Las cartas patagónicas
El primer día de mayo de 1873 el general Ricardo López Jordán, insistiendo en su lucha, pasó a Entre Ríos por el Alto Uruguay. Mientras esto ocurre, Hernández, ante una orden de prisión dictada contra él por el gobierno, se refugia en Montevideo. Hacia fines del mes señalado Sarmiento remite un proyecto de ley a la Legislatura poniendo precio a las cabezas dirigentes de la revolución entrerriana: 100 mil pesos fuertes para la de López Jordán, 10 mil para la de Mariano Querencio, y mil para las de los demás alzados principales, entre ellos se encuentra el autor del Martín Fierro.
Nuestro hombre, desde la Banda Oriental, mantiene correspondencia con el jefe revolucionario, que le encarga la redacción de importantes documentos. También allí se encuentra con su amigo Juan Antonio Soto, viejo redactor de La Reforma Pacífica y padre de Héctor Soto, fundador director del diario La Patria de Montevideo. El exiliado de Santa Ana colaborará entonces con esta publicación periodística.
Bajo el seudónimo de “Un Patagón” aparecerá la primera de las siete cartas que Hernández le dirige al escritor e historiador chileno Vicuña Mackenna, con motivo del panegírico que éste hiciera a Mitre desde las columnas del diario El Independiente de Santiago de Chile. El general era exaltado “como la expresión del liberalismo más puro, como la encarnación de las aspiraciones más generosas, como el brillante iniciador de una época de reparación, y como el prototipo del más completo y elevado americanismo”. Digamos que el caluroso elogio del chileno había sido tentado por Mitre, lanzado a preparar el terreno político de su candidatura
presidencial.
Hernández no dejará pasar esta oportunidad para demoler las pretensiones del célebre guerrero: “La (candidatura) del general Mitre está en juego, levantada por elementos reaccionarios (…) que arrastrados por sus mismos errores, y empujados por la fuerza de las ideas de orden, de paz y de progreso, tuvieron que abandonar la escena hace muchos años… Pretende que la América se persuada de que, mientras sus compatriotas emplean sus tesoros o pierden su tiempo en sostener el combate, o van a hacerse matar en los comicios públicos por elevarlo a la primera magistratura, él se ocupa tranquilamente de leer su Historia del Valparaíso, en preparar los materiales para escribir la vida y campaña del general San Martín o en hojear a Plinio el Joven, o Covarrubias y a los autores sarracenos, para hallar el origen de un vocablo, o de un boquiblo como diría Sancho… Ahí tiene Ud. explicada la razón de su carta, cuyo motivo no había podido Ud. averiguar, pero a cuyo propósito ha servido a las mil maravillas”.
La chirinada de Mitre
A poco de concluir el gobierno de Sarmiento, el país se enfrentaba al dilema de la sucesión presidencial. Mitre ya había anticipado los trabajos de su candidatura, concitando el invariable apoyo de los comerciantes, importadores, burgueses del puerto y socios de la rubia Albión. La intelligentzia, en la antípoda hernandiana, se veía representada por él. Adolfo Alsina, gobernador de la provincia, cabeza del partido autonomista, de los “crudos” –prolongación de los “chupandinos” de hacía dos décadas- se constituirá en el adversario político del mitrismo.
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