En un principio los papeles de mujeres los representaban
hombres hasta que las chicas se fueron animando y así pudo verse a nuestra
primera actriz, la “damita joven” Josefa Pepa Ocampos de la que sabemos que
había nacido en Buenos Aires hacía 18 años y que su ingreso a la compañía
teatral vino de la mano con su casamiento con el tercer galán Angel Martínez.
En aquel contexto cargado de prejuicios en el que se asimilaba el oficio de
actriz al de prostituta o a “mujeres de la vida”, la notable investigadora de
la historia de nuestro teatro Beatríz Seibel, da cuenta de una demanda judicial
presentada por el padre de la joven Mercedes González Benavídez para que su
hija no pudiera ejercer públicamente su vocación de “actuar, cantar y bailar”.
Don Benavídez, que, además de todo lo que las lectores y los lectores están
pensando, era abogado, exigía en su escrito que las autoridades locales le
impidieran actuar a Mercedes: “no sólo se echa sobre si la nota de infamia,
sino que la hace trascender a todos sus parientes”. Decía también: “la compañía
se completa con las personas más viles y despreciables como son las mulatas
esclavas, siendo tal una de las cómicas”.
Lo de despreciables y viles corre por
cuenta de Benavídez. Lo cierto es que era habitual que los esclavos y las
esclavas participaran de las obras de teatro y los libertos se integraran a
alguna compañía. La demanda marchó con bastante celeridad para los tiempos
judiciales y teniendo en cuenta que Mercedes no era una menor dependiente
del demandante sino una madre de tres hijos y viuda de dos maridos, el tribunal
dictaminó que podía “dedicarse a cualquier ejercicio con que sufragar su
manutención”. 2
La Ranchería estuvo en pie nueve años hasta que se incendió
a raíz de un cohete disparado el 15 de agosto de 1792 durante una festividad
desde el campanario de una iglesia que impactó de lleno en el techo de paja del
teatro.
La ciudad se había quedado sin teatro y varios años después
todavía se preguntaba el Telégrafo Mercantil: “¿Y es creíble que una
capital populosa, fina, rica y mercantil, carezca de un establecimiento donde
se reciben las mejores lecciones del buen gusto, y de una escuela de costumbres
para todas las clases de la sociedad?”. 3
Recién en mayo de 1804, durante el virreinato de Sobremonte
quedará inaugurado el Coliseo, llamado Provisional porque se había
proyectado uno definitivo, en las actuales esquinas de Reconquista y Rivadavia,
en el terreno que hoy ocupa el Banco Nación. Pero el “definitivo” nunca se
construyó.
El “Coliseo Provisional”, propiedad de Don Olaguer y Feliú,
era más amplio que su antecesor. El público estaba repartido en palcos,
galerías, tertulias, cazuelas, bancos, gradas y las más baratas, las
entradas de pie. El teatro le dio nueva vida a la ciudad y sumó variedad
a las no muchas diversiones de la elite de “vecinos” y “vecinas”, en un espacio
de sociabilidad nuevo que, además de su aspecto de cultura y entretenimiento,
significaba un lugar donde “lucirse”, en la vestimenta y los modales y para las
chicas, junto con el sagrado recinto de la Iglesia, cruzar miradas con
algún muchacho en edad de merecerlas. Trajo además una nueva categoría de
personajes a la ciudad: los comediantes o artistas, término que incluía a
actores, actrices y músicos, tramoyistas, escenógrafos y empresarios
teatrales, gente de mundo, con la mente más abierta y portadora de muchos menos
prejuicios que la media de la ciudad puerto.
Pero la sociedad seguía siendo muy pacata y conservadora y
las actrices estaban en el ojo de la tormenta. Por ejemplo, Antonina Montes de
Oca, que había iniciado su carrera en los cafés cantantes, remotos antecedentes
de los cafés concerts de los 70, fue desterrada a Montevideo en 1805 por
llevar una “vida escandalosa” y cultivar “amistades pecaminosas”. A su colega
Anita Rodríguez Campomanes le dijeron públicamente que estaba “condenada al
mayor descrédito público por su punible y detestable profesión”.
2 Beatriz Seibel,
Historia del Teatro Argentino, desde los rituales hasta 1930, Buenos Aires,
Corregidor, 2002.
3 “Sobre la
necesidad que hay en Buenos Aires de un teatro de comedias” en “El Telégrafo
Mercantil”, Buenos Aires, 19 de diciembre de 1801.
Felipe Pigna
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