Muerto el Caudillo, el 17 de junio de 1.821, su fiel comandante Saravia sigue al jefe designado por Güemes en sus últimos momentos, el coronel Jorge E. Vidt, hasta que Olañeta abandona, definitivamente, la provincia de Salta que comprendía también Jujuy y Tarija, a fines de julio de aquel año.
Siguió prestando servicios, ya con el grado de coronel, hasta 1.831, en que, con su hermano Domingo, tuvieron que emigrar a Bolivia a raíz del triunfo de Quiroga en la Batalla de La Ciudadela, de Tucumán.
En la administración del general Pablo Latorre, guerrero de la Independencia, ya pudo regresar, y figura desempeñando una comisión ante las autoridades jujeñas. Mientras gobernaba esta provincia su pariente, el coronel Manuel Antonio Saravia en 1.842, don Apolinario revista como Jefe de Estado Mayor y al año siguiente, siendo jefe de Policía el 9 de julio, mientras se celebraba en la plaza el aniversario de la Independencia, un fanático rosista lo hirió gravemente.
Tan sacrificada existencia, se vio declinar con esa nueva herida, falleciendo en el año 1.844.
Su esposa Doña Juana Joaquina Plazaola le sobrevivió hasta 1.861. Según el historiador capitán de Fragata Don Jacinto R. Yaben, autor de la más completa biografía de este prócer, era hija del Maestre de Campo, Juan de Plazaola Martínez Saénz y de María Francisca Saravia Ruiz de los Llanos.
La hija mayor de don José Apolinario, Jacoba Saravia, la famosa ‘Maestra Jacoba’ como ha pasado a la historia, fue una meritísima educacionista, cuyo nombre es honrado especialmente en una grande prestigiosa escuela de esta ciudad.
Entre los homenajes permanentes que la posteridad dedica al Cnel. Saravia, en nuestra provincia figuran: una calle de esta ciudad –continuación de España al este- que lleva su nombre, como asimismo la escuela provincial de ‘El Bordo’, departamento de General Güemes y una estación de ferrocarril, con la población correspondiente, en la línea de J.V.González a Pichanal; y, de aumentar con el tiempo estos tributos de reconocimiento, nunca serían excesivos.
(*) Por considerarle interesante, consigno aquí una anécdota transmitida en forma oral en la familia.
Parece que el joven Saravia acostumbraba llevar entre sus ropas un latiguillo con el cual solía defenderse de alguna burla de sus compañeros. Siendo Presidente Rivadavia, y pasando nuestro biografiado por una situación económica difícil los parientes y amigos lo convencieron de que debía ir a verlo. Cuando se le hizo pasar al despacho, Rivadavia, sentado ante su escritorio, estaba de espaldas lo que el visitante aprovecho para extraer el famoso latiguillo y con él saludar al primer magistrado, quien de inmediato exclamó: ‘Saravia’.
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