Ningún lector de la prensa mundial se ha informado jamás de que un agente secreto hondureño, digamos, fuera detenido en Washington por intentar robar importantes planos militares. ¿Qui¬zás alguien pueda recordar la noticia de que un espía argentino resultó sorprendido en Moscú en oportunidad de tomar contacto con una bella Secretaría del Politburó? ¿Podríamos asombrarnos de saber que el M15 británico ha desbaratado una red boliviana de inteligencia establecida en Londres?
Prólogo al Informe de Lord Franks sobre la guerra de Malvinas, publicado en inglés por la Cámara de los Comunes y en castellano por el autor.
(1) Dicha anomalía no pone en cuestión la honorabilidad personal del Dr. Alemann. Durante la dictadura militar del general Onganía (1966-1970) la Argentina contó con un ministro de Defensa, Van Peborgh, que en calidad de voluntario luchó en el Ejército británico en la 11 Guerra Mundial donde alcanzó el grado de Capitán. En la innumerable legión de los anglófilos argentinos, por lo menos Borgec era un artista notable.
La sola mención de estas fantasías despertará una involuntaria sonrisa en el desprevenido lector. ¡Cómo pretenderlo! ¡Si tan solo somos latinoamericanos! No servimos para espiar grandes secretos. Solo servimos para ser espiados.
Pues, en resumidas cuentas, ¿cómo aspirar a contar con servicios de espionaje o contraespionaje que verdaderamente sirvan al interés de la patria si la patria no se conoce a sí misma y si la autodenigración latinoamericana es el prerrequisito de la dominación imperial extrema?
¿Para qué sirven en la Argentina los Servicios de inteligencia?
Para que los múltiples organismos se espíen los unos a los otros y entre todos espíen a los argentinos. ¿Es que podría ser de otro modo? ¿No es acaso cierto que durante la gloriosa gesta de las Malvinas la CÍA, encubierta como "Misión Militar norteamerica¬na" tenía su sede y excelente puesto de observación en el propio edificio del Comando en Jefe del Ejército argentino en la Avenida Paseo Colón? Hecho tan extraordinario era congruente con el desempeño de las funciones como Ministro de Economía, en un país en guerra con Gran Bretaña, del Dr. Roberto Alemann, representante de los bancos suizos y de los intereses europeos que al mismo tiempo nos sancionaban y bloqueaban (1). En el otro bando Estados Unidos era aliado "de facto" de los ingleses. Gracias a sus satélites—espías, el submarino "Conqueror" dispuso de la infor¬mación necesaria para hundir el crucero "General Belgrano" con 321 hombres que se perdieron con la nave.
En lo que respecta a los rusos, que contaban con sus propios satélites, poco les costaba quedar bien con argentinos, ingleses y yanquis al proporcionarnos valiosa información... tardía. Por fortuna, los científicos argentinos montaron en pocas semanas, una red mundial de detención, apoyada en territorio del Tercer Mundo, que facilitó las operaciones aéreas de la Argentina y determinaron buena parte del éxito en el hundimiento de naves británicas.
Convengamos en que un país semicolonial, saqueado por los banqueros internacionales y sus amigos nativos del género de Martínez de Hoz, González del Solar, Grinspun y Sourrouille (no ha variado la técnica del saqueo desde el gobierno militar a la democracia radical) no está en condiciones de gozar de "soberanía en inteligencia". Pero no por razones tecnológicas, sino porque le han enseñado a no desearla. Es suficiente recordar que bajo un régimen militar dominado por la oligarquía financiera (1976— 1983) fue destruida hasta sus cimientos la industria electrónica argentina. De la destrucción de la industria nuclear se encargará el gobierno del Dr. Alfonsín en nombre de la "democracia representativa".
Los países realmente soberanos son aquellos cuyos hijos deciden, más allá de la valoración de sus regímenes políticos— sociales, qué tipo de existencia nacional desean vivir. Veamos un educativo ejemplo. Imaginemos que un banquero tucumano viaja a Washington, acompañado de algunos colegas correntinos, ecua¬torianos y chilenos. Después de examinar las cuentas del gobierno de Estados Unidos, ordena disminuir los gastos en previsión social, el nivel de salarios, el número de soldados de las Fuerzas Armadas y, para terminar, suspende los programas de exploración cósmica y el plan nuclear. Aplicada la hipótesis a Estados Unidos se revela enseguida su carácter humorístico. Aplicada a la Argen¬tina o América Latina, es una realidad cotidiana y trágica. Para todo aquel que se formule la pregunta sobre cuál es la diferencia existente entre un país imperialista y un país semicolonial, bastará el ejemplo citado. Y nada importa que el país semicolonial, en este caso la Argentina, cuente con una bandera, un escudo, una moneda, un Ejército, una estampilla o una Aduana. Con todo lo dicho quedará claro por qué la Argentina carece de verdaderos Servicios de Inteligencia y por qué disponen de ellos las grandes potencias.
jugh
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