Oscar Bonavena era un autodidacta en materia de promociones y desparpajos. Pero mucho había aprendido de Cassius Clay o de Muhammad Alí (como empezó a hacerse llamar en aquellos años sesenta después de haberse convertido al islamismo). Aunque la historia mediática de Ringo fue casi simultánea. Si fue él, campeón argentino y sudamericano como aficionado, quien mordió en una tetilla al estadounidense Lee Carr en los Juegos Panamericanos de San Pablo, en 1963. Después de la descalificación la Federación Argentina lo suspendió. Por eso se hizo profesional en Estados Unidos y el 1° de marzo de 1964 debutó con una victoria por nocaut en el primer asalto ante el local Lou Hicks. Unos días antes, el 25 de febrero, Cassius Clay (medalla de oro en los Juegos de Roma, en 1960) se convertía en un joven campeón mundial de los pesados tras su espectacular e impensada victoria ante Sonny Liston. Y a sus dotes de extraordinario boxeador, veloz, variado, preciso, le sumaba su estilo provocador y altanero que despertaba adhesiones y odios al por mayor. Y su gesto circense revoleando su puño en el aire mientras Liston estaba caído y vencido, en la revancha, quedó grabado en la memoria de Bonavena, listo para imitarlo.
Uno era el bocón de Louisville, pero el mejor de todos los de su época. El otro, el bocón de Parque Patricios, rindió su prueba de reconocimiento ante el público argentino en aquel choque con Gregorio Peralta, en 1965. El Luna Park tuvo un récord inigualable de concurrencia de casi 24 mil espectadores. Habían ido para denostarlo. Pero terminó comprándolos con su guapeza.
Ganó aquella pelea.
Y largó su campaña de alardes públicos y ostentaciones. Pero quedó transfornado en un querido fanfarrón.
Alí había sido despojado de su título de campeón por su negativa a ir a la guerra de Vietnam, en 1967. Volvió en octubre de 1970 y le ganó a Jerry Quarry. Tenía 28 años. Ringo, también. El moreno bailarín quería recuperar el sitio que le habían birlado. Bonavena, ilustre derrotado de Joe Frazier (dos veces) y de Jimmy Ellis, y vencedor del alemán Midenberger, era bien conocido en Estados Unidos. Y fue, entonces, el rival elegido como trampolín para que Alí buscara ante Joe Frazier el título mundial de los pesados en el Madison.
Usó toda la atillería de su repertorio el porteño de Patricios, con toques de simpatía y golpes bajos de dudoso gusto.
Paseó con un toro por la Quinta Avenida de Nueva York en los días previos. Lo trato de gallina con coreografía incluida en la conferencia de prensa. Como Alí solía anunciar el asalto de las definiciones esta vez eligió el noveno. Y Ringo se rió a carcajadas.
Esa noche del 7 de diciembre de 1970, hace hoy 40 años, el país entero estuvo en vilo. Desde Firpo-Dempesey, en 1923, ninguna pelea había despertado tanta expectativa. La evidencia la dieron las calles vacías y los 79,3 puntos de rating de la televisación que que fueron récord absoluto durante veinte años, sólo superado con los casi 82 del choque Italia-Argentina en una de las semifinales del mundial de fútbol de Italia, en 1990.
Era un combate preparado para Alí. Las bravuconadas de Ringo tenían apenas un efecto folclórico. Las apuestas sólo se dividían según la vuelta en la que se daría el nocaut para el estadounidense. En Argentina una mezcla de temor y de fe en el milagro que Bonavena podía concretar. Al cabo, un mes antes un ignoto Carlos Monzón había dato el gran golpe de los medianos con su victoria fulminante ante Nino Benvenuti, el ídolo italiano, propiamente en Roma.
Guapeó Ringo ante un rival muy superior y de mayor alcance. Y tanto jugó su amor propio que en el noveno, el asalto prometido por Alí, estuvo a punto de derribarlo. Cayó el moreno pero por el impulso de un golpe fallado. Y al fin, Bonavena salió a jugarse en el round 15, desoyendo a Gil Clancy, el téncio contratado y a los hermanos Rago, sus mentores de siempre y terminó en la lona tras un cruce.
El árbitro no le exigió a Alí dirigirse a un rincón netural.
Se quedó al lado del argentino y volvió a derribarlo las dos veces que se levantó. Fue nocaut automático , entonces, por tres caídas. Y eso produjo la desazón mayor. Porque la bravura de Bonavena hubiera merecido, al menos, terminar en pie.
Después cada uno siguió su camino. Alí perdió con Frazier pero volvió a ser campeón. Bonavena, el simpático bocón, terminó confundido en los laberintos de su ambición, asesinado con un balazo.
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