso coche que el
francés había adquirido recientemente. Pero Narbondo le advirtió sobre lo
inapropiado de hacerlo: “Acá son medio chusmas” le dijo “y, además, Arias te
está viniendo a buscar”.
Entonces Mitre aceptó una propuesta de esconderse en la casa Basterreix, un
comercio de ramos generales que Narbondo tenía frente a la plaza principal.
Pero cuando llegó Arias alguien le alcahueteó y lo encontró.
Narbondo relataría más tarde, en su libro “Mi relación con el general Paz
(continuación)”: y Arias entró como una tromba a la casa. Yo traté de encubrir
a Mitre y le dije “¿Qué desea llevar, señor?“No se haga el sota”, me contestó.
Y después vociferó “¡Y vos, Mitre, salí de atrás de esa bomba sapo! Ya te vi”.
Mitre fue detenido, dado de baja del ejército y estuvo algo más de un año
preso. Arias fue ascendido a coronel.
Hoy ambos se estrechan las manos en una esquina céntrica.
Por Rody Moirón
Para La Máquina del Tiempo
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