Bernardo de Monteagudo fue uno de los más importantes ideólogos de la independencia americana. Mano derecha de Juan José Castelli y José de San Martín (también colaboró con Simón Bolívar) convierte su palabra en la mejor herramienta para terminar con el yugo español en América. En este sentido, su camino lo transita mayormente en las letras y en el periodismo, aunque también se destaca como un hombre de acción revolucionaria.
Para la historiadora Elena Altuna: “su actuación no fue
secundaria, sino complementaria de la de los libertadores y la ejerció,
fundamentalmente, en el terreno de las ideas. Los escritos de Monteagudo
conservan el valor de la prédica”. Su discurso revolucionario nace a partir de
la lectura histórica y la filosofía clásica, pero con una profunda observación
de los hechos y del proceso emancipatorio.
En el plano de la acción Monteagudo
insiste en que es menester realizar con hechos y no con palabras la revolución.
Así escribe: “Necesitamos hacer ver con obras y no con palabras esos augustos
derechos que tanto hemos proclamado”. Esto lo lleva a comprender que la
independencia o sea la ejecución del acto jurídico no hace más que confirmar un
derecho natural previo.
Castelli y Monteagudo, ambos fervientes morenistas,
entendían que por derecho natural todos los hombres eran iguales y como
ciudadanos debían participar con las mismas atribuciones en la conducción
política de la sociedad. Por esto no es casual que entre ambos redacten la
proclama de Tiawanaku donde se declara los derechos de los indios.Y esa línea
de pensamiento del tucumano se extiende a otros actores sociales del momento,
cuando afirma: “¿En qué clase se considera a los labradores? ¿Son acaso
extranjeros o enemigos de la patria para que se les prive del derecho a
sufragio? Jamás seremos libres, si nuestras instituciones no son justas”.
Una
de sus principales armas para la difusión de las ideas de independencia fue la Sociedad Patriótica ,
el primer club político, donde Monteagudo reafirma el pensamiento de Moreno y
lo convierte en una tradición.
Y él mismo se transforma en su evolución, así lo
confirma Noemí Goldman: “La expresión a veces contradictoria de la
argumentación morenista en cuanto a este derecho, se convierte en Monteagudo en
lenguaje abiertamente independentista”. Como pondera el historiador Jorge
Correa, Monteagudo fue principalmente americano, ya que su patria fue todo el
continente. Al igual que San Martín y Bolivar nunca lo contuvieron las
fronteras nacionales, que además no estaban definidas por esa época. Argentina,
Chile y Perú, los países donde ocupó importantes cargos públicos, recién se
estaban conformando luego del desmembramiento del imperio español. Su mayor
escollo fue vivir en una época contradictoria. Monteagudo no escapó de esta
disyuntiva, todo lo contrario. Y según Correa: “Las ideas democráticas de los
inicios de la revolución debieron afrontar una dura prueba ante la influencia
del conservatismo europeo. Las contradicciones embargaron a los patriotas y
muchos ven un abismo entre el Monteagudo de 1812 y el de 1823” . Pero ese objetivo de
independencia no sufrió mella y sus dudas sólo aparecían sobre la forma de
gobierno de las nuevas naciones. Como producto de estas contradicciones su
gestión como funcionario en el Perú fue muy polémica y sufrió el destierro de
este país en 1822.
Así, cuando volvió a pedido de Simón Bolivar, fue asesinado
en Lima en enero de 1825. Sin embargo, como aclara Elena Altuna: “La
importancia de esta polémica figura aparece algo opacada frente a la de otros
actores del momento cuyo estatutos de héroes seguramente incide en la
consideración de este difusor de la independencia”. Esto último resalta su
figura y su espíritu revolucionario.
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