Nació como Obelisco, pero para todos es la Pirámide de Mayo.
Y está en pie desde 1811.
Es uno de los símbolos de la Ciudad. Y aunque casi no hay
gente que no la conozca, la mayoría no sabe que pertenece al barrio de
Monserrat. Tampoco saben que es un obelisco, aunque todos, aún desde los
tiempos en que la proyectaron, la llamaron pirámide. Seguramente, también
desconocen que se salvó dos veces de la demolición. Por eso, la “Pirámide de
Mayo” también merece un recordatorio que rescate algo de su larga historia, que
empezó en 1811 y dos siglos después sigue teniendo protagonismo.
Considerado como el primer monumento patrio, su construcción
formó parte de la celebración del primer aniversario de la Revolución de Mayo.
En marzo de 1811 se presentó el proyecto ante el Cabildo, en abril se aprobó y
enseguida se empezó el trabajo. La dirección de la obra quedó a cargo del
alarife Francisco Cañete, un hombre nacido en Cádiz a quien, en aquellos
tiempos, se lo consideraba uno de los buenos constructores que tenía la Ciudad.
La suma a invertir: 5.160 pesos y 6 reales. La supervisión del trabajo la
realizó Martín Rodríguez, coronel del regimiento de Húsares. El monumento
estaba rodeado de una verja de hierro y en cada ángulo se colocó un farol que
usaba grasa de potro como combustible.
Ya en 1826 apareció la primera amenaza. Para evocar la gesta
de Mayo, el presidente Bernardino Rivadavia quería que hubiera un monumento más
ampuloso y quiso demolerla. Pero aquel proyecto quedó en eso y la pirámide se
salvó. Recién en 1856 se decidió mejorarla, tarea que se le encomendó al pintor
y arquitecto Prilidiano Pueyrredón. Fue en ese momento en que se le agregó la
Estatua de la Libertad (mide algo más de tres metros y medio) que realizó el
francés Joseph Dubourdieu. También ese artista hizo otras cuatro estatuas
(representaban a la agricultura, el comercio, las ciencias y las artes) hechas
en tierra cocida y estucada. Los faroles fueron reemplazados por otros, a gas.
Hacia 1883 Buenos Aires empezaba a dejar atrás la “gran
aldea” para convertirse en “la París de Sudamérica”. El impulsor era el
intendente Torcuato de Alvear. Fue entonces cuando otra vez surgió la idea de
derrumbar la pirámide. Ya se había demolido la Vieja Recova. La idea era,
nuevamente, hacer un “monumento digno” para recordar a la Revolución. Pero el
Concejo Deliberante no lo aprobó y además pidió que la pirámide fuese
preservada de futuros daños.
En 1912, la histórica Pirámide de Mayo pasa a ocupar el
centro de la plaza. Así, en ocho días y usando unos carriles especiales, se la
desplazó más de 50 metros, hasta su lugar actual. No fue tarea fácil: el
monumento completo pesa más de 200 toneladas. En el siglo XX la pirámide se
convirtió en punto de encuentro de las madres de desaparecidos que se reunían a
reclamar por sus hijos. En 1977, la primera vez que se juntaron, los policías
les dijeron “circulen señoras, circulen”. Así surgió la ronda de cada jueves alrededor
del monumento. Allí, en 2005, se depositaron las cenizas de Azucena Villaflor,
una de las primeras mujeres que fue a reclamar y que también había sido
secuestrada y desaparecida.
Con respecto a las estatuas que se colocaron en 1856, el
deterioro hizo que las sacaran en 1873. Sin embargo, en 1877, para adornar a la
pirámide, se pusieron otras cuatro estatuas hechas en mármol de Carrara, que
también eran obras del francés Dubordieu. Originalmente, habían adornado el
edificio del Banco de la Provincia de Buenos Aires, en la calle San Martín al
100. En total, esas estatuas eran 16. Las cuatro que rodeaban a la pirámide
estuvieron hasta 1912 y en 1972 fueron colocadas en una plazoleta que está en
Alsina y Defensa. Otras seis se encuentran en la terraza del ex Asilo y actual
Centro Cultural Recoleta. Pero esa es otra historia.
POR EDUARDO PARISE
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