jueves, 2 de septiembre de 2010

QUÉ PIENSA BARÓN DE SU LIBRO


Trataré, señor Juez, de sintetizar en la forma más fiel posible, lo que me expresara mi defendido al referirme a este proceso y a su libro El Derecho de Matar.
“Decid al señor Juez, que la defensa está en el libro, ¡en todo el libro! Una frase o un concepto aislado forma un hecho sin importancia con respecto al concepto general de la obra. Si los escritores tuviéramos que emitir nuestras ideas, con el Código Penal a la vista, no podríamos dejarnos llevar por la fantasía de nuestro cerebro y no podríamos producir lo que llamamos: la ‘obra’.
Estoy tan distante de la acusación que hace la Policía por intermedio del señor Fiscal, que si hubiera perseguido lucro, único fin que puede llevar a publicar un libro obsceno, habría cuidado muy bien, por elemental concepto de dignidad, de complicar mi nombre de soldado del partido político más popular y respetable del país, de escritor y de hacendado, con la baja literatura de los tarados morales. ¡Qué distancias siderales de años luz, entre el criterio de la acusación y el propósito de bien que persigo! Cualquier pasaje de mi libro que haya llamado la atención, puedo probar que no es sino la reproducción de escenas reales. Todas ellas han sido relatadas con hartura de detalles por la prensa del país y he creído prudente –pese a su realidad– no dar nombres propios, porque no es mi propósito denunciar, sino relatar hechos como ejemplo de anomalías morales que es preciso combatir.
He querido simbolizar el poder de la voz del sexo, esa voz de la naturaleza, la más poderosa, la más brutal de nuestro instinto. Por ello los Tribunales de Justicia juzgan desde hace siglos la violación, el adulterio, lo mismo que al enamorado que mata a su novia que lo rechaza, como la traición del amigo, del hermano, más aún del propio padre. Warron dice: ‘Verdades hay que el vulgo no ha de saber, falsedades en que es bueno que crea’. Yo analizo, no legislo. Yo señalo un hecho, formulo un juicio, para que los otros encuentren la solución, digo en mi libro.
Y he llevado mi libro sin pornografía, sin intención obscena, con toda altura, sin prejuicios, para señalar a los hombres lo contrario que señala Warron, es decir, que la verdad no debe cubrirse ni con la niebla, como única forma de llegar a una verdadera educación moral y a los legisladores el problema del sexo que es más importante que cualquier otro problema social. No es posible juzgar un libro por un párrafo, como no es posible juzgar una pintura, por una milésima parte de la misma. ¿Qué asusta en mi libro? ¿La verdad? ¿Puede negárseme el propósito moral cuando el protagonista (tomado de pedazos de lo visto, escuchado y leído), encontrándose aislado en sí mismo, se confiesa que ha vivido equivocado; que la fatalidad, el instinto o el hambre guiaron sus pasos por senda oblicua y se condena a sí mismo por ello, al máximo castigo que imponen los hombres?

Si en la liberal Francia, en la timorata Suiza o en la puritana Inglaterra publicara mi libro, pasaría desapercibido como hubiera pasado aquí mismo, si intereses encubiertos no se hubieran sentido afectados.
El señor Fiscal, al acusar, no ha leído mi libro, no puede haberlo leído; quizás algunos párrafos aislados lo hayan impresionado. Por ello sostengo que tal acusación ha sido prematura. Espero tranquilo el fallo del señor Juez; él será la prueba de que aún se mantiene la más grande conquista del hombre, la de emitir su pensamiento, la de dar ideas nuevas, y señalar defectos para remediarlos.



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