Banks es considerado el primer asesino múltiple de la historia penal argentina: mató a ocho personas, entre ellas seis familiares directos. Y todo lo hizo con pocas horas de diferencia, en estancias cercanas a Azul, la ciudad en la que vivía con su esposa y sus cuatro hijos.
Mateo, o “Mateocho” como lo apodaban irónicamente cuando se conoció el caso, se había casado con Martina Gainza y había tenido cuatro hijos. Vivía en una elegante residencia del centro de Azul, donde integraba el Jockey Club y participaba de varias instituciones de beneficencia. Era, en cierta medida, un claro ejemplo de la inmigración que se había enriquecido en aquella Argentina agroexportadora.
Tenía seis hermanos, pero no todos estaban en Azul. Una mujer se había ido a vivir a Irlanda, mientras que otros habían fallecido. Los Banks eran propietarios, por entonces, de dos estancias: La Buena Suerte y El Trébol, en cercanías de la localidad azuleña de Parish.
Pero nada era lo que parecía. Mateo, en 1922, era un hombre de 44 años que había perdido todo, aunque lo ocultaba. Jugaba fuerte y pedía plata. Para pagar esas deudas, le había ido vendiendo su hacienda y su participación en los campos a sus propios hermanos. A tal punto estaba quebrado económicamente que le había falsificado la firma a su hermano Dionisio, para vender sin su autorización unas cuantas cabezas de ganado en una consignataria local. Cuando se supiera ese fraude, seguramente pensó, terminaría en la cárcel.
El 18 de abril de 1922, poco después del mediodía, fue al campo de Dionisio, La Buena Suerte, y le disparó sin mediar amenaza con una carabina Winchester calibre 12. Primero fue un tiro en la espalda y después un segundo de gracia. Sara, su sobrina de 12 años, salió corriendo pero recibió un culatazo en la cabeza para luego ser arrojada en una zanja, donde recibió dos disparos. La mamá de la nena, para entonces, estaba recluida en un manicomio.
Mateo esperó hasta que cayó la tarde, cuando regresó el peón del campo, Juan Gaitán, que había viajado al pueblo de Parish a realizar unas compras. Cuando llegó, lo mató de un escopetazo mientras guardaba el sulky en el galpón de la estancia. De inmediato, el asesino se subió a ese carro y marchó unos 5 kilómetros hasta El Trébol, donde continuaría con la masacre.
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