Carta al Mandatario Boliviano Santa Cruz incitando la guerra contra la Confederación Argentina y la entrega de parte de nuestro territorio al enemigo:
Cito capítulo 42 “La entrega Unitaria”, del libro de Pacho O´Donnell, “Juan Manuel de Rosas, El maldito de la historia oficial”
“Podrá criticársele a don Juan Manuel su ferocidad siempre y cuando se tenga la hidalguía de aceptar su fervorosa defensa de nuestra soberanía y nuestra integridad territorial constantemente amenazadas, no sólo por los de afuera sino también por los de adentro.
Uno de esos casos se gestó cuando se creó en Montevideo la “Logia de los Caballeros Liberales” a imitación de una entidad secreta que con ese nombre funcionaba en Buenos Aires y cuyo “venerable” era Carlos de Alvear, el obstinado enemigo de San Martín. El titular de la sociedad secreta de emigrados sería Rivadavia , residente en Colonia, pero su activo gestor en Montevideo fue Valentín Alsina. Se admitía a todos los antirrosistas, aún a los federales “lomo negros” y “cismáticos” pero el control lo tendrían los unitarios.
Los exiliados estaban distribuidos en todo el territorio oriental.
En Colonia vivían Rivadavia, Alvarez Thomas, Lavalle, Daniel Torres; en Mercedes, Salvador María del Carril y Luis José de la Peña; en Montevideo, Julián Segundo de Agüero, el canónigo Vidal, los tres hermanos Varela (Juan Cruz, Rufino y Florencio), Francisco Pico, Valencia, Cavia, Valentín Alsina y Tomás de Iriarte; en Durazno, junto a Rivera, José Luis Bustamante; en Carmelo los generales Espinosa y Olazábal; en Paysandú, Lamadrid y Chilavert.
Alsina redactó las “Instrucciones” para la formación de las logias filiales a abrir en todos los puntos donde hubiese exiliados. El manejo de cada una lo tendrían cinco a ocho unitarios cerrados. El “venerable” era designado por la Logia Central de Montevideo, y el de ésta por la de Buenos Aires.
El jefe de los conspiradores se carteaba con el mariscal Santa Cruz, presidente de Bolivia y aparentemente autor de un “Gran Plan” para acabar con Rosas. Una carta privadísima fechada en Colombia el 20 de agosto de 1835 fue incautada al apresarse el buque arequipeño “Yanacocha”.
Ella contestaba una comunicación de Santa Cruz (“aceptando, general, vuestra generosa protección, y si es necesario la imploro”). Respondiendo a una pregunta del mandatario boliviano el anónimo complotado decía que “los pueblos de Jujuy, Salta, Tucumán y Catamarca” podían separarse de la Argentina e incorporarse a la Confederación peruano-boliviana a condición de quedar “en paz con los argentinos”; se debían agregar también “los pueblos de Cuyo porque es necesario que los Aldao salgan o desaparezcan de Mendoza”.
Daba su versión sobre el estado político de Buenos Aires: “El odio contra los federales bastardos y su atroz caudillo se ha convertido en frenesí, su detestable corte corre desenfrenada en la carrera de los crímenes, los primeros puestos del gobierno son ocupados por los primeros malhechores, la más inaudita tiranía se ejerce en todos los actos de aquel desgraciado suelo; allí se persigue con encarnizamiento al propietario, al hombre industrioso y al padre de familia, el saber es un delito (...) Rosas es un monstruo que no tiene semejanza en la historia de los más famosos criminales”.
Termina: “Observad, general, que por la primera vez se dirige un general argentino con esta misión de duelo. General: repito, vuestra voluntad será la nuestra; Vos representáis, general, el tribunal de las naciones americanas; pronunciad vuestra sentencia y sabremos si hemos de ser de vida o de muerte. El amigo”.
Como al parecer se trataba de un general y residente en Colonia, Rosas creyó que se trataba de Lavalle . Pero el estilo de éste no era “de frases sublimes y lenguaje exótico”, y al informar más tarde a los gobernadores del interior don Juan Manuel se rectificaba: “La carta no es del general que se supone, o se cree, sino de don Bernardino Rivadavia”.
Luego se sabrá que quien ofrecía “generosamente” a la Confederación peruano-boliviana las provincias norteñas y cuyanas era Carlos de Alvear, quien luego viraría al rosismo al ser designado embajador en los Estados Unidos en una evidente maniobra de don Juan Manuel para alejar de Buenos Aires a tan peligroso adversario, apoyado por la aristocracia porteña e internacional y por las sociedades secretas, lo que le había permitido sobrevivir a penosas contingencias como su conflicto con San Martín, una de las principales causas del largo y sufrido exilio del Libertador; su traición a Artigas, tomando Montevideo en su lugar en violación de lo acordado; su ominosa caída del Directorio, luego de intentar convencer a la Corona Británica de hacerse cargo de las Provincias Unidas del Plata; su alianza con Estanislao López a quien también traicionaría cuando dejó de serle útil para sus intereses personales.
Nada de ello ha sido inconveniente para que don Carlos de Alvear y Balbastro, reivindicado por los vencedores de Caseros, goce del más bello monumento ecuestre en la capital argentina, obra del genial escultor francés Bourdelle.
Para nuestra historia oficial es más grave defender los intereses de los sectores populares que la intención de enajenar una parte de nuestro territorio. ¿Acaso no hemos honrado a Manuel García, el nefasto “entregador” de la Banda Oriental con una calle , que la ciudad de Buenos Aires ha negado al patriótico caudillo santafesino Estanislao López?
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