Han transcurrido 30 años, un tercio de mi existencia, desde el golpe militar del 28 de junio de 1966 hasta hoy. Faltaban menos de 5 meses para que yo cumpliera 60 años (la edad de un hombre mayor), el mismo tiempo que falta ahora para llegar, Dios mediante, al festejo familiar de mis jóvenes 90 años.
Me parece un lapso suficientemente prolongado, que habrá de permitirme estar en condiciones de emitir un juicio objetivo, sin ningún resentimiento ni reacción partidaria o personal acerca del significado del golpe de los militares de aquella época, liderados por el General Onganía. De todos los asaltos al poder llamados golpes, pronunciamientos o revoluciones que, a partir del 6 de septiembre de 1930, quebraron la normalidad constitucional de la República, éste fue el más absurdo e inexplicable, para no decir injusto.
Destituyeron a un presidente intachable, ejemplo de honradez, y de positiva eficiencia, puesto que, en su gobierno, se había elevado el producto bruto interno en más del 25 %, reducido la deuda externa (alrededor de 1800 millones de dólares de un total de 7500 millones), detenido la inflación, que en los seis meses de 1966 alcanzaba solo al 5,4 %, respetando los derechos individuales, la libertad de expresión y afirmado el federalismo, como lo pueden atestiguar los gobernadores de la oposición de aquella época: Deolindo Bittel de El Chaco, Leopoldo Bravo de San Juan, Felipe Sapag de Neuquen, Gabrielli de Mendoza, Durán de Salta y Díaz Colodrelo de Corrientes.
Los golpistas, algunos arrepentidos después, designaron para reemplazarlo a Juan Carlos Onganía, un general reaccionario, admirador del caudillo español Franco, que tenía una idea peyorativa de la política. No estaba en su conocimiento que la mediación entre la sociedad y el gobierno corresponde a los partidos políticos. Por ese motivo suprimió a los partidos políticos y se apoderó de sus bienes. Reemplazó a la Constitución Nacional por el estatuto de la Revolución Argentina, a la soberanía del pueblo por al soberanía de las Fuerzas Armadas, creando, en definitiva, un poder personal absoluto e ilimitado.
Anselmo Marini
Ex Gobernador de la Provincia de Bs. As., durante del gobierno nacional del Dr. Illia.
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